Así como un eventual acuerdo para reestructurar la deuda externa es la incógnita central que condiciona todo el andamiaje de la economía argentina, en política lo incierto son los términos operativos del pacto sellado entre Alberto y Cristina Fernández.
Como ocurre con la economía, todo parece indicar que de ese acuerdo el Gobierno sólo tiene una idea borrosa del trazo grueso. La letra chica es una disputa diaria, en constante e improvisada evolución.
Algunos de esos detalles ya son inocultables en la superficie. La política exterior argentina refleja las diferencias y vacilaciones de los polos de poder que conviven en sorda tensión dentro del frente gobernante.
Marchas y contramarchas
La nueva diplomacia argentina comenzó como un proveedor de insumos simbólicos para el sector político que reporta con prioridad a la Vicepresidenta. Un analgésico narrativo para compensar el ajuste. Pero la diplomacia nunca es placebo. Es el ámbito por antonomasia de la realidad en sus más duros términos, de las limitaciones impostergables que impone el escenario global.
De esos límites surgieron las marchas y contramarchas que están caracterizando a la Cancillería argentina, en sus intentos barrocos por imaginarse siempre terceras vías. Incluso cuando está en juego la ley de la gravedad.
El cristinismo aspira a retroceder los relojes a diciembre de 2015. A la restauración nostálgica del eje bolivariano. Es un imposible cuyo saldo de frustración tiende a delegar en Alberto Fernández.
Los ejemplos sobran. Evo Morales recaló en Argentina cuando el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) prefirió bajar su perfil. Y lo hizo con discreción astuta y sentido de la oportunidad.
Morales aprovechó la volada para establecer aquí su comando de campaña. Esa decisión enturbió la relación entre Alberto Fernández y Donald Trump. El ex presidente boliviano reclamó luego la formación de milicias paraestatales en su país. Un obsequio inmejorable para la oposición argentina.
La Cancillería tuvo que susurrarle la conveniencia de una retractación.
Luego de que su partido comenzara a inclinarse por otra candidatura para las próximas elecciones bolivianas, Morales apenas reconoció el error que cometió al insistir -contra un plebiscito popular- con el capricho de un cuarto mandato.
Poder vicario
Desde Venezuela, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello le enrostraron siempre y sin reparar en cortesías al Presidente argentino que ejerce un poder vicario, delegado por Cristina Kirchner. Cuando la Casa Rosada condenó la reciente algarada perpetrada por la dictadura chavista para desplazar del Parlamento venezolano a Juan Guaidó, Maduro cacheteó en público a la Cancillería argentina.
Alberto Fernández deglutió ese desplante en silencio. El canciller Felipe Solá se distrajo transmitiendo desde su cuenta oficial en Twitter una disputa imaginaria sobre corderos voladores. Una novela al estilo de Jorge Luis Borges.
Con ese nivel de chapucería, no hay motivos para descartar que el fracaso de la postulación de un nuevo embajador ante el Vaticano haya resultado de las desinteligencias entre el Palacio San Martín y el consigliere en jefe de la Casa Rosada, Gustavo Béliz.
La solución de urgencia para subsanar el error generó un problema adicional: descargó sobre el Vaticano la culpa del sondeo mal hecho. Le endosó al papado de Francisco la queja pública por la inflexibilidad del dogma sobre la excomunión de los divorciados.
Un problema político menor como la designación de una embajada, llegará así embrollado hasta la agenda de la reunión inaugural del Presidente y el Papa. Como si el punto siguiente del listado -la legislación sobre el aborto- fuese un detalle secundario, de sencilla resolución.
Laberinto
Peor es el laberinto en el que la diplomacia nacional se metió cuando Alberto Fernández decidió abjurar de sus convicciones en el caso Nisman.
No sólo porque dejó al país en una posición particularmente incómoda en el imprevisible conflicto entre Donald Trump y la teocracia iraní, sino porque involucra una demanda concreta de Cristina. Que tiene poco que ver con la narrativa geopolítica y mucho más con sus angustias judiciales.
Con la urgencia familiar de su hija Florencia en Cuba por razones de salud, Cristina envía señales de su incomodidad con el ritmo y las estrategias del Presidente con el Poder Judicial. Fernández imagina una reforma de amplio espectro que requiere tiempo para ser consensuada con la Corte Suprema y el Parlamento. Cristina quiere que la licuación de sus causas judiciales se ejecute de inmediato. Antes de que mengüe el impulso inicial de todo nuevo gobierno.
Detenciones improcedentes
Esa presión de Cristina despunta por varios lados. Ante la queja pública de Milagro Sala, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, contradijo de refilón al Presidente. Adscribió a la denuncia sobre la existencia de presos políticos. Fernández sólo había reconocido detenciones improcedentes.
Pero en los controvertidos casos del atentado terrorista contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, Amia, (en la imagen) y la muerte del fiscal Natalio Alberto Nisman, el impacto sobre la política exterior es inmediato.
La Cancillería borroneó en la agenda presidencial la asistencia a un homenaje internacional a las víctimas del Holocausto para equilibrar el reclamo en Argentina por la muerte impune del fiscal Nisman.
El Gobierno también envió a Sergio Tomás Massa a contradecir la tesis del suicidio del fiscal, que suscribe el kirchnerismo.
En sus tiempos de mayor autonomía, Fernández habló sobre el tema como un librepensador incisivo. El pacto con Cristina lo transformó en el doble pensador de hoy.