Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. - Especial para Los Andes
Los cambios nunca son fáciles, hay quienes sufren mucho en las mudanzas. La democracia se vuelve costumbre siempre y cuando no broten tendencias autoritarias. El autoritarismo tiene la virtud de suministrarles certeza a sus seguidores a la par que genera pánico en sus opositores.
El espejo de Venezuela marcó un tiempo de nuestras vidas, hablamos demasiado de “la grieta”; de pronto dejamos de encontrarnos y hasta de saludarnos con amigos de siempre; se dividieron familias; muchos, demasiados, dejamos de ser adversarios para convertirnos en enemigos.
En contraposición a esta división, los restantes políticos nos fuimos acercando como nunca antes se había dado. En mi caso, no pasa día sin que me paren mientras camino y la frase más repetida es “yo no soy peronista pero coincido mucho con sus posturas”.
Al principio imaginé que me estaba alejando de mi cauce doctrinario, luego comprendí que estaba expresando la voluntad del último Perón, de aquel que volvió para plantear el encuentro definitivo de nuestra sociedad. Ganaron los violentos, que no serían dos demonios pero tampoco porque uno encarnaba el mal en estado puro, el otro guardaba un proyecto rescatable al convocar al suicidio en nombre del heroísmo.
Lo peor de aquel fracaso del pasado fueron los usos que con una memoria deformada le intentaron dar a aquel sinsentido.
Lo de Salta no había dicho casi nada, era uno de los pocos lugares donde el oficialismo acompañaba al progresismo, Romero era el oficialismo de otros lados. Pero Santa Fe y Mendoza juntas dieron demasiado que hablar. Fue cuestionada la certeza de un kirchnerismo invencible. En Santa Fe se enfrentaban dos candidatos que no tenían nada que ver con el Gobierno.
En Mendoza era más duro, era pasar del poder al llano, a ese lugar tan temido por las burocracias. Ya estamos en pleno proceso electoral, ellos tienen sus medios propios desde los cuales dibujan realidades que son demasiado parecidas a la ficción.
No son democráticos, nos imaginan a los demás como enemigos, un joven me decía sin derecho a la duda, “no puede ser que ganen los gorilas” o sea, los otros. Y en Mendoza el kirchnerismo iba separado del peronismo, el poder es un pegamento tan fuerte cuando se lo ejerce que pierde rápidamente sus cualidades cuando se acerca a su despedida.
El peronismo es una memoria cuestionada, para el gobierno le faltaba una cuota de marxismo, Che Guevara y Revolución Cubana; para sus enemigos, Menem y Kirchner son el fruto amargo de ese árbol del mal. Me crié en una sociedad donde todos podían avanzar, donde uno podía caerse y volver a entrar, donde no existía la marginalidad definitiva.
La idea de las derechas fue que Perón les dio demasiado a los trabajadores y en consecuencia no podían crecer los empresarios: Martínez de Hoz viene a acompañar la dictadura, desaparecer a los rebeldes y endeudar, todo eso para terminar con el poder de los de abajo
Gorila es eso, alguien que cree que el poder les corresponde a los de arriba; como los kirchneristas, gorilas que imaginan ser la vanguardia iluminada y, en consecuencia, poder conducir a los humildes y usurpar el lugar de ser sus representantes.
El peronismo siempre se expresó como sistema esencialmente productivo, las izquierdas no son de trabajadores sino de empleados públicos y universitarios. Las burocracias, cuando se enamoran de sus cargos, suelen enfrentar a todo lo que signifique producción. Cuando atan el dólar en medio de una inflación imparable están dejando sin mercado a todas sus producciones regionales.
Hay una confrontación entre el que trabaja y quien lo controla o se siente con poder para imponerle sus normas. Claro que esto es posible a partir de un sector productivo sin conciencia del valor de sus esfuerzos y de la necesidad de su accionar en común.
El individualismo de los productores y su falta de fuerza para defender sus intereses permite que surjan estructuras parasitarias asentadas en las necesidades de la clientela electoral.
Las elecciones caminan hacia una segura segunda vuelta en la que, por ahora, se van a enfrentar Scioli y Macri. Si nada raro pasa en el camino, ese es el final anunciado. Los seguidores de Massa inventan que si se baja, sus votantes volverían al oficialismo, como si alguno seriamente pudiera calcular esos destinos.
El Gobierno va debilitando sus sueños y sus fanáticos toman conciencia de que no los quiere nadie, fuera de los beneficiarios de sus cuotas de poder.
El Gobierno mantiene un porcentaje cercano al tercio de los votos, pero con una oposición a su continuidad cercana a los dos tercios. Luego están las mentiras de “subió tres o va mejorando”. Que no me vengan con el cuento de que gobierna la izquierda justiciera y Macri es la derecha liberal. Gobierna el peor y más corrupto de los autoritarismos, sin otra ideología que la que necesitan para justificar su ambición.
Y del otro lado, está la democracia, sistema en el cual podremos debatir ideas y rumbos. Pero salir del autoritarismo es lo esencial, y lo estamos logrando.