Emplazado entre los cerros y con toda su imponencia, el escenario de teatro Frank Romero Day esconde un mundo oculto. Detrás de las cajas lumínicas, las gigantescas estructuras de hierro, las pantallas y todo lo pensado para deslumbrar al público, se abre un universo que se revela casi exclusivamente para los artistas que dan vida al Acto Central. También lo viven los integrantes del equipo de dirección, traspuntes, colaboradores y unos pocos privilegiados testigos como esta cronista.
Son tres niveles repletos de camarines con pasillos angostos y escaleras donde se "cocina" la magia de lo que se verá después. Allí vibra una energía única e irrepetible que durante las horas previas se compone de compañerismo, entusiasmo y risas. Pero que cuando comienza la obra se enriquece de profesionalismo y grandes cuotas de solidaridad. Entonces no hay individualidades y todo funciona como un solo elemento bajo el mando de la directora Alicia Casares. Cada actor, bailarín y músico sabe exactamente el rol que le toca cumplir en el momento preciso. Pero también mira a su alrededor y está atento a que a nadie le falte el maquillaje, el vestuario o la pieza de utilería que tiene que llevar. Y la adrenalina fluye y no para de fluir durante cada uno de los 75 minutos en los que se urde el "Tejido en tiempo de Vendimia".
En las bocas que unen aquel mundo oculto tras bambalinas, con el de la visibilidad plena (ya que ellos son conscientes que no sólo los observan las más de 30.000 personas presentes, sino también millones por la televisión) ocurre el verdadero hechizo. Ahí es cuando se agita la respiración, el corazón late fuerte y el tiempo se detiene por un instante antes de entregar cuerpo y alma a la interpretación y al aplauso prácticamente asegurado. Después vendrán las entradas, las corridas, los cambios a toda velocidad, uno que otro tropezón y la vuelta a salir para seguir demostrando pasión en cada paso.
Para muchos experimentados se trata de una sensación difícil de describir y que se repite como si cada edición fuera única. En especial con una fiesta como esta, cuyo ensayo general se hizo minutos antes del estreno (tras la suspensión del viernes por lluvia).
Claudia Fernández (32) es bailarina de folclore y lleva 15 Vendimias en su haber. La joven es hija de agricultores y además de su gusto por el baile, para ella es una forma de homenajear a sus padres por el trabajo que hacen día a día. Si bien ellos cuentan con las entradas que les regalan a los artistas para la repetición del domingo, hacen la fila que sea necesaria para acompañar a su hija durante la edición inaugural que es en la que se juegan más emociones.
"Año tras año la sensación se renueva", describió. A ella le tocó en esta oportunidad danzar en siete coreografías, aunque su preferida es el malambo final. "Se me pone la piel de gallina siempre", dijo.
Victoria Bernal (46) comenzó a participar del Acto Central desde 2001 y desde entonces ha ocupado el rol tanto de bailarina como de actriz. En esta oportunidad le toca actuar lo que le supone, además de un trabajo, un momento muy gratificante. "Es un reencuentro con los compañeros del ambiente pero que trabajan en otros elencos, así como una forma de tener contacto con las nuevas generaciones que nos contagian su jovialidad", aseguró la mujer, ataviada con un pañuelo verde, una falta marrón y una remera pintada. "Apenas salís el público te devuelve una energía inexplicable", destacó. Ella se luce en cuatro cuadros, algunos con personajes más actuados y otros donde lo fundamental es la expresión corporal grupal.
Ávida de sentir lo que describen sus compañeras, Clara Furlán (22) fue una de las debutantes. Para ella fue inevitable sentir los inmensos nervios antes de entrar al escenario. "Es todo un orgullo porque representás a la provincia y todos te están mirando", señaló. La joven formó parte, entre otros, del cuadro de la Virgen de la Carrodilla, uno de los más esperados.
Aquellos que se lucen aunque nadie los vea
Detrás del escenario del teatro griego no sólo hay artistas preparándose para salir a escena, también hay traspuntes, vestuaristas, camarinistas, encargados de utilería, entre otros colaboradores. Ellos también se lucen para que la puesta salga de acuerdo a lo planeado.
Silvia Lobos (55) lleva más de media vida cubriendo este rol detrás de escena. Ella ha ocupado varios cargos pero en esta oportunidad primero estuvo en el equipo de costureras y durante estos días se desempeña como camarinista. Estoica en el el primer piso frente a los camarines se asegura de que cada uno de los bailarines y actores salgan a tiempo. Además los ayuda a colocarse el vestuario y los asiste ante cualquier necesidad. "Todas nosotras tenemos un bolsito con todo lo que pueden necesitar: alfileres, hilos, tijeritas... y estamos atentas ante cualquier cosa", relató con simpatía. Aunque poco puede ver de lo que se desarrolla en el escenario ella se emociona solamente cuando escucha la música y siente la calidez del público. "Además me hace muy feliz ver que los artistas llevan puestas algunas de mis creaciones", confesó. Silvia estima que es una de las más "viejas" en su rol, pero que mientras tenga fuerza jamás dejará de "vivir la Vendimia desde adentro".