La paliza que sufrió Mauricio Macri a manos del kirchnerismo en las elecciones primarias le exige al Presidente la máxima responsabilidad a partir de hoy para reasegurar la gobernabilidad y evitar que un cimbronazo financiero profundice la crisis de la Argentina.
Pero no es menor el compromiso que recae sobre Alberto Fernández y su compañera de fórmula, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner: deben aclarar con rapidez cuál será su plan de Gobierno si se imponen en las generales de octubre.
Ya no se trata de meros discursos de campaña para resaltar que el otro es peor. Hay mucho en juego. Todos deben hablar con claridad: qué harán con el dólar, el déficit, el gasto público, los 42.000 millones de dólares de vencimientos de deuda en 2020 y medidas de reactivación económica.
La dirigencia política del país tendrá que estar, desde hoy, a la altura de las circunstancias para evitar que los precios de los activos argentinos se desangren ante una aversión al riesgo que, casi sin dudas, mostrará el mercado financiero.
En los últimos meses, el Gobierno había logrado cierta estabilidad financiera con el látigo de la tasa de interés y la chequera del FMI, que puso sobre la mesa de Macri 50.000 millones de dólares a pagarse en cuotas. Y la misión del macrismo consiste en evitar que el mercado le pulverice ese esfuerzo del país, no de su gestión.
El desafío también consiste en evitar que, como consecuencia de una eventual profundización de la crisis, los salarios de los argentinos se sigan derrumbando a manos de una inflación que continúa en niveles récord en 27 años.
En política, ningún resultado es irreversible. Pero una distancia de 15 puntos -y solo 77 días hasta las generales- parece imposible de descontar. Sobre todo cuando ese resultado pone a los Fernández en situación de victoria cómoda en primera vuelta.
Por ello, quizás como nunca en sus 44 meses de gestión, el Gobierno tiene que moverse muy rápido y mostrar iniciativa, fortalecer la gobernabilidad, dar certezas y, sobre todo, mostrar que tiene chances concretas de ganar sino en la primera vuelta forzar en un balotaje.
Al menos por ahora quedó demostrado que el Gobierno no podrá triunfar sólo con la apelación al “republicanismo” ni que los ciudadanos midan su espíritu electoral en función de mejoras institucionales: ayer primó el voto de la heladera y el drama de no llegar a fin de mes.
También quedó demostrado que los votos no los dominan los dirigentes. La capitalización del sufragio que el oficialismo confió estaba en su poder se terminó justo donde inicia el doblés del bolsillo, castigado como pocas veces por las políticas oficiales.
No fue menor la bomba de déficit e inflación que a Macri le dejó su antecesora y hoy verdugo Cristina Fernández. Tampoco fue menor la sensación de impericia que el propio gobierno generó cuando ejerció un mal manejo de esos dramáticos problemas, a los que lejos de resolverlos los agravó.
Anoche Marcos Peña y Elisa Carrió pusieron la cara cuando todo era desazón en el búnker del oficialismo, previo a conocerse los datos finales. El funcionario se mostró confiado en descontar en octubre e ir a un balotaje, aunque sus propios colaboradores luego hablaban de una misión casi imposible.
Y Carrió salió a bancar al oficialismo. “Repito lo que dije cuando voté. Yo no registro (estas elecciones de) agosto. La única certeza que tengo es que la República democrática ganará por más del 50% en octubre”, dijo. Ella y Peña le hablaron más al mercado financiero que a los ciudadanos, casi como pidiéndoles piedad.
En la otra vereda, Alberto se mostró eufórico. Y, desde Río Gallegos, la ex presidenta envió un mensaje con tono sereno, explicando que su espacio sabe a los desafíos que se enfrentan principalmente por el deteriorado estado de la economía. Ambos dieron a entender que no tienen dudas que serán Gobierno después del 10 de diciembre.
En el kirchnerismo y en el búnker del oficialismo que anoche se vació rápido había un único denominador común: el entendimiento de que la jugada de Cristina Fernández al correrse y poner a Alberto como presidenciable había tomado una espesura insospechada.
Es que Fernández, el profesor universitario y otrora enemigo de su actual socia política, era el único dirigente con posibilidades concretas de reunir al kirchnerismo, al massismo y al Partido Justicialista. Y esa situación, además de la crisis económica que condenó a Macri, fue decisiva para la victoria del Frente de Todos.