Mendoza, principal proveedora del vino argentino y esencialmente con productos de alta calidad, fue adaptándose a las exigencias del mundo moderno.
No sólo alcanzó un reconocimiento por los caldos sino que, poco a poco, fue sumando iniciativas que permitieron, por ejemplo, establecer el enoturismo como una de las fuentes principales de ingresos económicos para la provincia.
En el mundo, quizás el mejor ejemplo se plantee con lo que sucede en Burdeos, Francia, donde “todo” lo que allí se realiza tiene una directa relación con el vino. El ingreso a la ciudad está rodeado de viñedos; las plazas públicas cuentan con parrales y esa situación se transmite a la población.
El solo hecho de ingresar a esa zona vitivinícola francesa y el diálogo con sus habitantes determinan que allí se “respira” vino. Otro tanto sucede, en mayor o menor medida, en otras zonas vitivinícolas del mundo. Mendoza no quedó relegada en esa determinación, a punto tal que hace algunos años fue incorporada al exclusivo club de Grandes Capitales del Vino.
Si bien es cierto que aún queda bastante por hacer, no es menos real que es mucho lo que se ha hecho en los últimos años.
Tuvo quizás, como muestra más interesante, la iniciativa del viñedo del aeropuerto y fue incrementándose con los caminos del vino o con la implementación de la cartelería en las principales rutas, indicando la ubicación de diferentes bodegas.
Más recientemente, con la decisión de la comuna de la Capital de sumarse a la Fiesta de la Vendimia con la instalación de farolas con formato de copas de vino a lo largo de la Peatonal Sarmiento.
Sin embargo, hubo iniciativas importantes que quedaron en el olvido, no por decisión de autoridades locales o del sector privado sino por los problemas que se generaron en el ámbito nacional.
Tres intendencias: las de Luján, Maipú y San Martín, intentaron desarrollar un proyecto, el del “tren del vino”, a semejanza del pequeño convoy que circula en la zona de Napa Valley, la principal zona vitivinícola de Estados Unidos y que recorre distintas bodegas y viñedos.
Los tres intendentes trabajaron en forma conjunta en un proyecto que contemplaba el traslado de los turistas para recorrer bodegas y conexiones, como por ejemplo con una ciclovía desde Agrelo al centro de Luján, a lo que se sumaba la posibilidad de utilizarlo también como transporte de cargas y de pasajeros para el traslado entre las zonas.
Todo iba “sobre rieles” con las autoridades correspondientes en el orden nacional, desde donde se informó -en 2007- que “en un año el Tren del Vino estará funcionando”, una escena que se repitió, de acuerdo con las crónicas periodísticas, en 2010, con la participación de funcionarios municipales, provinciales y nacionales.
Pero lo que no estaba en los cálculos de los mendocinos fue que los funcionarios nacionales que realizaron las promesas fueron Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, quienes por distintas circunstancias cayeron en desgracia (incluyendo procesos judiciales) y actualmente se encuentran marginados de la gestión pública. Esa desventura de los funcionarios arrastró consigo también al Tren del Vino.
En realidad, se trata de otra de las tantas promesas incumplidas desde el Gobierno nacional y que afecta inclusive al actual gobernador, Francisco Pérez, que fue otro de los impulsores del proyecto desde el ministerio que comandaba durante la gestión de Celso Jaque.
En los hechos, será muy difícil que el proyecto se concrete, por lo que estamos frente a una decepción más por las promesas incumplidas.
