"Yo soy yo / porque estoy entre nosotros”, se lee en un texto de Paula Bombara. El librito está aquí, pequeño y poderoso. Viajó en una caja con otras joyitas de literatura infantil y juvenil. Doce autores cedieron sus textos a Abuelas de Plaza de Mayo para conformarlo. “Identidades encontradas”, se llama.
La búsqueda de nietas y nietos continúa, también, bajo formas creativas. “Identidades encontradas” viene de la mano de “Ovillo de trazos 2”, publicado por editorial Norma.
La idea es que, a través de su lectura, el tema del Derecho a la Identidad (ése que robaron a los nietos apropiados) llegue a las escuelas y las trascienda.
“Ovillo de trazos” surgió hace unos años como un trabajo colectivo de textos breves. Así, recorrió el país en forma de postales, posters y banners en bibliotecas, escuelas y centros culturales.
La apuesta, finalmente, tomó forma de libro, “pensando en textos más largos que interpelaran a nuestros jóvenes”, explica en la introducción Estela de Carlotto. “Identidades...” tomó cuerpo y valor literario con los cuentos de Márgara Averbach, Mario Méndez, Nina Jäger, Jorge Grubissich, Paula Lértora, Nicolás Schuff, Nilda Lacabe, Graciela Bialet, Luciana Rabinovich, Magdi Kelisek y Paula Bombara, más un “prólogo ovillado” de Laura Devetach.
Otro libro pequeño y poderoso acompaña al anterior en el mismo cajón donde guardamos tesoros. Escrito en Mendoza por Mariú Carrera, “El equilibrista” nos lanza una soga para cruzar el silencio, conjura la soledad y enlaza al arte como estrategia contra los tiempos oscuros.
Pasamos por momentos preocupantes para la memoria colectiva del país. Bastaría el “no fueron 30 mil” o el intento de aplicar el 2x1 a convictos de crímenes contra la humanidad.
Hoy, pues, queríamos asomarnos a un interrogante: ¿cómo se trabaja desde nuestro presente, artísticamente, con los grandes temas de la memoria y la identidad?
A 42 años del golpe militar del ‘76, ¿cuáles son los planteos estéticos que surgen para abordar -desde la escena, la página o la tela- un momento histórico que todavía sangra pero muchos no vivieron? Y por último, ¿cuáles son las obras que podrían formar una cartografía en la cual leer nuestros procesos de recuerdo?
Diversos artistas de nuestra provincia responden, aquí, sobre su experiencia.
Andrés Casciani: "Hoy es vital no quedarse callados"
Hace unos años vengo realizando la serie ‘Semillas’, ilustraciones digitales y pinturas sobre Derechos Humanos. Surgen al retratar los juicios de la Megacausa por Crímenes de Lesa Humanidad en Mendoza. La idea con el paso de los años es enriquecer una exposición itinerante de trabajos en los cuales se ejercita la memoria, que el neoliberalismo siempre busca borrar, reversionar y justificar los abusos cometidos por el orden hegemónico. Hoy en día es más vital que nunca el no quedarse callados, ya que el ganador reescribe la historia como quiere”.
Hoy, además, se presenta el libro de Pablo Salinas, “La Justicia Federal en el banquillo de los acusados”, en el Memorial de la Bandera, a las 21. Ilustrado por Casciani, el mismo ilustrador participará del evento. El libro recorre el camino realizado por la Justicia Federal en el banquillo de los acusados, desde los fundamentos y antecedentes históricos de la aplicación del régimen del terrorismo de Estado hasta su juzgamiento. También profundiza sobre los fundamentos de la acusación del sector civil que acompañó a la dictadura en Mendoza.
Mariú Carrera: "Pegar el salto hacia la anchura de la vida"
El arte me ha permitido sentirme acompañada. La creación colectiva puede recordarte que sos valioso, puede abrazarte. No todo es compra y venta, no todo es efímero mal, y no hablo de los cambios necesarios de los ciclos; hablo del sinsentido.
'El equilibrista' es una creación colectiva que hemos llamado 'memoria performática', porque no es sólo arte actoral sino también música, proyección, voces que enlazan distintas disciplinas.
El guion pone en movimiento los universos propios del teatro, la radio, la música y lo visual, en un espacio profundo de reflexión y convocando también al humor. Empecé a escribir este libro hace años, cuando estaban haciendo las excavaciones del Equipo Argentino de Antropología Forense en Mendoza. A nosotros, como Familiares de Detenidos Desaparecidos, nos significó un enorme proceso. Ahí, en el Cuadro 33, fuimos colectivizando ese momento. Y así nació una certeza: ¿Qué general me va a impedir a mí tomar mate con mi hermano? Cuando alguien no está (cuando no está el cuerpo) a uno no le queda otra opción que pegar el salto hacia la anchura de la vida. Porque siempre hay vida.
Pablo Grasso: "Alberto Rodríguez (h) o la memoria goyesca"
Yo no sé si existe, hablando de la literatura comarcana, una renovación en los modos de manifestarse de la memoria, independientemente del género literario en el que, como autor, se haya incurrido. Pienso que hay una gama inabarcable de memorias que tienen que ver con lo corporal, lo sexual, lo lingüístico, lo sonoro, lo político, lo tecnológico y hasta con lo urbanístico… Sí.
Memorias que superponen tanto lo personal (bares, plazas y avenidas) como lo colectivo (luchas, derrotas y atajos) en una suerte de modelo a escala tridimensional de la sociedad contemporánea. Creo que cada época acuña y pone en funcionamiento un tipo particular de memoria que trae, a su vez, encriptado en su interior, un contraveneno o antídoto capaz de corroer los límites de la anquilosada historia oficial.
Personalmente, prefiero una memoria atravesada por cierto desborde goyesco, como el que supo practicar por estos lares, Alberto Rodríguez (h). Una memoria capaz de romper, como decía Osvaldo Lamborghini, con el letargo masturbatorio de la lagrimita bolche y ponernos en autos sobre la latencia pestilente del Argos fascista.
Gastón Ortiz Bandes: "La dictadura encarna múltiples formas"
“Los espantos encarnan, en el modo de la ficción pura, lo postdictatorial de la Argentina’ –dice Silvia Schwarzböck en un libro reciente– y por pertenecer al género terror, piden a la estética para ser leídos”, o sea, lo que no se puede concebir ya en democracia y por eso se vuelve casi irrepresentable, “por más que se padezcan sus efectos”.
De ahí que la literatura hecha por una generación para la cual Alfonsín es un recuerdo trucho de infancia, y el menemismo el desesperante descarrilamiento de un colectivo (el país) que terminó en llamas en 2001, aquel horror de los 70 sólo puede advenir a la estética como experiencia mediada por una tradición (relatos, testimonios, pelis, libros), sumada al padecimiento ad hoc de sus efectos.
Así, más allá de ciertas obras que tematizan explícitamente esos espantos (pienso sobre todo en aquellos autores cuyo árbol genealógico les fue hachado por el terrorismo de Estado y esa herida no puede sino emerger al texto como referente autobiográfico), en la literatura local actual, la dictadura encarna en múltiples formas, pero siempre representada a través de esos dispositivos que la continúan –y hoy más que nunca– en democracia por otros medios: de la ubicuidad policial en las calles y la construcción mediática de ‘enemigos’ a la flexibilización laboral y la violencia económica sobre la población más vulnerable.
“¿Quién lleva la gorra?”, nos pregunta el colectivo Juguetes Perdidos desde otro interesante libro: justamente esos espectros que de tan reales toman la forma del gatillo fácil o el femicidio, la manipulación informativa y la retórica farsesca de un poder sádico. Contra ese ahora tan de moda ponerse la gorra que es la herencia viva de la dictadura. Quienes elegimos la literatura como identidad, resistimos la vida fascista –la vida que nos dan– con una memoria política e histórica particular, la de la imagen, la lengua y el saber inalienable del relato y la ficción, para conjurar el olvido oficial que nos sobresalta cada noche, como botas que patean de repente nuestra puerta hasta voltearla.
Federico Ortega Oliveras: "La voz es un espacio político"
Nací en 1983 y viví la posdictadura. Particularmente en los trabajos artísticos en que he participado abordamos los conceptos de la memoria e identidad desde ese lugar. Desde ese imaginario de ‘patria’ que hemos ido absorbiendo a través de la escuela y los medios.
Dirigí en 2007 “En el campo las espinas”, en la Sala Ana Frank con un grupo de actores de mi generación donde planteamos íconos y símbolos patrios para hacerlos dialogar entre sí con la idea de violencia y nacionalidad. Había una mujer vaca que a la que terminaba matándola un niño. La dramaturgia fue colectiva y cruzábamos textos de Brecht con canciones patrias y algo de Disney.
Desde hace 5 años trabajo en el grupo experimental de Cámara Arte Vocal, que dirige Mónica Pacheco. Yo realizo la puesta en escena y el entrenamiento teatral de los artistas. Ahí trabajamos a las voces como presencias, como testimonio y como memoria viva. En este grupo es interesante el cruce generacional y las distintas voces que van formando una polifonía.
El primer espectáculo, “Voces silenciadas”, trabajaba específicamente sobre las voces que no tienen voz (pueblos originarios, mujeres, desaparecidos, pobres, niños). Y en el siguiente espectáculo ‘Cuando nadie escucha’, Mónica propuso la idea de la incomunicación. Desde ahí fuimos viendo conceptos como la mansedumbre, el caos, la violencia y terminamos con una obra de su autoría: ‘La palabra paz’. En todos los espectáculos que dirijo siempre trabajo la idea de la voz como un espacio político e ideológico. La voz como un testimonio.
Desde el panfleto y los símbolos más explícitos, o desde un trabajo de vínculos y sistemas menos explícitos, existe en la escena una carga sensible de la identidad y la memoria. Porque en definitiva el teatro es una acción de memoria e identidad (en cada obra siempre estamos recordando y mostrando quiénes somos). Trato como desafío encontrar en la creación la posibilidad de superar lo ‘museológico’ y remanido para buscar la vitalidad y actualidad de estas temáticas.