Para la desmemoria de Roberto Vélez

Para la desmemoria de Roberto Vélez

¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá. Quijote, Cervantes
 
Jugaba muy  bien al fútbol y era un gran seductor. Tenía porte atlético, un tipo muy lindo y las chicas suspiraban cuando lo escuchaban hablar en la Facultad de Ciencias Políticas. Preciso en sus palabras, muy buen orador, ya dejaba claro que no era un estudiante común y que en ese tiempo había leído y militado mucho.

El último año, 1975, fue presidente del Centro de Estudiantes. En 1976 no tenía buenas noticias para la militancia. En junio hubo expulsiones masivas, pero para Roberto eso no fue nada. Le esperaban cosas peores, bombas en su casa, puestas por la misma policía y luego su detención y una larga estadía en la cárcel de La Plata. Roberto era un curtido hijo de un dirigente del Partido Comunista de origen sindical que tuvo protagonismo en el Mendozazo. Roberto siguió sus pasos y militó primero en la Federación Juvenil Comunista y después en el PC.

El golpe de 1976 fue la pérdida de contactos con todos los que militábamos en la facultad. Fue el ingreso brutal a alguna zona que nos permitiría pasar desapercibidos. Cuando llegó la democracia rompió con el Partido Comunista, que lo acusaba de autoritario y de haber hecho arreglos non sanctos con Videla. Los disidentes formaron otro partido. Se fueron dirigentes de la talla de Ángel Bustelo, compañero de prisión en La Plata. Luego vinieron otras formaciones políticas, una de ellas el Partido Fiscal del que fue concejal. Retomé contacto con Roberto cuando quería hacer una segunda edición mejorada de su libro acerca de la represión en la Universidad Nacional de Cuyo y el continuismo. Trabajé a su lado, como editor, en la corrección de esa edición y en la Feria del Libro de hace unos cuatro años pudimos presentarlo pero en la versión digital. Tengo entendido que la Ediunc publicará esa edición que mejora considerablemente la primera, en lo que hace a datos y nuevos contenidos actualizados.

Cuando empecé a escribir mi libro acerca de la militancia de los setenta, me lo encontré en los periódicos de los ochenta como un activo participante de los derechos humanos. Estuvo entre los primeros que reclamaron que se esclarecieran varios asesinatos y desapariciones de los setenta. Supe también de luchas ideológicas y desavenencias terribles con sus ex compañeros de militancia que tuvo Roberto en el seno de las organizaciones donde estuvo y que fueron varias. No podía ser de otro modo. Roberto fue siempre un militante muy activo, perturbador, polémico, explosivo, confrontativo, del estilo de lo que fue Ingenieros, Leandro Alem o Sarmiento. A diferencia de Benito Marianetti, otro intelectual de izquierda, Roberto venía muy de abajo y tampoco fue pontificado como lo fue Marianetti, quien terminó siendo convertido en una postal mendocina, pero Vélez hasta el último minuto siempre fue fruto de la polémica. Roberto tuvo vida privada, una familia hermosa, pero siempre la militancia lo marcó como proyecto de vida.

Estaba muy enfermo pero su actitud era mostrarse despreocupado y sólo con "algunos problemitas". En estos meses participó del Frente Popular y parece que no estaba bien de salud, y por eso algunas ausencias, pero siempre prometiendo que pronto se incorporaría con toda la fuerza.

El lunes, a la tarde, mi amigo Guri me avisó que Roberto había muerto.

Con él muere el estilo de militancia activa que no renuncia al pensamiento. Hoy ese tipo de intelectual de la política no abunda. Es tiempo de intelectuales orgánicos, al servicio cerebral del político de turno. Es que Roberto fue claramente un intelectual sin ataduras partidarias o dogmas. Lo prueban sus libros, algunos con exhaustivas investigaciones, minuciosas en describir por ejemplo cómo funcionaba la represión y la inteligencia del golpe. También tuvo gran protagonismo en los juicios de lesa humanidad.

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