Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Una semana después del inicio de la gestión de Mauricio Macri, el Frente para la Victoria (FPV) dio ayer una fuerte demostración de unidad y, con un acto frente al Congreso, endureció su oposición al gobierno de Cambiemos. El mensaje más duro contra el gobierno de Macri lo había dado, minutos antes, la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
Afirmó que "es la primera vez que un dictador llega por los votos a la Casa de Gobierno" e insultó en varias oportunidades al Presidente. "Tenemos que armar miles y miles de plazas para que este hijo de puta sepa quiénes somos", dijo, y agregó: "Tenemos al enemigo en la Casa Rosada. No nos va a convencer con esa risa de hipócrita hijo de puta que tiene". Entonces, los manifestantes cantaron: "¡Macri, basura, vos sos la dictadura!".
Crónica Periodística en diario La Nación (18/12/2015)
¿Por qué hoy odian tanto? No sé qué se les hizo tan grave, honestamente. Es absurdo que vayan por las calles con un cartel que diga: Abajo la dictadura. ¿Cómo? A ninguna dictadura vas con un cartel que diga Abajo la dictadura, en una dictadura en serio te matan.
José Pablo Feinmann hablando de los críticos del kirchnerismo.
El bueno de Feinmann, filósofo políticamente correcto, progreperonista por excelencia, se pasó las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner criticando a los “gorilas” que acusaban a su gobierno de dictadura. Nunca se imaginó que sus palabras podrían encajarles perfectamente a los seguidores cristinistas que a la semana justa que se quedaron sin gobierno por decisión del voto popular, decidieron caracterizar a los ganadores como miembros de una superdictadura.
Y esta vez no se trató de una pancarta expuesta por una cacerolera enojada en una manifestación a favor de Nisman o contra la re-reelección de Cristina. No, ahora los que acusan de dictadura al gobierno de Macri son todos los seguidores de Cristina, del primero al último, incluyéndola quizá también a ella.
Feinmann se olvida (o no quiere acordarse, que no es lo mismo) que los kirchneristas sobrevivientes hoy son iguales a los peronistas que en el 83 no admitieron su derrota y la legitimidad de los que les ganaron. Por eso estuvieron y están llenos de bronca, porque les quitaron algo que creían suyo por definición. Ellos dicen ser los continuadores de los resistentes del 55, pero no son resistentes, son embroncados. No extrañan tanto el poder como los privilegios del poder, porque con el poder que tuvieron, que fue enorme, no mejoraron la sociedad, sino que se oligarquizaron ellos.
Hoy, Feinmann, al no poder caracterizar directamente de dictadura al gobierno de Macri para no contradecirse tan descaradamente, sostiene, en una frase copiada de los chilenos que criticaban a Piñera, que se trata de “un gobierno manejado por sus propios dueños”.
Y enumera a algunos de los “dueños”: “La Cancillería está en manos de Telecom e IBM. El Ministerio de Hacienda en manos de JP Morgan. El Ministerio de Energía, Shell. La Secretaría de Finanzas, Deutsche Bank. El Directorio del Banco Central, JP Morgan y Goldman Sachs. Y así sucesivamente. Las empresas son: Thomson Reuters, Morgan Stanley, Exxon-Esso, Axion, General Motors, Techint, Coca Cola, Banco de Galicia, Edesur y Edenor, Pan American Energy y muchas más”.
En otras palabras, la globalización económica se ha hecho cargo de la Argentina poniendo directamente a sus empresas internacionales a cargo de los ministerios nacionales de Macri. En una nueva etapa en la cual, según Bonafini, por primera vez aparece en la Argentina (y quizá en el mundo) una dictadura capitalista elegida libremente por el voto popular.
Por eso es absolutamente legítimo hacer la imposible para delarruizar el gobierno de Macri (el pícaro de Gioja, jugando con fuego, ya dijo que Macri se parece más a De la Rúa que a Menem para ver si le cae simpático a los kirchneristas y así le dan la presidencia del partido).
Cristina Fernández se va del gobierno firmando un decreto por el cual ordena pagarles de inmediato a todas las provincias la totalidad de la deuda por la coparticipación proveniente de la quita por la privatización de las jubilaciones, sabedora de que cumplir con ese decreto implica la quiebra inmediata del Estado nacional.
En el último Congreso partidario el kirchnerismo busca impedirle a Macri que negocie con los holdouts defendiendo a muerte una ley cerrojo que ya no sirve para nada.
En un caso u otro no buscan oponerse sino combatir al enemigo hasta su destrucción. “Mientras peor mejor” es la única ideología que hoy defienden. Como hacían los montoneros con la dictadura asumida en marzo del 76, de la cual el gobierno macrista es su continuación, entonces hay que hacerle lo mismo.
Pero esta vez no a los tiros, sino proponiendo leyes que dejen al gobierno sin un peso o lo conduzcan a la quiebra, activando bombas que ellos mismos dejaron instaladas durante su gestión o usando al Congreso para paralizar al gobierno. Toda dictadura se merece cuanto menos eso. Si no se sería cómplice de ella, aducen.
Embarcado en esa guerra santa, Feinmann no tiene tiempo para pensar que el intento de que la Argentina fuera manejada por sus propios dueños (más que el proyecto de Macri, que aún no se sabe cuál es), fue la gran utopía de Néstor Kirchner, quien fortaleció a la nueva oligarquía política que la suma de los inmensos desvíos democráticos fue fortificando desde 1983 a la fecha.
Y también fue quien se propuso gestar desde el gobierno su propia oligarquía económica “nacional y popular” con una serie de empresas que colonizaran lo que quedaba del Estado y lo pusieran al servicio de sus intereses sectoriales. Con la peculiaridad de que el jefe de esa oligarquía económica era a la vez el jefe de la oligarquía política y el líder a cargo del Estado.
Lo poco que quedó luego de esa feroz concentración centralista del poder, Kirchner lo compartió con otros dueños menores: los patrones de estancia de las provincias, alentando formas de construcción del poder local como él hizo en Santa Cruz, apoyando la gestación de caudillos ineficientes que titularizaran a sus nombres las provincias de las que se apoderaban.
Frente a esa realidad, Feinmann denuncia a falsos dueños de la Argentina para defender a los verdaderos. Y lo peor es que el pobre ni siquiera lo sabe. Ni siquiera sabe que él también forma parte de esa nueva oligarquía “nacional y popular” que habla por izquierda pero cobra cash y por derecha. Será que a él le pagan mal y por izquierda.
Esa estructura de poder es la verdadera herencia del kirchnerismo: una nueva oligarquía política a través de una dirigencia convertida en corporación que defiende sus intereses por encima de los del pueblo al que dice representar; una nueva oligarquía económica a través del único capitalismo que hoy existe en la Argentina: el de amigos; y una summa de patrones feudales que salvo en las provincias más avanzadas, dominan bárbaramente al resto del país federal.
Esa herencia no se diluye con un mero cambio de gobierno, porque es la forma en que hoy funciona por debajo, en lo profundo, la estructura del poder en la Argentina luego de más de veinte años en que se la fue consolidando, ya sea mediante el neoliberalismo peronista o mediante el bolivarianismo también peronista.
Los Feinmann y toda la intelectualidad supuestamente progresista que defiende al kirchnerismo acusando de dictadura capitalista globalizadora a un gobierno que recién empieza, lo que busca es tapar con estas denuncias abstractas a los verdaderos dueños de la Argentina real, a los cuales ellos representan “filosóficamente”.
La corrupción es apenas la punta del iceberg, la consecuencia de ese modo de ejercer el poder y construir la nueva estructura profunda del país. Contra la corrupción deberá luchar la Justicia autonomizada de todo poder político y cuando eso ocurra será parte de una revolución. Pero la revolución en serio recién acontecerá cuando desde el poder político se apueste a desmantelar esa estructura, lo cual no significa mirar hacia atrás sino combatir lo que el ayer dejó consolidado en el presente.
Sólo así haremos un país normal, acabando con todas las anormalidades que hoy han oligarquizado al poder en la Argentina. Algo que un solo cambio de gobierno no podrá alterar. Y librar este combate es una lucha política, no judicial. Nunca habrá un buen futuro hasta que no acabemos con este mal pasado. Porque si no se desmantela esa estructura profunda del poder, no existe garantía alguna de que este gobierno o los que le siguen no decidan continuarla.