Paraguay también tiene montañas

Ubicada en el centro-este de la nación guaraní, el pueblo es el principal punto de acceso a la preciosa Cordillera del Ybytyruzú. La marca de los inmigrantes alemanes, entre paisajes que evocan a la campiña de Baviera.

Paraguay también tiene montañas

Wilfred se llama el joven encargado de dar al viajero una bienvenida impensada. El disparador es un problema de motores en el ingreso a Colonia Independencia, que el paisano resuelve con mano experta. “No te preocupes amigo, está perfecta la máquina. Cualquier cosa que necesites nos avisas, que acá estamos para ayudarte”, suelta, con un destello de tierras lejanas en la mirada.

Del encuentro surgen dos verdades conocidas de antemano, muy rápidas ellas en eso de salir a confirmarse: primero, que los habitantes del Departamento del Guairá son los más amables del Paraguay. Y segundo, que la herencia alemana de la comuna está metida hasta en los nombres “Wilfred me puso mi papá. Él es de allá. Acá la mayoría de la gente tiene algún pariente alemán”, cuenta, mientras cierra el capó. “Wilkommen” rezaba el cartel de la entrada y no mentía.

¿Pero que habrá determinado en los teutones la elección de estas latitudes, recostadas al centro este de la patria Guaraní, corazón de Sudamérica?

La respuesta, acaso, radique en el telón de fondo que enaltece la aldea. Es la Cordillera del Ybytyruzú, una preciosa cadena montañosa henchida de esencias indígenas, y que a los ojos del hombre globalizado remite a los paisajes de Baviera, el de las colinas verdes y puras, el que prometía regresos en el medio de la guerra.

Contemplando el espectáculo natural, el viajero hilvana éstas y otras ideas. La que más le fascina tiene forma de pregunta: ¿Quién dijo que Paraguay no tenía montañas?

La naturaleza llama, la cultura también
345 kilómetros al este de la Asunción, bien lejos de los grises capitalinos, Colonia Independencia invita al paseo. Entonces bailan las piernas, que abandonan la leve urbanidad (unas 2.000 personas, a lo sumo), para adentrarse por caminos de tierra que se pierden a la vista de las montañas lindísimas, amables, de plurales tonos verdes, como de algodón.

Entonces, vuelven las citas de Centroeuropa, con los pinares que trajeron los abuelos, con las praderas impolutas repletas de vaquitas y ondulaciones. Dos por tres, una casa de campo. En una de ellas se lee “Escuela de Música”, y de adentro salen Beethoven, Mozart y sus amigos. La dueña es una rubia de ojos escarlata y padres alemanes, que habla el castellano con acento germano, y con eso ya dice todo.

Una vez acostumbrados al apasionante cuadro cultural y antropológico, toca sumergirse de lleno en la naturaleza, y encarar las múltiples opciones que presenta la Cordillera de Ybytyruzú. La misma forma parte de la Reserva de Recursos Manejados homónima, a la que Colonia Independencia sirve como la mejor vía de acceso.

Aquí, hará falta aclarar que la infraestructura turística del pueblo es bastante básica, fenómeno que se repite a lo largo y ancho de Paraguay (país que recién ahora está comenzando a crecer en tales menesteres). No obstante, hay varios hoteles, posadas y campings de muy buena factura para elegir.

Las escapadas son múltiples, todas ubicadas a entre 3 y 18 kilómetros del municipio. Se puede citar los saltos Suizo (una impresionante cascada de más de 40 metros de altura), Mbyju´i (tiene ollas naturales de 12 metros de profundidad), San Vicente y Pa´i; y los cerros Corá, de la Cruz, Mymyi y Akatí.

Con 660 metros de altura sobre el nivel del mar, este último lejos está del más lejano Tres Kandú (50 kilómetros desde Independencia), grandulón que también habita la cordillera, y que con 842 metros de altura corporiza el punto más alto del Paraguay. Sin embargo, supera a aquél en encantos, a partir de unas formas sutiles, y de las impresionantes vistas del norte del Guairá que ofrece desde su cima.

Llegar a cada uno de los puntos citados es llenarse de montaña, conversar con las golondrinas, desear la transparencia de los arroyos y sentirse campesino. Igualito a ese viejo que hace dedo entre tierral, piedras y postales de sueños, y que al subir al auto delata que casi nada sabe de castellano, y todo de guaraní.

Hay muchas sonrisas e intentos, pero la empresa se confiesa imposible. Otra vez surgen realidades tan hechiceras como sorprendentes: en Paraguay, casi el 90 por ciento de la población habla el guaraní con fluidez, y muchos, como el señor de camisa y sombrero de paja que viaja en el asiento de acompañante, ni siquiera entienden el español. Un caso único en América Latina, que alcanza su máxima expresión aquí y ahora, en las narices del viajero. Maravillado humanoide que así suma una nueva excusa para quedarse en Colonia Independencia, mientras se imagina echando raíces.

Crisol de razas y una oscura sorpresa

El caso de Colonia Independencia no es ni por asomo el único que convida Paraguay. Decenas de localidades repartidas en el vecino país surgieron gracias al empeño y las urgencias de inmigrantes venidos desde distintos rincones del planeta. Son ellos, y sus descendientes, los que moldearon y moldean la idiosincrasia de municipios que bien parecieran pertenecer a otros mapas.

Hay pueblos japoneses (en cuyos supermercados se vende saque y sashimi), ucranianos (de iglesias ortodoxas y plazas en las que es común escuchar diálogos en ruso), brasileños (donde los almacenes tienen precios en reales) y hasta colonias menonitas (recónditos lugares de la zona del chaco en los que incluso los indígenas hablan alemán), por sólo nombrar algunos ejemplos.

Con todo, la aldea guaireña sigue siendo de los paradigmas más destacados en ese sentido. Fundada en 1919 por ex-miembros del ejército alemán que pelearon en la Primera Guerra Mundial, Independencia (así, a secas, tal como la llaman los locales), emana costumbrismo teutón en varios frentes.

Sirvan de referencia las comidas (como las salchichas con chucrut, el carré de cerdo con puré de manzana y la célebre torta selva negra que se venden en hoteles y hosterías), la producción de vinos (con cepas de uvas traídas desde la nación germana) y fundamentalmente el idioma: Al colegio alemán asisten tanto descendientes de europeos como criollos puros, por lo que buena parte del padrón maneja, al menos, lo básico de la lengua de Goethe.

Además, el poblado es famoso por la celebración de la tradicional Oktoberfest, o Fiesta de la Cerveza, que tiene lugar en el Club Deportivo Alemán durante los primeros días de octubre. Menos conocido es un caso que aquí ya a nadie impresiona. Es el de un anciano nostalgioso oriundo de Baviera, que cada 20 de abril se viste de militar y abre su casa de par en par para festejar con los camaradas de siempre y sus familias. La fecha en cuestión, conmemora el nacimiento de un tal Adolf Hitler.

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