Para saber cómo es la soledad - Por Carlos Salvador La Rosa

Para saber cómo es la soledad - Por Carlos Salvador  La Rosa
Para saber cómo es la soledad - Por Carlos Salvador La Rosa

La película "Sunset Boulevard" (o "El ocaso de una vida", como se la conoció en Argentina, o "El crepúsculo de los dioses", como se tituló en España) centra su atención en Norma Desmond, una diva del cine mudo que no ha superado ese cambio desde que el cine adquirió sonido. Inmersa en un mundo de fantasía en el que aún se cree la estrella de aquellas épocas, los años 50 la encuentran recluida en su mansión de Sunset Boulevard, conviviendo sólo con Max, su mayordomo.

El poder, junto a los privilegios que porta consigo y que lo hacen tan “adrenalínico”, también suele ir acompañado por la soledad, que puede ser tan buena como mala compañera, según su uso y según el momento en que hace su aparición. Ella está muy presente en los inicios y en los finales de la carrera por el poder.

Además, mientras más alto se haya subido, más profunda es su incidencia. Y hoy, en la Argentina, quizá las tres personas que están sintiendo más la soledad son tres grandes protagonistas de la política nacional: Hugo Moyano, Cristina Fernández y Mauricio Macri.

Hugo Moyano es, de lejos, la más cabal expresión del sindicalismo argentino, quien durante más de veinte años hegemonizó el sector y condicionó decisivamente la vida del país.

Supo mantenerse en un lugar equidistante entre los “gordos” oficialistas y los contestatarios, adoptando de estos últimos un discurso duro pero teniendo un estilo de vida como los primeros. Contribuyó decisivamente con la caída de De la Rúa. Defendió o atacó a los Kirchner según su conveniencia, en un momento hasta creyó ser el Lula argentino y siempre se consideró intocable.

Hasta que lo tocaron; para eso bastó que la Justicia pudiera investigarlo sin que el poder político presionara sobre ella. Moyano sabe que hoy lo están cercando y acusa de ello a Macri, pero no porque crea que su persecución es obra de él, sino porque cree que él no está haciendo nada para pararla.

Es un típico producto, el más acabado, de la Argentina corporativa, donde todo se negocia entre sectores de interés. El problema es que se le fue la mano.

Armó una superpyme familiar, un pequeño imperio que no resiste el menor análisis en cuanto a sus orígenes. Y cuando la Justicia comenzó a avanzar sobre él, tuvo la mala idea de armar una gran convocatoria cuyo único objetivo era que lo defendieran a él de la Justicia.

Desde ese día comenzó su irremediable descenso, lo fueron dejando solo hasta sus amigos de toda la vida. Fue excesiva su pretensión de querer poner todo el sindicalismo al servicio de la defensa de su fortuna personal y de su impunidad judicial.

Así, hoy, tanto los que tienen la cola sucia igual que él como los que la tienen limpia, le huyen como de la peste. Y él no entiende o no acepta su soledad, que es la soledad del ocaso.

La misma soledad de la que adolece Cristina Fernández, pero de un modo más melodramático, tal cual corresponde a una formidable actriz como ella.

Por eso la cita de la película “El ocaso de una vida”, filmada en 1950: esa actriz en decadencia que no resistió el paso del cine mudo al hablado pero que se cree tan importante como antes y que despotrica contra el mundo entero siendo escuchada sólo por su fiel mayordomo, que le dice que sí a todo, es el anticipo en la ficción de lo que luego ocurriría en la realidad, según lo reflejan las escuchas de los diálogos telefónicos entre Cristina y Parrilli durante el año 2016. Otra vez la vida real copiando al arte, burdamente.

Cristina maltrata a quien considera su mayordomo, pero también necesita ser escuchada por éste para maltratar a todos los demás. A propios y ajenos.

Además le da instrucciones a Parrilli de lo que deben hacer para seguir ejerciendo su dominio sobre el país, y si él le responde que no se puede, lo insulta hasta decir basta.

Y él siempre termina diciéndole que sí, sí, sí, sí. No se cansa de decirle sí. Se trata de una autoritaria y un sumiso vocacionales porque no actúan así ejerciendo roles de poder, sino porque a ambos parece gustarles.

A ella gritar y a él que le griten. Es Cristina genio y figura pero desnuda de los atributos del poder, por eso lo que antes parecía excentricidad genial, hoy suena patético.

Y él es el último de los aplaudidores, el único fiel, pero fiel a una causa tan banal que hasta quien recibe sus adulaciones lo cree un mero pelotudo.

Ambos, Moyano y Cristina se han inventado su propia soledad, es el fruto de sus merecimientos, no vino por sí sola. Es por haber querido poner las instituciones que manejaron al servicio de su interés personal.

Lo que les toleraron miles de obsecuentes mientras el poder giraba en torno a ellos, pero cuando el poder cambió de órbita, huyeron todos.

En cambio, la soledad de Mauricio Macri no es obra de sus acciones, sino de la necesidad de tomar decisiones que no puede compartir con nadie, porque de ellas depende que se pueda constituir en el líder o estadista que la coalición que dirige requiere, o si se queda inmovilizado en medio de un país que se resiste a cambiar, donde todos quieren el cambio pero de los demás, nunca el propio. Él fue elegido para acabar con este empate que no conduce a ninguna parte.

Así lo supo hacer para llegar al poder, ahora deberá hacerlo para mantenerlo. Sus dos grandes decisiones iniciales las tomó en contra de la mayoría de sus asesores más racionales.

Y si eligió las ideas de sus asesores más excéntricos no fue porque creyera en éstos más que en los otros, sino porque supo que el momento exigía romper con las convenciones para conquistar el poder Y en esas ocasiones, los locos suelen tener más razón que los cuerdos.

Así lo hizo cuando eligió como su sucesor en la Capital a Rodríguez Larreta en contra de la más popular Gabriela Michetti. Si perdía perdía todo, si ganaba multiplicaba su poder.

Ganó por casi nada y porque Carrió desistió de apoyar a Lousteau, pero ganó. Luego debió resistirse a la tentación de sumar los opositores peronistas de Cristina a la coalición cuando los números estaban más que ajustados. Pero aun así, ajustado, ganó. Condujo una nave por el justo medio cuando todo era turbulencia, y lo hizo decidiendo en soledad.

Hoy es otro de esos momentos cuando nadie parece estar conforme con lo que pasa, y cuando las tentaciones para girar o dar marcha atrás son moneda frecuente.

Ante la presión delirante del cristinismo que quiere dejar todo como está para que de ese modo el gobierno de Macri explote, muchos de los suyos le aconsejan que afloje un poco porque están asustados con la probable reacción popular. Mientras que del otro lado, los ultra liberales le piden que ajuste más rápido porque si no igual todo explotará.

Y es muy difícil gobernar en un país donde todos -amigos, enemigos y neutros- se la pasan diciendo que todo está por explotar.

Es precisamente en ese mar bravío donde las gigantescas olas chocan unas contra otras y todas hacen del barco una cáscara de nuez, que la soledad que les hace perder todo sentido de la realidad a Moyano y Cristina, a Macri le puede servir para exactamente lo contrario, para que le ayude a devolver el sentido de la realidad a un país que parece haberlo extraviado. Ese es el papel del capitán del barco cuando hay amenaza de naufragio.

Volver sobre sí mismo, pensar que deberá ser el último en abandonar el barco y saber que todos lo han dejado solo porque, frente al temor de ahogarse, están pensando en su propia salvación a la vez que anhelan del capitán que sea capaz de pensar por todos. El hombre está solo y todos los demás esperan. A que sea capaz de ejercer el poder en soledad.

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