El uso del “proyecto nacional” -nunca explicitado- para justificar cualquier decisión constituyó una auténtica malversación ideológica, común en los últimos años. Hoy, en su remplazo, se usa “modernización” y “futuro” para apuntalar políticas reaccionarias con el riesgo de profundizar el deterioro de nuestra sociedad y volver a perder el rumbo.
Tuve el privilegio de participar del equipo que trabajó en la proposición del Proyecto Nacional de Perón y no tengo dudas de que sus ideas no pueden explicarse sin referencia al contexto histórico en el que se desarrollaron. Los setenta privilegiaban el desarrollo de la industria manufacturera frente al deterioro de precios de los productos primarios. La energía estaba dominada por el petróleo. La guerra fría enfrentaba economía de mercado con la centralmente planificada. La competencia por la apropiación de los recursos naturales -dondequiera estuvieran- era corriente. Se ignoraba el impacto ambiental, entre otras tendencias relevantes.
En ese marco, buena parte de la ciudadanía, incluida la dirigencia política, percibían la política industrial como un instrumento principal -si no el único- de desarrollo nacional, siendo decisiones exclusivamente domésticas. Treinta años después, se hablaba de proyecto, en un contexto sustancialmente diferente, sin entender los cambios operados en el mundo en el último tercio de siglo. Esto como la aplicación de políticas pendulares con giros de 180 grados en su sustitución, es repetir errores usando un pensamiento obsoleto, que es necesario revisar.
Los motores de las primeras revoluciones industriales fueron: la energía de vapor que transformó la fabricación y el transporte; la electricidad y finalmente la informática y la automatización. Hoy la 4ta revolución se apoya en la interoperabilidad, la descentralización de la toma de decisiones y disposición de capacidades en tiempo real.
El mundo actual, caracterizado por la globalización, responde a fuerzas motrices de alta efectividad: la reducción del tamaño relativo del mundo, -que es inversamente proporcional a la velocidad empleada en recorrer las distancias, para el transporte de personas, bienes y servicios; como para lanzar bombas nucleares o transmitir información-. Una segunda fuerza globalizante es la aceleración de la historia, apoyada por la explosión del conocimiento científico y tecnológico. Por último, la crisis del Estado-Nación, expresión más acabada de una crisis general de las instituciones, con la pérdida de importancia de las fronteras.
Esto supone una reformulación de los mapas mundiales, que cambia radicalmente la forma de percibirlo, con nuevas bases de información que sirven para orientar las decisiones sobre alternativas tecnológicas y opciones de política industrial. La interacción entre producción industrial y las tecnologías digitales impulsa la eliminación de las barreras nacionales para posibilitar el acceso a bienes y servicios en un mercado global unificado.
La estrategia de mercado único digital se apoya en tres conceptos.
Primero, entender lo digital como nuevo motor del crecimiento, promoviendo estrategias para que economía, industria y empleo obtengan los máximos beneficios de la digitalización.
Segundo: fortalecer el acceso a bienes y servicios digitales; haciendo del ciberespacio un mercado transparente para comprar y vender.
Por último, conformar un entorno en el que las redes y servicios digitales pueden desarrollarse.
En este marco, la innovación tecnológica apoyada por políticas públicas, la asociación privado-estatal, la integración vertical y horizontal, y la creación de nuevos instrumentos financieros para generar nuevo mercado global, configuran un menú de procedimientos necesarios para dar respuestas a los grandes desafíos de nuestro tiempo.
En este orden, en algunas sociedades avanzadas, las decisiones en este campo se focalizan en la innovación tecnológica, tal el caso de Alemania, USA, Corea, entre otras. Estas políticas denominadas “Industria 4.0”, Smart manufacturing, o 4ta Revolución industrial respectivamente, aparecen como creación de un sistema de interfaces de la producción industrial con todos los desarrollos digitales actuales para conformar una economía basada en el conocimiento, donde la fabricación crece a medida que más fabricantes se incorporan a la cadena de valor.
El potencial de la digitalización, en orden a los resultados de cada cambio tecnológico, se entiende si consideramos que el aumento de las conexiones entre las personas hace crecer las economías. Hoy las conexiones se multiplican: entre personas; entre máquinas; y entre personas y máquinas. Esto hará crecer la economía a un estimado de U$S 150/170 mil millones en 2050.
Las empresas y los gobiernos no podrán participar de esta riqueza ni beneficiarse plenamente de las herramientas digitales, si no advierten que lo importante de las tecnologías será la transparencia que permiten. Todo esto supone el diseño de reglas que sean sincrónicas con el ritmo de desarrollo de la infraestructura de tecnología y apoyo, lo que equivale a decir que se basen en la anticipación como estrategia para evitar invertir en lo que rápidamente se volverá obsoleto.
En los próximos diez años se producirán cambios continuos en la tecnología que tendrán profundas implicaciones sobre la producción y el comercio, como sobre la gente y sus relaciones. Es necesario e imperioso determinar nuestro rumbo -y el de la región- dentro de este horizonte probable para crear el mejor futuro posible para nuestro país. La industria 4.0, junto con la agricultura 3.0 y una nueva generación de servicios y aplicaciones, son los instrumentos de un auténtico proyecto nacional en un mundo crecientemente global.