La partida del padre Michael Belmont, quien dejó la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe así como la Capilla María Madre del Pueblo y el Centro Barrial "Hogar de Cristo" del barrio Campo Papa de Godoy Cruz, revivió la polémica e otros religiosos que abandonaron la Iglesia por amor.
Tal vez la historia más conocida de un sacerdote argentino que haya dejado los hábitos por amor es la del tucumano Ladislao Gutiérrez, quien se enamoró de Camila O'Gorman; una pasión que los llevó a la muerte en el siglo XIX. Más cerca en el tiempo y en el espacio, hay cinco curas mendocinos que también abandonaron el sacerdocio luego de haberse enamorado.
Carlos García o “padre Flecha”, reconocido por su labor solidaria, asegura que hizo el recorrido inverso: primero se quitó la sotana de modo definitivo -en 2008, a los 46 años- y después empezó una relación.
También Hernán Hernández, a quien conocían en Coquimbito como el “padre Nacho”, dejó los hábitos, en 2002. En su momento, manifestó que lo hacía por motivos particulares, pero luego se conoció que era para formar una familia.
El caso de Alberto Ortega fue un poco más controvertido, ya que cuando se alejó del sacerdocio su pareja estaba embarazada. Primero comunicó al Arzobispado que estaba atravesando una situación difícil, luego solicitó que se lo exceptuara del celibato y finalmente dejó los hábitos.
Bastante más polémica fue la situación de Francisco Armendáriz, un cura de Palmira que fue demandado en 2001 por la paternidad de una niña por parte de su madre, una joven de 18 años. Cuando el examen de ADN dio positivo, le dio su apellido a la pequeña, pero ya estaba viviendo en Buenos Aires, donde fue trasladado por la Iglesia. Si bien entonces siguió siendo sacerdote, finalmente se retiró y hoy vive en San Juan, con otra mujer, con quien se ha casado.
