Picasso es de Málaga. Me cuenta, como un hecho significativo de su ciudad, que allí vio a un conductor de tranvía que cantaba, apresurar o disminuir la marcha del vehículo según la canción era viva o lánguida y tocar la campanilla a su cadencia.
El malagueño Picasso no abandona los rieles; su canción le arrebata la monotonía del viaje.
Jean Cocteau
En la época en que Picasso, recién llegado a París, vivía de esperanzas e ilusiones, nadie hubiera podido imagináresele como es: un hombre de mundo. Cuando se encontraba en lo alto de la "Buttle", vestido como un obrero, con los revueltos cabellos al aire, y con aquella camisa roja de puntos blancos, Picasso representaba verdaderamente una clase de artistas. ¿Dónde están hoy esos tiempos lejanos? Hoy, a pesar de haberse "emburguesado", hoy, que sus cabellos comienzan a volverse grises, a pesar de su vestido negro de exquisita corrección, Picasso recuerda la silueta que le volvió famoso en Montmartre.
En los primeros tiempos de su llegada a París le faltaban recursos para comprarse los muebles necesarios para su estudio de pintor: Picasso optó por pintarlos en sus muros.
Uno de sus primeros amigos fue el poeta Max Jacob, quien le facilitó los medios para poder trabajar con holgura y sostenerse hasta que llegara el momento de la cosecha artística. Max Jacob podía vivir cómodamente porque, en aquel tiempo, había encontrado una colocación bien remunerada, como hortera en un almacén de la calle Seine. Fue gracias al poeta que Picasso no cayó, en aquellos días lúgubres y miserables, de los que siempre parece flotar un reflejo sombrío en su obra posterior.
A partir de este momento, Picasso adopta la extraña costumbre de pintar por la noche. Durante el día, su casa es la Meca de los artistas españoles que viven en París. He aquí cómo describe el atelier de entonces del pintor, su amigo, el crítico Fernando Olivier: "Un colchón sobre cuatro pies, en un rincón. Una pequeña estufa de hierro enmohecida sobre la que reposaba una palangana de terracuita amarilla, que servía de lavatorio, y en otro rincón, sobre una mesa de madera blanca y sin pintar, un jabón y una toalla. En otro rincón, un pobre y pequeño baúl pintado de negro, que servía de asiento, y además una silla de asiento de paja. Caballetes y telas de todas las dimensiones. Tubos de colores diseminados por tierra, así como pinceles y recipientes con esencia. Ninguna cortina. En el cajón de la mesa había una ratita blanca, adiestrada, que Picasso enseñaba con cariño.
Ésta es la "época azul", aquel momento de desorden y de gran inspiración, en que el atelier de Picasso era el domicilio y refugio de noche de sus compatriotas. Entre sus amigos más queridos estaban el gran pintor Zuloaga. Tenía otros amigos, entre ellos los españoles Durio, Etcheverría, Anglada. Y del que ya se ha hablado anteriormente, de Max Jacob, que por aquel momento ya era un hombre maduro, aunque representaba menos edad de la que tenía, y de cuya persona se desprendía un aire de inteligente originalidad que se imponía en seguida. Max Jacob, a pesar de la calvicie, era el tipo del hombre perfectamente elegante y bien vestido, no obstante, su aire todavía provinciano. Detestaba a las mujeres.
En 1904, un nuevo legionario vino a aumentar la banda ya bastante numerosa de Picasso y sus amigos: la brillante entrada al grupo de Guillaume Apolinaire hizo sensación en los anales de la bohemia artística de Montmartre. En aquel momento, Picasso se encontraba poseído de la terrible manía de despertar al vecindario disparando tiros de revólver. La banda regresaba por la noche con un escándalo fenomenal: a través de París que dormía apaciblemente: entraban al cuartel general, que era la habitación de Picasso y se desarrollaba entonces allí, una serie de escenas indescriptibles, en la que unos cantaban a grito herido y como dominados por un acceso de locura frenética, otros se subían al lecho de Picasso o a la mesa y declamaban sus versos, disputándose el turno; y para cerrar el acto, el poeta Jules Laforge disparaba su "canto a la luna", en medio del llanto general.
Otro de los amigos de Picasso era el "douannier" Rousseau. Enrique Rousseau era en aquel momento un viejecito tembloroso cuyos sesenta y cinco años no le pesaban gran cosa sobre las espaldas. Aprobaba todo cuanto le dijeron, pero se sentía que aquello era el resultado de una diplomacia inherente a su personalidad. Se acaba de publicar una descripción de una velada extraordinaria que Picasso y sus amigos celebraron en el atelier de éste, en honor de Rousseau. Se había invitado una treintena de personas, y para tal festividad el estudio se convirtió en un salón en cuyo centro la mesa de comer ocupaba el ancho de la pieza; en el fondo, un estrado, con un sillón Voltaire, destinado a servir como un trono al viejo "dounnier", y entre un entrecruzado de serpentinas y banderolas colgantes, un ancho letrero, que decía: "Honor a Rousseau!". La fiesta, a la que acudieron entre otros, Duhamel, Max Jacob, Blanche Albane, Apolinaire, Delaunay y otros pintores y artistas, tuvo un esplendor extraordinario y motivó el comento de la colectividad artística de Montmartre durante el semestre siguiente. Rousseau bebió más de lo debido y terminó por dormirse, en lo alto de su estrado, mientras los demás invitados se entregaban con un frenesí estrepitoso a una especie de orgía greco-romana.
A partir de aquel momento, el triunfo coronó los esfuerzos del pintor español Pablo Picasso y le convirtió en un centro de mercantilismo artístico: sus obras, entre las que hay de todo, bueno y malo, excelso y deficiente, se cotizó de una manera inusitada: sus cuadros, aún los ininteligibles y de tendencias raras, pasaron a las mejores galerías compradas por los amateurs a precios exorbitantes. Hoy, Picasso es un pintor que se discute aún con cierta fogosidad, pero cuyo talento ha triunfado en París, que es el centro del arte. Picasso es, indiscutiblemente, el pintor español que ha motivado más crítica y que ha originado escuela y novedad en el mundo entero.