Palmira no sólo es tierra de Ferroviarios, sino que ha quedado en la historia de nuestro deporte por ser cuna de atletas: Irma Gladys Ortega, Cacho Espínola (corrió la San Silvestre en 1981 y hoy es presidente de la Asociación), Alfredo Maravilla (también participó en la San Silvestre en 1981) Miguel Batistella, Angela Modón, Jorge Olguín, Elina Urbano (luego se destacó en remo junto a Patricia Conte), Sonia Molina, Nadia Díaz, Carlos Alfaro, Julio y Oscar Trinca, Carlos Mc. Carr, Edgardo Tumbarello, Eva Gómez, Mario Barrionuevo, los mellizos Francis, Jorge Arce, Daniel Morán, Gabriel Rocchia, María Reyes, Patricia Pabes, Laura Di Paola, Fernando Caltabiano, Laura Ruiz, Carmelo Ganghi, Daniel Sosa, Nicolás Matricardi (llegó a jugar al fútbol como centro-delantero en Atlético Palmira y Gimnasia y Esgrima) y Daniel Zapata integraron, entre los más importantes, aquel grupo de deportistas que hicieron de Palmira "la capital del atletismo mendocino".
En tierras jarilleras recuerdan que de los patios de las escuelas, sus potreros, las costas del río Mendoza y de un polvoriento campo de atletismo que con el tiempo llevó el nombre de Gladys Ortega surgió en las décadas del '60 y del '70 una generación de jóvenes atletas que se conoció como la Agrupación Atlética Palmirense (AAP), que tenía una pista de tierra muy precaria contigua a la cancha del Club Atlético Palmira. Cuentan que los profesores Nibaldo Azócar y de modo especial José Olguín, fueron los precursores de aquel movimiento que recuperó la práctica del atletismo en la provincia, que había alcanzado su máximo esplendor en los años '30 y '40 en el departamento de Maipú, cuando surgía el notable Juan Domingo Ribosqui.
Aquel faro del Este que iluminaba con su brillo y su luz la senda del atletismo se comenzó a apagar, hasta quedar definitivamente a oscuras a fines de los ‘80 y comienzos de los ‘90, en simultáneo con la desaparición del ferrocarril. Los torneos regionales, provinciales y encuentros intercolegiales pasaron a ser un recuerdo, al igual que el esfuerzo de los padres que llevaban las colchonetas, las vallas y las jabalinas para que sus hijos pudieran hacer el deporte que habían elegido.
“Un puñado de futuro” fue el merecido elogio que recibió de la revista El Gráfico en setiembre de 1968 Gladys Ortega cuando, con un nuevo récord nacional que recién fue batido en 1994, logró a los 17 años la medalla de oro en lanzamiento de bala en el Campeonato Sudamericano Juvenil de Atletismo disputado en San Pablo, Brasil, donde se había inaugurado la moderna pista San Bernardo Do Campo. En ese mismo torneo fue segunda con medalla de plata en lanzamiento de disco y jabalina, éxitos internacionales que repitió ahora en mayores en los Sudamericanos de Ecuador (1969), Chile (1971), Perú (1973), nuevamente Brasil (1975) y Uruguay (1977) y en los Juegos Panamericanos. Entre 1965 y 1977 ganó varios títulos nacionales y provinciales, además de cientos de certámenes intercolegiales siempre en alguna de sus tres especialidades: disco, bala y jabalina.
Por entonces se había recibido de profesora de educación física y ejercía en el colegio Nuestra Señora de la Compasión y en la Escuela Nacional de Palmira y se había casado con el profesor Leandro Espínola, el padre de su hijo Leandro Gastón. Justamente ese nacimiento fue el único rival que pudo vencerla. Es que tras 25 días en una sala de cuidados intensivos por una hemorragia producida en el parto.
“Palmira está de duelo, el deporte de Mendoza también”, fue el título de Los Andes en su edición del día siguiente, el 19 de octubre, al despedirla con el respeto, la admiración y la gratitud que su figura merecía.
Aquella nota decía en sus párrafos más salientes y emotivos: “Transitó las pistas, recorrió los andariveles con sus enormes ojos negros y parecía palpar las posibilidades antes de las pruebas. Y así, en esa confianza fue ganando y señalando para Mendoza la urgencia del triunfo de un deporte huérfano, que ella hizo suyo. Y lo llevó al podio. Con la sencillez, la humildad y la grandeza de quienes se hallan dotados. Por eso es más sensible la pérdida, por ello es más honda la congoja. Gladys Ortega perdió ayer el último salto en su lucha con la vida, ahora ha quedado en el regazo infinito de Dios”.
En su homenaje, por resolución del 14 de junio de 1995, la escuela de nivel inicial N° 1-716, que ubica en el Barrio Belgrano de Palmira, se llama “Profesora Irma Gladys Ortega” al igual que un campo de atletismo en San Martín. También se instituyó con su nombre el Gimnasio Municipal N° 3 de la capital de Mendoza.
“Ella tuvo la genialidad que tiene que tener un deportista, además del talento, tuvo la constancia, la perseverancia, el desarrollo de su templanza para entrenar todos lo días de la semana y para sobreponerse a los momentos difíciles. Entrenaba y al mismo tiempo estudiaba y trabajaba”, comenta con orgullo Leandro Espínola, viudo de Ortega y también un reconocido deportista de la zona Este.
Elina Urbano, quien terminó siendo olímpica en el remo, se destacó en todo lo que emprendió en el campo del atletismo donde en distintos períodos representó a Palmira y a la UNCuyo y donde a los 9 años participó en una carrera pedestre de 1.200 metros en los Campeonatos Evita y Hombre Nuevo. En 1978 resultó Campeona Sudamericana de Menores en Pentatlón, en 1980 Campeona Sudamericana Juvenil de Heptatlón y en 1984 Campeona Argentina de Mayores en la misma especialidad que comprende siete pruebas: 100 metros con vallas, lanzamiento de bala, salto en alto, 200 metros llanos, salto en largo, lanzamiento de jabalina y 800 metros llanos. En 1980 recibió la Cruz al Mérito Deportivo que era la máxima distinción que entonces otorgaba el Círculo de Periodistas Deportivos de Mendoza y al año siguiente en 1981 logró el récord mendocino de salto en alto que fijó en 1,65 metros.
A partir de 1987, cuando obtuvo la Primer Edición del Triatlón Vendimia Femenino, competencia que desde ese año obtuvo ocho veces de manera consecutiva, pasó a ser "La Reina del Triatlón" como se la identificó en el ambiente deportivo para ponderar de alguna manera sus virtudes y condiciones en natación, ciclismo y pedestrismo. Siempre bajo la atenta mirada de don Pancho Urbano que seguía y cuidaba sus pasos con su amor de padre.
Durante mucho tiempo representó en todo el país a Regatas en distintas competencias del calendario nacional y se recuerda de modo especial su rivalidad con Laura López en el Triatlón de la Ciudad de La Paz en Entre Ríos. Incluso llegó a intervenir en el Campeonato Panamericano de Triatlón en las Islas Vírgenes de los Estados Unidos.
Alfredo Maravilla. había nacido en La Paz y cuando tenía 9 años su familia se radicó en Palmira, lo que así evocó en la amable charla con Más Deportes: "llegué a jugar en una selección juvenil de baby fútbol que le ganó a River y a Racing cuando vinieron a la provincia. Me ponían de número 5 porque era ligerito y en el mediocampo los corría a todos.
Fue en la época de la primaria cuando me picó el bichito del atletismo, quizás por la influencia del profesor José Olguín, que se convirtió en mi primer maestro. Yo concurría a la escuela Martín Miguel de Güemes de la que surgieron tantos atletas que con el tiempo hicieron de Palmira un centro deportivo muy importante. Empecé a correr en pruebas pedestres al principio de cortas distancias: 400, 600 y 800 metros. Sin embargo desde muy joven tuve que compartir el estudio, el trabajo y el deporte y no podía tener continuidad con los entrenamientos y la dedicación plena al atletismo.
"Estudié hasta segundo año industrial y más tarde aprendí el oficio de electricista, por lo que conseguí un empleo en una compañía de alta tensión llamada Soinco. Nos encargábamos del arreglo de postes y torres de iluminación y llegué a medio oficial. Muchas veces hacíamos distancias largas y mis compañeros no lo podían creer porque me llevaba la ropa en el camión y me volvía corriendo".
También contó que “el que me vio condiciones como fondista fue el profesor Olguín, que me hacía practicar con atletas mucho mayores cuando salían a correr. De las distancias cortas pasé a las de 1.500, 3.000, 5.000 y 10.000 metros llanos, a veces también con obstáculos. Así logré varios títulos provinciales y cuyanos, gané torneos intercolegiales y me destaqué bastante a nivel nacional. En el 75 me fui a trabajar dos años a Malargüe hasta que pude regresar cuando conseguí un trabajo mucho más cerca en la Municipalidad de San Martín. Por supuesto que volví a correr y por esa época me relacioné con Cacho Espínola, que me ayudó y resultó la persona que me acompañaba a todas las carreras”.
Cacho Espínola. Fue maestro de todos los personajes. Como atleta se destacó obteniendo el título de campeón cuyano y mendocino, desde 1966 hasta 1984, fue integrante de la selección Argentina en 10 oportunidades, logrando el reconocimiento internacional a través de cuatro medallas de oro, una de plata, y una de bronce. En su labor como entrenador se encuentra, un subcampeón mundial y ocho títulos Sudamericanos con seleccionados nacionales.
El asegura que su momento de gloria fue en el año 1968 cuando por primera vez se consagró campeón nacional intercolegial en 800 metros. Después consiguió el de mayores en 800 y 1.500 metros en el año 1977. También fue campeón trasandino en el año 1971, en Chile. En agosto de 2014 fue reconocido por la Legislatura de Mendoza.
Eran otros tiempos y era otra la historia, pero nunca hay que bajar los brazos y todos esperamos que Palmira pueda recuperar ese brillo que supo tener durante treinta años.