Parecido y diferente

La escuela de nuestros padres era la de la igualdad, desde el guardapolvo blanco hasta el resto de las cosas; todos los alumnos se parecían. Hoy vivimos la escuela de la diferencia, de las autonomías llevadas al extremo. ¿Cuál de las dos será mejor?

Parecido y diferente
Parecido y diferente

Hace unos años, las madres vestían a los mellizos igual, la idea de la similitud era bien vista, parecía ser bueno hacerlo. Ellas decían tratar igual a todos los hijos, las maestras igual a todos los alumnos, aunque eso no fuera del todo así. Era una intención que nos hacía sentir que era justo, y era un valor en la relación con los chicos y con la sociedad.

Uno miraba las fotos de las escuelas, de los grupos, y casi todas se parecían, los chicos se comportaban del mismo modo, eran más alumnos que niños o jóvenes, todos iguales. La maestra nos decía: “Acá no se habla así, esto no es una cancha de fútbol”. Allí adentro nos vestíamos parecido, hablábamos del mismo modo, usábamos el mismo forro, saludábamos del mismo modo. Y todos sentíamos que era un valor que nos daba un sentido, nos hacía sentir parte de lo mismo, nos decía cómo eran las cosas, para reclamarlas o transgredirlas.

Un día descubrimos el valor de la diferencia, que la heterogeneidad podía ser vista como positiva, que podía aportar y enriquecer la vida, las discusiones, los gustos, etcétera. “La imaginación al poder”, decía el lema que pintaba en las paredes el Mayo Francés. Nos peleamos con el orden y salimos a buscar la libertad, la innovación, lo diferente, cada uno a encontrar su identidad. Sentíamos que la creatividad nos daría la felicidad de ser libres, únicos. Nos preguntábamos ¿por qué nos tenemos que casar si igual podemos vivir juntos? ¿Por qué no puedo ir vestido de este modo? ¿Por qué mi hija no puede jugar al fútbol si le gusta?

En la reforma constitucional del ’94, se institucionalizó la palabra equidad sobre la idea de igualdad. Nos convencimos que se partía de distintos lugares y desde allí, nos proponíamos llegar a lugares homogéneos, equivalentes, similares. Cada chico debía ser él mismo, con su personalidad, su estilo. Nos enamoramos de lo distinto, nos peleamos con la escuela de nuestros padres, la familia que proponían, el modo de vivir. Y las escuelas se “olvidaron” de la ortografía, la prolijidad, la caligrafía, “dejalo que se largue a escribir, que sea libre, no le cortes la personalidad”, decíamos. Se hizo muy difícil saber qué era un buen alumno, estaban los que tenían méritos por solidarios, otros por esforzados, estudiosos, buenos compañeros, etc.

¿Es bueno ser iguales? ¿Es bueno ser distintos? ¿Se puede ser las dos cosas? ¿Qué nos aporta cada una?

Algunas de estas preguntas comienzan a aparecer cuando la idea de la diversidad y la diferencia han crecido a tal punto que nos preguntamos si tenemos algo en común que nos permita vivir juntos. Si cada familia es tan diferente que nos cuesta encontrar elementos comunes, ¿qué quiere decir la palabra familia? Si las ideas de padre, maestro, guía, pueden ser pensadas de modos tan diferentes, qué significan? Cuando miramos a los chicos cuesta reconocer los patrones comunes, lo que tienen de igual por vivir en la misma sociedad.

¿Cómo hacemos para ser diferentes y vivir juntos? ¿No es necesario encontrar algunas cosas que nos reúnan, algunas cosas comunes que nos permitan reconocernos?

Sin duda necesitamos algo en común, más allá de las diferencias, de la creatividad, de la innovación. Necesitamos tener cosas que nos hagan sentir que venimos del mismo lugar, que hagan que tengamos razones para sentarnos, tener acuerdos y construir algo juntos. Un orden, unos valores, unas pautas, algo que nos reúna.

Pero por otro lado, no puede ser todo común; de allí venimos, no perdamos de vista que partimos de ese punto y acá estamos. Queríamos la creatividad, la innovación, la capacidad de pensar diferentes, y son cosas que no deberíamos perder, que nos alimentan como sociedad. Muchas de ellas nos han dado parte de nuestra identidad, nos hacen sentir bien y han contribuido al progreso de la sociedad.

Pero tampoco tan diferentes que no encontremos experiencias comunes, lugares donde encontrarnos y sentir que venimos del mismo lugar.

Ni todo común ni todo diferente, articulemos lo igual con lo distinto. ¿Qué es eso común que hace que podamos crecer, pensar, crear?

¿Qué son esas prácticas, pautas, estilos, gustos, que nos devuelven la sensación de ser parte de una comunidad, de una sociedad, de una construcción colectiva?

Esa creatividad existe porque tenemos cosas comunes y entonces las diferencias se notan, se resaltan. Si termináramos de perder eso común navegaríamos en un mundo de diferencias, caótico, en el que nada resultaría innovador.

Ese es el punto en el que estamos, necesitamos reconstruir lo común, lo que nos une, lo público. Y desde esas cosas comunes, empezar a construir lo diferente, la innovación, el cambio.

La creatividad es, a partir de las normas, de los acuerdos sociales, ser uno, crear su camino. Sin lo primero será muy diferente construir lo segundo, ser creativos requiere un acuerdo sobre lo común. ¡¡Vamos a construirlo!!

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