Partidos y travesuras en la Adolfo Calle

Desde Buenos Aires, el destacado actor recuerda su infancia junto a sus amigos y hermanos en una zona convertida hoy en un polo comercial y de servicios.

Partidos y travesuras en la Adolfo Calle

Mi barrio fue Dorrego; vivíamos en Adolfo Calle a dos cuadras del canal Cacique Guaymallén. Los primeros años fui al San Buenaventura, pero en 4° grado ya íbamos a la Lucio Cicchitti (nosotros le decíamos "Cichiti" pero en realidad se pronuncia 'Chiquiti').

Toda mi infancia-adolescencia fue en Dorrego. Todavía tengo muchos amigos de allá: Eduardo Picón, Alejandro... Eduardo era el hermano del Cacho Picón (sesionista de jazz y famoso profesor de batería).

Me acuerdo que cuando teníamos unos 8 años ya nos gustaba el rock, y el Cacho, que era más grande, cuando entrábamos a la casa de ellos nos decía muy serio: “Yo soy el Flaco Spinetta”. Y yo le respondía: “Yo lo conozco al Flaco y vos no sos”. Y él me decía: “Sí soy yo, lo que pasa es que cuando me sacan la foto soy distinto”.

El Cacho y todo el grupo de los más grandes eran los capos del barrio, que se juntaban en la esquina, en la década del ‘70. Como todos los chicos, vivíamos jugando a la pelota: mi hermano Eduardo -él siempre conmigo- Ale, Rubén, Eduardo Morales y el Chango, que era un personaje.

Se tiró al Cacique Guaymallén y abrieron las compuertas para rescatarlo; se tiró desde un techo a la vereda para escaparse de la casa, desde unos 5 metros; no se mató de casualidad el Chango Herrera.

Con él hicimos un negocio, un mercado de pulgas al que hasta fueron cantantes famosos para esa época de los ‘70, como Roberto Grandi, un cantante de tango mendocino que había estado en el programa “Grandes Valores del Tango” (que conducía Silvio Soldán).

Me acuerdo que en el negocito teníamos cosas que les sacábamos a nuestros padres. A mi papá, que era viajante de productos de perfumería, le sacábamos y nos daba perfumes y jabones para venderlos en el mercado, pero el Chango una vez le robó parte del sueldo de la madre.

“Vení, vamos a comprar juguetes para el negocio”, me dijo. “Y bueno, vamos”, le dije. Volvimos, habíamos comprado de todo: 5 pelotas, 8 camioncitos, de todo. La madre del Chango se apareció en la puerta y se quería morir por lo que había hecho el Chango.

El negocio se llamaba Chan-Fer. Junto al mercadito nuestro habían instalado un escenario y empezaron a caer artistas, entre ellos Grandi y Oscar; este hombre tocaba el acordeón. Se ponían a cantar y en un momento Grandi, que estaba  cantando "Caminito", hizo parar la orquesta y preguntó quién era el niño que estaba cantando.

Y todos entre el público me señalaron “¡acá, acá...!”. Y me hizo cantar y después todos los días me hacía subir al escenario para cantar con él. Hasta que un día fue a mi casa, habló con mi mamá porque me quería llevar a “Grandes valores...” y mi vieja dijo: “Pero ni loca, ni loca”; no me dejó. Fue al revés de lo que pasa ahora, porque hoy los padres quieren que sean famosos los hijos.

Con mi hermano y mis amigos jugábamos al fútbol. Yo era el arquero, me decían Santorito porque era muy bueno. Y cuando se hacían las 5-6 de la tarde empezaban a llamarnos nuestras madres desde las casas. Mi mamá nos llamaba: “¡Fernan y Eduar, a tomar la leche!”

Después de la media tarde, mis amigos me decían: "Che Fer, contanos algo". Y bueno, ahí empezaba a contar y hacer todo tipo de ademanes de las películas que contaba. Y esa fue la base de Stan y Lasky. Cada película la traducía con el cuerpo, con la voz, me tiraba al suelo y se morían de la risa, ya en esa época era fanático del cine y era actor.

Además de los cines del Centro, vivíamos a pocas cuadras de la Terminal de Ómnibus, que recién la construían y era también otro de los lugares a los que íbamos todo el tiempo; estaba a tan solo 5 cuadras de casa. La inauguró el general Lanusse; nos escapamos de la casa para ver el acto.

Para un Carnaval nos disfrazamos de linyeras y fuimos a pedir plata a la Terminal, a las calles. Eran otras épocas; hoy es común ver a chicos en la calle, pero en esa época no. Desaparecimos todo el día, teníamos 10 años, se hizo de noche y nuestros viejos buscándonos por todos lados hasta que les dijeron que cerca de la Terminal había unos chicos que estaban pidiendo plata y nos fueron a buscar.

Después crecimos, se equilibraron un poco las edades y ya integrábamos el grupo del Cacho Picón. Teníamos un juego que se llamaba La Cartera. Poníamos una cartera atada a una piola, nos escondíamos en El Castillo, que era una casa gigante sobre Adolfo Calle.

Entonces iban pasando los automovilistas, veían la cartera, algunos frenaban y cuando la iban a levantar, le pegábamos el tirón a la soga. Era como una cámara oculta de hoy, nos inspiramos en la película “Esta loca, loca gente”.

Bueno, este chiste fue un éxito en el barrio y a la tardecita nos juntábamos cuando los vecinos salían a tomar mate a la calle y a ver cómo jugábamos a La Cartera.

Hasta que un día, el trole frenó de golpe y se generó un choque en cadena. Un automovilista le quería pegar a un chico que era el hijo del dueño del taller de la esquina, Don Fernández. Se armó un lío bárbaro. Pero fue una broma inocente, no medimos las consecuencias.

Allí estuvimos hasta el ‘82, después nos mudamos a Godoy Cruz y a la Quinta, pero mi barrio fue Dorrego. Los bailes los hacíamos en la casa del Chango, que vivía al lado de los Picón, sobre calle Espejo.  Teníamos el Winco y hacíamos los bailes con las chicas del barrio.

Allí también iba mi hermana Marcela; ya nos juntábamos todos en esa época. Vivíamos en la calle, pero en el buen sentido; todos niños de clase alta, media, baja. Jugábamos a los autitos en un galpón abandonado, sobre Adolfo Calle, donde un día jugábamos a la pelota, otra vez a los autitos con masilla.

El galpón era de la abuela de uno de los chicos. Por ahí la pelota se nos caía al patio de la abuela y por una ventana la sacábamos. Como era el más chico, me mandaban a mí a sacar la pelota, hasta que un día habían puesto una ratonera, puse la mano en la ventana y me agarró la mano y salimos todos corriendo y yo con la ratonera en la mano. Un chiste de los pibes de antes...

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