Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Escuché la conmovedora frase de boca de Jane Goodall -una conservacionista inglesa considerada la mayor especialista mundial en el estudio de los chimpancés- en una de las Conversaciones que ofrece la edición web del diario La Nación: "Si las próximas generaciones no hacen un mejor trabajo, en 100 años no me gustaría estar en este planeta".
El célebre oceanógrafo estadounidense, Robert Ballard, ya lo había advertido hace 30 años en una entrevista publicada poco después de que el investigador descubriera los restos del Titanic en el fondo del Atlántico: "El próximo conflicto de la especie no será político, ni económico, ni religioso. Será ecológico".
Conviene recordar ambas sentencias vitales ahora. apenas días después de que el gobierno de China declarara por primera vez el alerta roja por contaminación ambiental en Pekin. Una medida que obligó a cerrar las escuelas, limitar la actividad de las industrias y restringir a la mitad el tránsito de vehículos durante dos días de polución severa. El objetivo era proteger la salud pública ya que la lectura de partículas PM2,5 había trepado a 300 microgramos por metro cúbico (m3), cuando para la Organización Mundial de la Salud (OMS) el nivel seguro para dichas partículas es 25 por m3.
Coincide también con la reunión que concluyen en Le Bouget, cerca de París, representantes de 195 países que participaron de la denominada Cumbre del Clima, que intentaban ponerse de acuerdo para que no se hagan realidad las apocalípticas frases de Goodall y Ballard.
Las novedades suenan esperanzadoras. El texto presentado para el acuerdo final fija una limitación del calentamiento: que el aumento de la temperatura global hacia 2100 sea como máximo de 2 grados centígrados respecto de la era preindustrial y que se deberán hacer esfuerzos para que sea inferior a 1,5 grados. En cuanto a la financiación para avanzar en las reducciones los países desarrollados aportarán 100 mil millones de dólares al año hasta 2025, pero quieren que a partir de ese momento se amplie la base de donantes de manera que también aporten los países que estén en condiciones de hacerlo.
Algo importante es que se destrabó un impedimento legal que trababa la firma de EEUU, lo que transformaba en ineficaz cualquier compromiso que se suscribiera. El tratado no será "legalmente vinculante", pero a cambio EEUU aceptó la inclusión de metas de cumplimiento intermedio que se revisen cada 5 años.
No obstante, los argentinos tenemos de qué preocuparnos. La organización Climate Action Trucker (CAT), que evaluó las propuestas con que los países llegaron a ese encuentro mundial, consideró que la nuestra es inadecuada y una de las peores entre las 185 presentadas ante las Naciones Unidas (ONU). Su sentencia fue rotunda: si todos los países hicieran lo que propone la Argentina, la atmósfera se calentaría 4 grados hacia fines de este siglo. Según la CAT, la Argentina se ubica en el puesto 21 de productores de sustancias nocivas.
Los tres factores que generan esas emisiones en nuestro país son: la matriz energética (basada 90% en combustibles fósiles), la alta influencia de la ganadería en el sector agropecuario (produce metano) y la desforestación (en 25 años se perdió 22% de los bosques del país). Esto golpea con dureza la producción agrícola y la disponibilidad de agua.
Y ahí entramos los mendocinos. El agua, básica para el "milagro" de los oasis donde vivimos. La vitivinicultura, emblema de nuestra producción. Los árboles, quizás la mayor "invención" de la cultura provincial. Nada nuevo, dirán Uds. con razón: desde hace años sufrimos en nuestros hogares los efectos de la crisis hídrica que la escasez de nevadas provoca en los caudales de los ríos y la puja que esto genera entre consumo humano y riego. Menos conocido es el efecto que esto tendría en el agro: el aumento de la humedad, la temperatura y las lluvias dañaría severamente la vitivinicultura.
Si no actuamos a tiempo será entonces cuando valoraremos con nostalgia la que quizás sea la mayor construcción colectiva de los mendocinos: la cultura del árbol. De acuerdo con datos oficiales de 2013 del Plan Provincial de Forestación, en Mendoza hay unos 4 millones de árboles que conforman los denominados bosques urbano (1,7 millones de ejemplares) y productivo (2,3 millones).
Una cuenta simple cruzando esa cifra con la población estimada de la provincia nos daría cerca de un árbol por persona en las zonas urbanas. El dato adquiere relevancia si se tiene en cuenta que, por ejemplo, la ciudad de Buenos Aires tiene un árbol cada 8 personas (considerado el mínimo sugerido por la OMS para los ambientes urbanos); Barcelona, uno cada 10 habitantes; Curitiba, uno cada 12; y Nueva York, uno cada 14.
De eso se habló en la Cumbre del Clima. De lo que pasará en los patios y las veredas de nuestros hogares.