Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Cuando llueve un día, cuánta alegría.
Cuando llueve una semana, es una cosa sana.
Pero cuando llueve un mes, ¡Qué garrón es!
Los mendocinos tenemos ciertas aprensiones, ciertos temores que nos habitan y en momentos determinados aparecen. Le tenemos aversión a las escaleras, por ejemplo, ponga usted un negocio en un local que esté por encima o por debajo del nivel de la calle y estará a varios peldaños del fracaso.
Obviamente le tememos a los temblores, vivir en una zona sísmica no es fácil y cualquier vibración sentida es un motivo de alerta, aunque sea un micro que cruza la esquina a toda velocidad o un grupo de ballet que esté en la casa de al lado preparando el infaltable malambo de todo final de Fiesta de la vendimia.
La lluvia es otra de las cosas que nos perturban. Es que, geográficamente hablando, habitamos una zona cuasi desértica con vegetación xerófila y escasas precipitaciones. La lluvia no es lo nuestro, como lo es de un habitante de Londres, o de la Amazonia. Lo nuestro es lo templado, los veranos tórridos y en todo caso la sequía.
El sol, ya sea dominante o bemol, predomina en nuestro suelo y por eso el slogan provincial de siempre ha sido “Mendoza la tierra del sol y del buen vino”. Entonces, que ocurra un mes a toda lluvia, no es algo que aquí pueda considerarse normal. Caen algunas gotas y el mendocino se guarda. No está habituado a las goteras del cielo.
La lluvia se ha instalado en nuestro arriba y no cesa de golpear techos, cabezas, calles y veredas. Cambian nuestras conductas. Si en tiempo soleado y seco, de absoluta normalidad, conducimos para la misma misma, con lluvia conducimos peor. Hasta caminar nos cuesta, todas las direcciones varían con la lluvia. Es decir: no sabemos conducir ni conducirnos.
Las viejas del campo ya se cansaron de hacer sopaipillas y el único negocio que prospera en nuestra provincia es el de venta de paraguas.
Los turistas que llegan preguntan: “Disculpe, amigo ¿sabe usted dónde puedo tomar sol?”. El escudo de la provincia tiene una nube en su cúspide. Los pibes preguntan: “Mami ¿va a ser siempre así?”.
La situación económica que vivimos por la otra lluvia intensa, la de las tarifas, ha provocado que el mendocino restrinja lo que considera gastos superfluos. Lo sufren los taxis, los restaurantes y los espectáculos. Pues con lluvia todo se agrava a niveles nunca vistos. Hay artistas que tienen que hacer de artistas y de público para poder realizar sus funciones.
Un mes entero lloviendo es una enorme prueba para nuestra paciencia. Los albañiles están más preocupados que bacalao en Semana Santa porque con lluvia no pueden seguir con sus laburos. Si el cuerpo humano está compuesto en un setenta por ciento de agua, no hay ninguna necesidad que nos agreguen tanta agua por afuera.
Muchas cosas están cambiando, la policía de Mendoza está planeando vestirse como la Scotland Yard, los bomberos ni salen de sus destacamentos, total, el cielo se encarga de su laburo y muchos agricultores menducos están pensando en levantar las viñas y sembrar soja porque esto ya se parece más a la pampa húmeda.
La lluvia le viene bien a la poesía.
“La lluvia le hace cosquilla a la nostalgia
y la nostalgia se desparrama en todos lados.
Yo siento que algo me emociona,
que estoy enamorado.”
Habría que cambiarla por:
“La lluvia le hace cosquilla la humedad
y la humedad se desparrama en todos lados.
Yo siento que algo me chorrea,
que estoy empapado."
El refrán dice: "Siempre que llovió paró". ¿Será cierto?