Frente a las investigaciones tendientes a echar por tierra el ritual de recibir la visita de Papá Noel durante la noche de Navidad, los especialistas dedicados a la infancia aseguran que lo mejor es que las familias vivan ese momento de la forma más natural posible.
Recomiendan, incluso, disfrutar de la esencia de la fecha y aprovechar a favor cada demostración de afecto, más allá del obsequio que los más pequeños de la casa encuentren a los pies del pino.
Ocurre que a pesar de que la existencia del anciano de barba blanca que viaja en su trineo sea un hecho para la mayoría de los padres e hijos, en el proceso de crecimiento puede haber momentos de duda, ansiedad e incertidumbre frente a un ser que marca presencia en el hogar pero que no siempre aparece en persona.
También puede ocurrir que el niño o niña piense que el pedido que expresó en su carta no sea cumplido, interpretando que debido a su mal comportamiento durante el año "Papá Noel me castigó".
Lo cierto es que como se trata de una figura que siempre desea el bienestar de los más chicos, nunca debe tener una actitud de juzgamiento o control, sino más bien de afecto.
"El regalo que deja este personaje forma parte del simbolismo y eso es bueno para fomentar la ilusión en los más pequeños. Él -por Papá Noel- deja los regalos para que los hijos disfruten junto a sus papás. Éste debe ser un momento grato y eso es positivo en la infancia", explica la psicóloga infantil Verónica García.
Ocurrentes, tiernas y disparatadas, las cartas que dan la vuelta al mundo desde Mendoza y llegan al Polo Norte dan cuenta de la inocencia e ilusión que los más chiquitos depositan en el querido personaje, que en algunas familias hasta suele hacerse presente con su roja vestimenta.
Un traje de astronauta, una cama elástica de miles de pulgadas o un disfraz de hombre araña para niña son sólo mínimos ejemplos de las solicitudes que este año formaron parte de algunos pedidos.
Pero lo cierto, explica la psicopedagoga Nancy Caballero, es que los papás tienen la posibilidad de explicarles a sus hijos que es bueno que piensen en una segunda opción, debido a que no siempre Papá Noel tiene la posibilidad de cumplir ese deseo a rajatabla. Se trata más bien, explica, de una demostración de amor a los niños.
En las familias creyentes los regalos representan un homenaje a Jesús nacido, mientras que entre los más escépticos significa la unión y el regocijo entre los miembros de la familia.
“En realidad, lo lindo de esos momentos no reside en el regalo en sí, sino en lo que cada uno siente; es una oportunidad para mirarse y abrazarse, y eso siempre es bueno”, dice Caballero como respuesta a las exigencias en un mundo signado por el consumo.
Así, lejos de desestabilizar la relación entre padres e hijos (como ha indicado la psicóloga clínica Kathy McKay en un estudio publicado por la revista Lancet Psychiatry este año), la creencia en esta figura navideña puede ser una oportunidad para forjar sentimientos positivos.
Cuando surjan dudas -coinciden los expertos- lo mejor es decir siempre la verdad, de una manera natural, haciendo hincapié en el simbolismo del que estaba embebido cada obsequio que, en secreto, deja Papá Noel en aquel mágico rincón del living.
La psiquiatra y psicóloga especializada en niños y adolescentes Sonia González Herrera comparte una visión completa. Dice que mientras que algunos papás directamente eligen los regalos en conjunto con los hijos -con la autorización del Papá Noel- otros aguardan la sorpresa en sus hogares.
“No hay una fórmula ni una edad. Cada familia lo vive según sus pautas culturales y criterios”, explica la especialista y detalla que el ‘ritual’ de los regalos forma parte del folclore de la Navidad. “Esto no tiene nada de malo ni puede ser dañino, porque en definitiva lo que se hace es fomentar la ilusión entre los más chiquitos”, dice.
Por su parte, muchos papás sostienen que sus hijos más grandes han sabido comprender la esencia de estas demostraciones e incluso han mantenido la complicidad con Papá Noel para fomentar la alegría a sus hermanitos.
“Creo que son momentos de la infancia que no se nos borran más. A mí me hizo muy bien y por eso mantengo la tradición de acompañar a mis hijos en este proceso”, comenta Adriana Figueroa (32).