Felipe, lleno de vitalidad y "deseos de hacer cosas" . G
aspar Felipe San Sebastián y Concepción Aguado constituyeron, a principios del siglo pasado, una de las familias más tradicionales de La Dormida.
Tuvieron 12 hijos (6 mujeres y 6 hombres) y Alberto, hoy en sus “primeros” 100 años, fue uno de ellos. Pasó sus juegos de la niñez casi acompañando las labores de su progenitor y después tuvo variados trabajos: agricultor, transportista, vendedor de vinos y -en los últimos años- de madera, junto a uno de sus hijos
. Se casó cuando era un veinteañero con Carmen Manso (falleció hace 5 años) y tuvieron 2 retoños: Arminda Carmen (‘Porota’, 75) y Alberto Gaspar (‘Coco’, 72), pero su familia se ha agrandado sin parar y hoy tiene 6 nietos, 14 bisnietos y hasta un tataranieto.
En el Club La Dormida, que dentro de poco también cumplirá cien años, fue socio fundador, jugador, técnico y presidente. Afiliado al PD, resume su visión política, que poco tiene que ver con la actualidad: “He pertenecido al Partido Demócrata pero nunca anduve haciendo campañas ni le dije a un amigo ‘Votá para mí’. Quien hace eso es el escalón más bajo que puede tener una persona. Todo eso es malo, porque la persona debe votar por quien ella quiere”.
Le gusta viajar a Las Loicas, en Malargüe, para tomar baños termales “que hacen bien al cuerpo” y hasta el día de hoy colabora con su hijo, Coco, en una maderera del carril Rodríguez Peña. Consultado acerca de su amor por el trabajo, señala: “El secreto de todo trabajo es tener constancia y trabajar, porque si uno se queda a esperar la suerte, no va a ningún lado. Antes trabajábamos el sábado todo el día y el domingo hasta el mediodía. Pero hoy, lo malo, es que a la gente no le gusta trabajar”.
Para su hijo Coco, “tener a papá a sus 100 años, con esa vitalidad y esos deseos de hacer cosas, son una verdadera bendición de Dios”. Y da rienda suelta a la admiración por su progenitor: “Está lleno de vida y de deseos de hacer”.
Duberlina, tres veces viuda y 22 tataranietos
. Luce una sonrisa fresca y espontánea. La siesta la despierta de buen humor y de su humanidad de 101 años se desprende un suave perfume de mujer, ratificando que la coquetería femenina no reconoce tiempo. Sí, Duberlina Garro, es -quizá- la mujer mas longeva de Santa Rosa.
En su casa de La Costanera, al sur de Las Catitas, es el centro de atracción de su generosa familia, compuesta de 39 nietos, 43 bisnietos y 20 tataranietos.
Lee aún sin anteojos en letras grandes y le gusta firmar hojas con su nombre. Una de sus hijas, Laura (48), comenta que su madre “sufrió mucho en su vida, pero con gran fuerza de voluntad se sobrepuso y le trató de brindar lo mejor a sus hijos”. Duberlina asiente, atenta a lo que se habla y casi desconfiando de los visitantes.
Nacida en los Altos Verdes, en pleno campo paceño, fue anotada en el registro civil el 7 de marzo de 1917. Ella recuerda que, en ese momento, ya era una niña de unos 5 años. De su madre, quien falleció a los 105 años, parece haber heredado la longevidad. De su papá recuerda que “falleció joventón”.
Fue feliz junto a sus padres y 10 hermanos y de adolescente conoció el amor, casándose con un hacendado paceño, con quien tuvo 4 hijos. Una picadura de una araña venenosa la dejó viuda muy joven y su suegro, como herencia, sólo le reconoció un caballo para cada hijo y uno para ella. Con hijos y caballos, llegó a Las Catitas.
A poco de su arribo, su belleza enamoró a otro hombre, con quien formó pareja y tuvo otros 4 hijos. Un cáncer le arrebató a su marido y otra vez estuvo sola, con 10 hijos para alimentar y educar.
Volvió a formar pareja, esta vez con un hombre 25 años menor, el que falleció en 1998 en un asalto en Beltrán, hecho que le volvió a provocar un infinito dolor.
Conocedora de las leyendas campestres, suele entretener con sus relatos a quien desee escucharla acerca de aparecidos y “víboras que caminan cuando alguien las tira al rescoldo, porque les aparecen las patas”.
Refugiada en sus familiares más cercanos, colabora en las empanadas dominicales. Y su nieta Florencia (12) asegura que “la sopa de mi abuela es la más rica, porque le pone fideos y carne”.
Mario, alegre y listo para festejar el centenario
. Con su cabello entrecano y sus ojos azules, Mario Bruno Vaccarone cuenta los días que faltan para llegar al 17 de marzo. Se lo advierte ansioso y enérgico. Pero no pierde su buen humor y asegura: “Vamos a tirar la casa por la ventana”.
Sí, falta un mes y medio para que ingrese al privilegiado y exclusivo círculo de las personas que alcanzan el siglo de vida. En su casa de la calle Fuseo, en Palmira, cuenta su historia.
José, su padre, era un italiano que llegó del Piamonte y, con el oficio de zapatero, se asentó en General Gutiérrez. Allí se casó con Victoria y tuvieron 3 hijos ( Mario el menor). Al poco tiempo se fueron a probar suerte a Palmira y allí se quedarían para siempre.
Mario, cuando era un joven, desde su estatura de casi 1,90, defendió los colores del club Palmira. Era el arquero titular de la reserva y alcanzó a ser suplente en primera. “Había un gran arquero titular, el doctor Labrador”, recuerda con nostalgia.
Luego, con el paso de los años, fue desarrollando varios oficios: peluquero, empleado de ferrocarril y desde el PD se convirtió en un dirigente de fuste, lo que le permitió ser delegado municipal y hasta concejal. También supo integrar comisiones en los proyectos de “Palmira departamento” y en los Bomberos Voluntarios.
Tuvo 5 hijos, 15 nietos y hasta bisnietos. Vive con Edita Morales (82), una cordobesa que responde con el ADN humorístico de aquella provincia. “Yo soy la tercera”, dice en referencia a que las 2 esposas anteriores ya fallecieron.
Y recuerda que trabajaba en el desaparecido Policlínico Ferroviario de Palmira, cuando Mario comenzó a frecuentarla: “Hacía tiempo que había quedado viuda y él me propuso casamiento. Me pareció una locura pero acepté y no me arrepiento, soy una mujer feliz”.
Mario es conocido por su solidaridad y amplitud, lo que le ha permitido atesorar amigos desde todos los roles que le tocó desempeñar. De esas amistades, lamentablemente, le quedan pocas.
El paso del tiempo no ha sido tan benévolo con el resto como con él mismo, pero se atreve a mencionar a Antonio Cura Badin y a su médico, el doctor Correa. Consultado por su bien ganada fama de enamoradizo, él solo sonríe con picardía, haciendo notar con docencia de ilustrado que no es conveniente hablar del tema: es que su mujer anda cerca.
Hay una anécdota que recuerda su sobrino Ricardo Vaccarone (68): ”Mi papá era peluquero y el tío era ayudante de papá. El tío tiene una gran virtud, que es poner sobrenombres a todos. Por ejemplo cuando yo nací me puso ‘Negro’, siendo que soy rubio, pero así me quedó para siempre”, señala con una carcajada cómplice.
Y concluye: “El tío con las mujeres era bravo”.
Su comida favorita son las empanadas, pero no se priva de un vino para acompañarlas. La clave de su longevidad, sugieren desde el entorno familiar, puede ser su sentido del humor.
Pero Mario se cuida: es frecuente verlo caminar alrededor de la plaza para mantener su estado físico, mientras saluda con una gran sonrisa a sus innumerables conocidos. Luego, sigue su camino. Ya falta poco para que su ilusión se tiña de realidad.