Parece una paradoja, pero cuando en años anteriores anunciaban que había que esperar las buenas noticias siempre se referían al último trimestre, pero ahora las cosas se han invertido. En esta ocasión, y con todas las previsiones que hacen políticos y economistas, todos esperan un último trimestre tan malo que nadie se atreve a hacer planes.
Más allá de los números macro, que pueden asustar, será interesante bucear para ver de qué forma el actual cuadro situación puede impactar en cada región y en las distintas ramas laborales. En principio, el gobierno admitió que la inflación anualizada puede llegar a 42% a fin de año (hasta el momento acumula 20%), el dólar lo ven en $ 39 y se estima una caída del PBI de 2,5%, como mínimo.
Se espera que el último trimestre sea malo porque, con las previsiones de inflación, las tasas de política monetaria se mantendrán en 60% hasta fin de año. Esto no quiere decir que todas las tasas se muevan en ese nivel. Por ejemplo, las Lebac remanentes se negocian en el mercado secundario con una tasa del 37%. Las tasas bancarias han subido pero en la mayoría de las líneas no alcanzan ese nivel, salvo cuando son préstamos automáticos sin garantía, pero depende de las entidades financieras.
Lo cierto es que el financiamiento tradicional para las empresas (descubiertos, descuento de cheques) se ha puesto muy caro y también lo es para los usuarios ya sea de créditos personales como de tarjetas de crédito. Además, la inflación ha impactado en el poder adquisitivo de los salarios y, aunque hay sindicatos que piden reabrir paritarias, algunas empresas avisan que con la recesión les resulta imposible dar nuevos aumentos.
Esta es la razón por la que el consumo está retraído y viene marcando caídas respecto de los mismos periodos del año anterior. Esa retracción de los consumidores tiene que ver con los salarios depreciados y, en algunos casos, con la obligación de pagar deudas contraídas ya sea por viajes al exterior como por la compra de bienes (autos, televisores, heladeras, lavarropas, etc.).
El escenario del nivel de actividad ya está planteado con una caída de 2,5% del PBI. El problema es que semejante caída genera un arrastre hacia el primero y segundo trimestre del año próximo. Por esa razón es que el mismo ministro Dujovne calcula que 2019 puede terminar sin caída pero sin crecimiento.
En el medio, habrá actividades que pueden amortiguar el efecto global, pero con resultados muy localizados. Toda el área de producción de granos puede tener una buena cosecha y de tal manera generar un ingreso de divisas mayor que el de este año. Aunque los precios están en baja y les han agregado retenciones, es probable que sea un año razonable.
Otras economías regionales pueden verse beneficiadas por el tipo de cambio, como el caso de la fruticultura patagónica, con peras y manzanas, y algo similar pude ocurrir en la zona cuyana con la vitivinicultura. El sector de frutas y hortalizas podría recibir también los beneficios del tipo de cambio. Otras zonas y otras producciones también pueden verse beneficiadas, como respuesta inmediata. Otras actividades industriales pueden demorar un poco más.
El sector turismo es otro que puede generar resultados positivos. De hecho, ya se está viendo mayor presencia de viajeros del exterior y mucha menor salida de argentinos, lo que puede dar vuelta la balanza monetaria turística y comenzar a generar saldos positivos. De la misma manera se espera que los argentinos elijan viajar dentro del país en las próximas vacaciones, si los precios son razonables.
El futuro del dólar
El precio de la moneda norteamericana estuvo mucho tiempo contenido por efecto del ingreso de préstamos del exterior que mantenían muy abastecido el mercado y no permitían que sus valores se fueran actualizando al ritmo de la inflación.
Cuando comenzó a subir la tasa en EE.UU. los mercados miraron con más atención y plantearon dudas sobre la solvencia de Argentina y se produjo un doble efecto. Salían capitales, aumentando la demanda, y ya no ingresaban dólares financieros, restringiendo la oferta. Estos dos efectos en simultánea provocaron la disparada del precio del dólar y desató la necesidad del gobierno de recurrir al FMI, en carácter de prestamista de última instancia.
A la situación de desconfianza sobre nuestra situación, se le sumo un conflicto de guerra comercial entre China y EE.UU., sanciones de este país a Turquía y una política monetaria contractiva de la Reserva Federal (Banco Central) de ese país que hace subir la tasa y eso trae aparejado un crecimiento del valor del dólar que hace devaluar a todas las monedas del mundo.
Hoy por hoy el futuro del dólar en nuestro país estará en manos de la Reserva Federal y este camino no se sabe cuándo se detendrá. La tasa de referencia está en 2,5%, pero los memoriosos recuerdan que la última escalada alcista de la tasa se dio entre 2006 y 2007, cuando llegó a 5%.
Antes, cuando ya iba por 3%, comenzaron a caerse muchas hipotecas y eso complicó a los bancos. En 2007, en 5%, se produjo la caída de Lehman Brothers, se alteró todo el sistema financiero y cayeron en una depresión de la que comenzaron a salir en 2016.
Durante toda la depresión, la Reserva Federal mantuvo la tasa en 0,25% y el dólar se devaluó y creció el valor de todo el resto de las monedas nacionales. Hoy estamos viviendo un ciclo inverso, que podría parar en 3,5% (un año y medio) o en 5 % (dos años y medio). Durante todo ese proceso el dólar subirá en el mundo y se depreciarán las monedas nacionales. Lógicamente, el peso argentino seguirá el mismo derrotero, con el agregado de nuestras propias debilidades.
Con esto queremos decir que todavía hay recorrido para el valor del dólar siga subiendo. Podría darse el hecho de que ante una fuerte depreciación se estimule el ingreso de dólares por exportaciones o de algunos inversores que vengan a hacer compras y eso haría que el precio se tranquilice o, incluso, que baje por un tiempo.
La inflación que viene
Como decíamos, el gobierno espera un 42% total para este año, mientras algunos analistas arriesgan un 45%. El dato es que hasta Julio se habían acumulado 20%, lo que significa que en los próximos cinco meses habrá que esperar un promedio de alza de precios del 5% mensual, y esto dejará un arrastre indudable hacia el primer trimestre del año próximo.
La fuentes de esa inflación serán los ajustes de precios de servicios públicos, cuyos subsidios aún no han podido retirarse totalmente por efecto de la gran devaluación sufrida por la nuestra moneda. Pero además, jugará un rol importante el valor del dólar, ya que muchos productos están dolarizados, aunque usen poco o nada de insumos importados.
La gran duda es acerca de la posibilidad cierta que tengan las empresas de trasladar estos efectos a sus precios frente a la caída del poder adquisitivo de los salarios en un escenario de marcada recesión. Como ejemplo, la devaluación de los últimos doce meses fue algo más del 100% y la inflación en el mismo lapso del 30%.
Cabe señalar que no siempre se produce un traspaso completo de la devaluación a precios. En algunos casos, como en 2016, la liberación del mercado cambiario coincidió con el inicio de los ajustes de tarifas, lo que hizo que el proceso se potenciara. Hoy el remanente de subsidios a las tarifas en mínimo, por lo cual es probable que se llegue a un traspaso total.
Hacia fin año habrá que esperar los resultados del nuevo acuerdo con el FMI, de la sanción del nuevo presupuesto y de la aparición de mayor cantidad de divisas desde diciembre para saber si el ciclo encontrará una cierta estabilización o requerirá de mayor devaluación.