Paranoia, escándalo y literatura: de libros y locuras

Paranoia, escándalo y literatura: de libros y locuras
Paranoia, escándalo y literatura: de libros y locuras

Su obra marcó a varias generaciones de lectores y escritores. Su vida privada dispensó diversos tipos de escándalos. Hace exactamente 86 años, Philip Kindred Dick y su hermana melliza, Jane Charlotte, nacían en la ciudad de Chicago, el 16 de diciembre.

Sólo seis semanas más tarde, la pequeñísima Jane moría. En la lápida de mármol que señalaba la breve duración de la vida de la niña quedaba un espacio vacío, destinado al mellizo que la sobreviviría algunas décadas. Su obra lo convertiría en uno de los escritores icónicos de la literatura popular del siglo XX.

Philip K. Dick dio al mundo libros, aparentemente surgidos de la parafernalia típica de la Ciencia Ficción norteamericana de su tiempo, que iban a servirse de ficciones futuristas sobre dictaduras monopólicas, ejércitos de telépatas y androides que creen ser humanos.

Sus novelas fueron pasto para Hollywood con películas ultra taquilleras como “Blade Runner” de Ridley Scott (basada en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”), pero también objeto de estudio por parte de escritores, críticos e investigadores. “Mi escritura cuestiona al Universo mismo –definió alguna vez el autor-, se pregunta alto y fuerte si es real y se pregunta si todos nosotros somos reales”.

Son muchos los biógrafos que han señalado la temprana muerte de su hermana como posible explicación del motivo del “mellizo fantasma”, presente en gran parte de sus escritos.

La infancia de Dick fue mayormente nómade. Su padre, agente del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, debía seguir un patrón de desplazamientos que primero llevaría la familia a San Francisco y luego, cuando Dick cumplió cinco años, debía reinstalarlos en Nevada.

El divorcio de la pareja terminó con estos planes, y aunque Joseph intentó obtener la custodia de Philip, Dorothy obtuvo un trabajo en Washington y se mudó allí con su hijo.

En 1948, Dick conoció y desposó a la joven Jeanette Marlin. La pareja apenas duraría unos meses para disolverse sobre la base de una “absoluta divergencia de intereses”. Es interesante notar como Dick iniciaba aquí un patrón de conducta: a lo largo de su vida se casaría cinco veces. Todos los matrimonios terminarían en divorcio.

Desde 1948 hasta 1952 Dick trabajó en una tienda de discos. Sobre esos años, el propio Dick escribió: “me compré una casa, me casé y sentí que debía levantarme por la mañana e ir a trabajar, como todo el mundo.

Mi inconsciente se limitó a saturarme de ansiedad cuando llegaba allí, a la disquería donde trabajaba, y no podía comprender por qué. Y empecé a desmayarme. Es como si Beethoven hubiese querido trabajar realmente en una fiambrería y le diera una fobia cada vez que empezaba a cortar rodajas de salame, así que tuvo que convertirse en compositor.”

Vendió su primer cuento en 1952, para seguir una carrera dedicada a la literatura en tiempo completo. En 1955, Dick y su segunda mujer, Kleo Apostolides, recibieron una visita del FBI, que la pareja supuso resultado de la actividad de Kleo como militante de izquierda.

Esos fueron años de grandes dificultades económicas para Dick, quien los resumiría en el recuerdo de que “ni siquiera podíamos pagar las tasas por retraso de los libros de la Biblioteca Pública”.

En el ámbito familiar, las relaciones se degradaban poco a poco. Dick escribía sobre todo de noche y para sostener un ritmo de trabajo rápido comenzó a tomar anfetaminas, que lo sumían en períodos depresivos regulares.

En 1958 Dick se divorcia de Kleo para casarse con la que sería su tercera esposa y madre de su primer hijo, Anne Williams Rubistein. 1963 sería el año de su primer éxito serio como escritor, cuando su novela de ciencia ficción “El hombre en el castillo” ganó el prestigioso premio Hugo.

Pero el reconocimiento no incrementó sus entradas de dinero, dado que el género lo ataba a editoriales que pagaban poco. Su vida privada orillaba el desastre.

El matrimonio con Anne, terminado en 1964, le haría afirmar luego: “Era una sicótica asesina. Yo le tenía miedo. Intentó asesinarme dos veces”. El testimonio de ella mostraría posteriormente el otro lado de la historia: la conducta crecientemente errática de su marido, la supuesta confesión de Dick de haber sido molestado sexualmente durante su infancia (dato no corroborado por otra fuente) y una internación forzosa a la que el escritor, mal asesorado por un psiquiatra, la habría sometido.

A mediados de los 60´s Dick escribió varios de los libros que constituirían el eje central de su obra. En “Los tres estigmas de Palmer Eldritch” (1965) se sirvió de los recursos de la ciencia ficción para desarrollar varias capas de realidad e irrealidad, al tiempo que abordaba por primera vez cuestiones religiosas y metafísicas que luego serían centrales para él. La inclusión de la temática de las drogas y de las alucinaciones colectivas hizo que la revista Rolling Stone la proclamara “la novela LSD por excelencia de todos los tiempos”.

En 1966 Dick se casó con Nancy Hackett, con quien tuvo una niña llamada Isa. Una vez más el matrimonio no funcionó. Por esos años Dick daría a conocer su novela “Ubik”, donde narra una historia en la que corporaciones especializadas en psiquismo y dotadas de la capacidad de generar un estado de vida en suspenso después de la muerte crean un estado de realidad erosionada.

El ánimo del escritor llegó a un punto muy peligroso durante 1972, cuando durante una convención de autores de ciencia ficción en Vancouver intentó suicidarse ingiriendo una dosis excesiva de tranquilizantes.

El episodio lo llevó a ingresar a una clínica de rehabilitación, para luego emigrar a Fullerton, donde fue hospedado por jóvenes fans suyos. Dick entró en contacto directo con una nueva generación de autores y de lectores. En este marco conoció a Tessa Busby, una chica de dieciocho años quien sería su última esposa y la madre de su tercer hijo, Christopher.

Acerca de su relación con sus personajes, el propio Dick se explayó largamente y sin ambigüedades: “Me gustan mis personajes. Son mis amigos. Cuando termino un libro, entro en un período de posparto: no volver a oírlos hablar nunca, no volver a verlos luchar y esforzarse. Y los he perdido, porque un escritor no relee en realidad su propia obra.

Pero después otra gente la leerá (...) La gente cree que el autor quiere ser inmortal, ser recordado por su obra. No. Yo quiero que el señor Tagomi, de “El hombre en el Castillo”, sea recordado para siempre (...) quiero que sean ellos mismos y no trato de manipularlos.

Lo último que quisiera hacer es poner mis ideas en sus bocas y hacerlos escupir mi filosofía (...) las personas propiamente dichas tiene libertad para hablar y actuar y ser como son realmente. Y siempre para ser ellas mismas, nunca para ser meras extensiones de mí mismo”.

Tal vez eso explique que en la obra tardía de Dick tenga preeminencia la nota autobiográfica: Valis, Free Radio Albemuth  y unas ocho mil páginas del diario personal que llevó desde 1974 hasta su muerte (editadas de manera fragmentaria.

La comparación entre Dick y William Burroughs es especialmente tentadora: ambos escribieron en extenso sobre las drogas y la alteración de los posibles estados del yo, en ambos vida y obra se iluminan recíprocamente; ambos reflejaron cierta paranoia metafísica emanada de sus tensiones con  el estado policial que les tocó transitar (especialmente enfocada sobre la divergencia entre el aspecto simulado de las cosas y su realidad última: la conspiración, en suma).

Sin embargo, tanto Burroughs como el ya citado Borges fueron “escritores literarios”, surgidos de movimientos que contaron con reconocimiento académico casi desde el principio, mientras que Dick fue considerado toda su vida un autor de género.

Esto situó a la obra de Dick en el status paradójico de ser tanto una denuncia de la sociedad industrial de su tiempo como un subproducto de ella. La metáfora de “Ubik”, el Absoluto encerrado dentro de una lata y puesto a la venta, puede aplicarse a sus mismos libros.

Y, sin embargo, esta paradoja existencial que jugó en contra de sus aspiraciones literarias durante su vida es la que ahora hace que sus libros cobren una fascinación única para el público.

En febrero de 1982, Dick sufrió un accidente cardiovascular que lo redujo a un estado vegetativo. Moriría algunos días después, el 2 de marzo.

El señor Joseph Edgar Dick volvió a escena por última vez para trasladar los restos de su hijo a Fort Morgan, Colorado, y depositarlos en la misma tumba en la que lo esperaba su hermana Jean. Cincuenta y tres años más tarde, el largo paréntesis sobre el mármol se cerraba definitivamente.

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