El libro, publicado por la editorial española Principal de los Libros, es un novedoso estudio histórico sobre las mutaciones de esa zona, su relación con la idea de belleza y las concepciones e interpretaciones de artistas como Rabelais, Sade, Verlaine, Rimbaud, Proust, Joyce y Bataille, entre otros fascinados por ese lugar de deseo.
"El culo data de la más remota antigüedad. Apareció cuando a los hombres se les ocurrió alzarse sobre sus patas traseras y sostenerse así. Fue un momento capital de nuestra evolución, ya que los músculos glúteos se desarrollaron entonces de un modo considerable", sostiene el autor, quien fue periodista en el diario Libération, fundado en 1973 por el filósofo Jean-Paul Sartre.
Y explica que "a su vez, sus manos quedaron libres y se modificó el acoplamiento del cerebro con la columna vertebral, lo cual permitió el desarrollo cerebral. Retengamos esta interesante idea: en cierta forma, el culo del hombre tendría su origen en la erupción de su cerebro".
"De las 193 especies vivientes de primates, solamente la especie humana posee unas nalgas hemisféricas que son permanentemente salientes, aunque algunos hayan podido argüir que ese tipo de nalgas se encuentran también en las llamas de los Andes (que, dicho sea de paso, no son primates)", profundiza Hennig, quien no pierde la oportunidad de hacer bromas.
Más adelante, el escritor intenta resolver lo que considera una cuestión espinosa: "¿La mujer prehistórica tenía unas nalgas especialmente voluminosas y en forma de cono? ¿Tenía un culo audaz que, en lugar de caer como hoy en día en forma de as de corazones al revés, respingaba como un pan de azúcar? ¿Tenía forma de choza? Desgraciadamente, no lo podemos verificar a partir de los esqueletos".
Hennig plantea que "aparentemente la mujer de culo gordo forma parte de los orígenes de la humanidad, si hemos de creer a las estatuillas primitivas del Paleolítico, esculpidas en hueco de la mano y no mayores que el hueso de una fruta, tales como la Venus de Willendorf (Austria), la mujer sin cabeza de Sireuil (Dordoña, Francia) o la Venus de Kostienki (Rusia)".
Y, según explica, "la más curiosa de todas estas mujeres esteatópigas (acumulación de grasa en las nalgas) es, evidentemente, la Venus de Lespugue (Alto Garona, Francia), esculpida en un bloque de marfil: es un verdadero desafío a las leyes anatómicas, un apilamiento de masas redondeadas y pulidas, algo así como un bollo que se hubiera hinchado por todos lados, una mujer difícil de entender".
"En algunos casos extremos -señala-, la exageración de las caderas incluso llega a confundirse con los testículos y el alargamiento del cuello evoca al pene enhiesto, lo que se vuelve a encontrar en algunos dibujos de Picasso (1927). Evidentemente, la mujer no solo tenía una influencia mágica en la abundancia de la caza o la descendencia de los hombres: también era un exvoto de la erección".
"En África -ahonda el autor- la belleza de una mujer residía en un culo imperial, que evocaba el balanceo de la leona. En Mauritania existieron durante mucho tiempo casas de engorde, con una corporación de cebadoras destinadas a volver obesas a las jóvenes destinadas al matrimonio".
Y cuenta: "Al comienzo de la Tercera República francesa afloró un culo increíble y bastante suntuoso que recordaba al culo prehistórico, aunque fuera totalmente artificial, al que se llamó 'miriñaque', 'globo' (sin duda porque tenía bastante que ver con el aerostato) o, sin más, 'falso culo'".
El libro, que logra presentar material histórico con una prosa clara y concisa, aborda la relación de esa zona de nuestra anatomía con la limpieza, los besos, el canibalismo, las cirugías, las curvas, las decoraciones, los azotes, el tamaño, los nombres vulgares, la sodomía, entre otros aspectos. Télam