Uno de los programas más populares de la televisión israelí se llama “Eretz Nehederet”, es decir, “Un país maravilloso”. Es una comedia que vive de hacer burla a los políticos israelíes y de los absurdos de la vida en el país. Recientemente inauguró su temporada de 2014 con un dibujo caricaturesco de un hermoso jardín multicolor y lleno de flores, con una mariposa revoloteando por toda la pantalla.
Después, de pronto, se levanta un muro de concreto alrededor del jardín, que fue una imagen que los productores usaron el año pasado. Pero en esta temporada, no sólo aparece el muro sino que de éste surge una cúpula de vidrio que también encierra a este Jardín del Edén desde arriba.
Esta escena es digna de nota por varias razones. Por mucho tiempo he pensado que el conflicto árabe-israelí es a la guerra de civilizaciones global lo que Off Broadway es a Broadway. Es el laboratorio en pequeño donde las tendencias se someten a prueba o se perfeccionan antes de hacerse globales. Desde los secuestros de avión hasta los atentados suicidas, mediante la fuerza y la reconstrucción, para crear un aliado de negociación a partir de un enemigo histórico (Israel en el Líbano en 1982 y con los palestinos en el proceso de Oslo; Estados Unidos en Irak y Afganistán).
Así que es útil preguntarnos: ¿Qué se está representando Off Broadway ahora? ¿Qué vemos? Vemos a Israel, como en la farsa de “Eretz Nehederet”, literalmente tratando de amurallarse ante las múltiples amenazas que lo rodean y contendiendo con todos los dilemas éticos que eso implica. Y vemos una región en general que ya no está divida por fronteras pro-estadounidenses y pro-soviéticas, socialistas o capitalistas, seglares o religiosas. Más bien vemos una región cada vez más dividida entre “el mundo del orden” y el “mundo del desorden”.
Lo que tienen en común Israel, Jordania, Arabia Saudita, Kurdistán, Turquía, los estados del Golfo e incluso, en menor medida, la Autoridad Palestina en Cisjordania, es que son islotes de orden, donde por lo menos hay alguien que conteste el teléfono, donde éste no se desprende de la pared al sonar y donde hay un mínimo de seguridad personal.
Esto es cada vez menos cierto en Siria, Libia, Egipto, Yemen, Líbano e Irak, por no hablar de Somalia, Eritrea y el norte y el sur de Sudán.
Adivinen cuántos emigrantes africanos, en su mayoría de Sudán del Sur, Eritrea y Uganda, han entrado en Israel en los últimos años y están ahí ilegalmente: ¡54.000! Al pasear cerca de la estación central de autobuses de Tel Aviv, donde muchos de ellos han encontrado refugio, veremos a muchos africanos con teléfonos celulares en cada calle.
Ellos llegaron en bote, a pie o en coche a las fronteras de Israel y, o las burlaron por su cuenta o fueron metidos de contrabando por los beduinos desde el desierto del Sinaí en Egipto. Es por eso que la última cerca que ha levantado Israel está en la frontera entre Israel y Egipto en el Sinaí. El Sinaí está tan fuera de control que, la semana pasada, los militantes islamistas derribaron ahí un helicóptero militar egipcio con un misil antiaéreo que se sospecha fue traído de Siria, aprovechando el desorden que reinó en el arsenal de Muamar Kadafi después de su derrocamiento.
Platiqué con un eritreo cristiano, Mark, de 26 años, que abrió una tienda improvisada de ropa e internet cerca de la estación de autobuses. Sentado debajo de un cartel de Bob Marley, me reveló que había huido del brutal gobierno de Eritrea primero a Etiopía, luego a Sudán y por fin a Libia. De ahí trató de llegar a Italia pero lo devolvieron y, con el tiempo, llegó a Israel. Ahora está viviendo ilegalmente aquí con su padre pues, dijo, Israel tiene “más seguridad”.
Me pregunto si el frenético ritmo del cambio tecnológico, las crecientes exigencias educativas para manejar una economía exitosa, las grandes facultades que tienen los individuos para organizarse como militantes y reunirse en contra de los gobiernos corruptos, así como las tensiones ambientales y demográficas no estarán ejerciendo una presión insoportable en estados frágiles -particularmente los integrados por múltiples confesiones religiosas y tribus- que literalmente los esté despedazando. Y ya no hay una Unión Soviética o unos Estados Unidos que los mantengan unidos como ocurría en tiempos de la Guerra Fría.
Los mapas en PowerPoint del Sinaí, Gaza, Líbano y Siria que usan ahora los militares israelíes constan de círculos polícromos y, adentro de cada uno, hay diferentes grupos armados. Israel es como un disco de Petri del nuevo mundo, con actores no estatales armados con cohetes, vestidos de civil y anidados entre los civiles en cuatro de sus cinco fronteras: Sinaí, Gaza, Líbano y Siria.
Entiendo por qué todo esto hace que los jerarcas militares israelíes moderados desconfíen de cualquier retirada de Cisjordania. Pero el statu quo no es neutral. Israel necesita hacer todo lo que pueda para evitar convertirse en algo así como un estado binacional -con una minoría hostil en el vientre- aferrándose permanentemente a Cisjordania y sus 2,5 millones de palestinos. Ése es precisamente el tipo de estado que se están desbaratando en el mundo del desorden. Y es por eso que es tan importante la misión de paz del secretario de Estado John Kerry, para los israelíes y para los palestinos.
A nadie le conviene estar en estas guerras. Éste no es el campo de batalla de nuestros abuelos. Cuando el enemigo está atrincherado en las casas y departamentos y nadie lleva uniforme sino más bien un teléfono celular con cámara, nos enfrentamos a un auténtico desafío estratégico y moral, como ha descubierto Estados Unidos con sus propias guerras de drones. Es difícil derrotar a un enemigo como éste sin matar de paso a muchos civiles. No es casualidad que ahora todas las brigadas israelíes cuenten con un asesor legal.
Eso es lo que se está representando Off Broadway. Tome nota. Pronto podría estar en un teatro cerca de usted.