La desastrosa política de Moreno ha perjudicado por igual a consumidores, productores de trigo, exportadores, a toda la cadena industrial, posiblemente con excepción de la industria molinera que goza de un régimen de protección especial.
Simplificando, para entender lo que ocurre en este momento, recordemos que las políticas aplicadas a la comercialización externa e interna de trigo desalentaron de tal modo la siembra de trigo que en la campaña pasada el área sembrada fue la menor en un siglo.
Además, los cultivos fueron afectados por contingencias climáticas que redujeron los rendimientos y la calidad del producto.
La consecuencia previsible fue la falta de trigo suficiente y, como puede prever cualquier persona con sentido común, el precio comenzó a subir y, por consecuencia, la harina. Hacia agosto el trigo en el mercado interno se cotizaba casi al doble del precio internacional. El problema se solucionaba fácilmente autorizando la importación de trigo desde el Uruguay, pero la ceguera ideológica del gobierno no lo permitió.
La bolsa de harina que en enero de este año costaba $ 95 llegó a $ 370 en octubre, esto es un incremento del 290%, habiendo bajado después a $ 300, es decir poco menos del 20%. En tanto el pan en el período considerado aumentó poco más del 100%, pasando en números redondos de $ 10 a $ 20 el kilo.
Al haber bajado el precio de la harina se plantea la discusión de la traslación de esa baja al precio del pan y derivados. La Asociación de Industriales Panaderos y Afines ha sugerido una baja del 10% en el precio. Algunas panaderías han aceptado la sugerencia en tanto otras dicen que seguirán como están.
Es que de inmediato aparece el problema de la inflación, el aumento de los costos de producción. Dice el presidente de entidad citada: "En los 11 meses de este año esos costos han aumentado mucho más que el valor de nuestros productos y si se hubiera trasladado el aumento, el precio sería más alto aún. Así y todo señala una caída del 30% en el volumen de ventas".
Es una realidad que el resto de costos no sólo no han bajado sino que siguen subiendo; hay industriales que todavía están usando harina comprada a los precios anteriores.
Pero lo que subyace en la actitud de los panaderos es que no se pueden reducir los precios porque la inflación va a seguir, es decir piensan igual que todos los habitantes del país, como lo muestran las encuestas. La inflación no sólo va a continuar sino que puede aumentar, que es lo está ocurriendo.
Estas expectativas inflacionarias son el factor clave para perpetuarla. Esas expectativas se han formado a lo largo de seis años de alta inflación que el gobierno no combate sino, peor aún, dice no existe, como lo expresa todos los días el "nuevo" ministro de Economía.
Si el gobierno no encara un programa consistente, las causas de la inflación, que no son otras que la desquiciada política de gasto público financiado con emisión de moneda, la baja del precio del pan durará menos que un suspiro.
Pero hay un punto clave: para erradicar la inflación, hay que quebrar la expectativa inflacionaria y para ello hacen falta medidas concretas y credibilidad. Ninguna de las dos cosas aparece en el horizonte cercano del gobierno. Para rematar el asunto la cosecha de trigo de esta campaña que se está levantando parece ser bastante menor que lo pronosticado.
Los panaderos y las expectativas
En esta columna nos hemos ocupado en reiteradas oportunidades de la verdadera catástrofe ocurrida con la producción de trigo y, consecuentemente, con sus derivados: la harina en primer término y todos los productos que usan ese insumo en las etapas siguie
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