Uno de los grandes logros del papa Francisco en su reciente visita a Tierra Santa fue haber comprometido a los presidentes palestino e israelí, Mahmud Abbas y Shimon Peres, respectivamente, a acudir al Vaticano para rezar juntos por la paz en Oriente Medio el próximo domingo.
La prensa internacional se hizo eco, en esos días del histórico viaje, de las palabras del portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, al referirse al notable gesto del Pontífice. “Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento”, señaló el vocero vaticano, para agregar que la invitación cursada a los dos jefes de Estado es para “hablar de paz en sentido religioso”.
Analistas internacionales volcados a cuestiones religiosas, como las que afectan históricamente a Oriente Medio, también destacaron el sentido del pronunciamiento a favor de un Estado Palestino que hizo el Papa argentino al aterrizar en Belén procedente de Jordania. “Animo a los pueblos palestino e israelí, así como a sus respectivas autoridades, a emprender un feliz éxodo hacia la paz con la valentía y la firmeza que son necesarias para todo éxodo”. En ese corto pero fructífero periplo, quien ejerce la conducción de la Iglesia Católica también hizo mención al drama sirio como parte de su prédica por la paz en aquella región.
Es indudable que la eventual resolución del conflicto que impide el reconocimiento pleno del Estado Palestino por parte de las autoridades israelíes tiene su base de sustentación en diferencias religiosas. Pero éstas rápidamente encaran un sendero de muy similares características que tiene su basamento en lo ideológico y rematan en cuestiones que se deciden inevitablemente en la mesa política. Ante el más mínimo tropiezo en la negociación diplomática se deja lugar al conflicto bélico. Es el cuadro de situación al que se ha acostumbrado el mundo.
Francisco sabe claramente que sus dotes personales lo llevan en este difícil momento de la historia de la humanidad a estar ubicado en un sitial fundamental para hacer valer su innato y, por qué no divino, liderazgo, que lo coloca al frente a una institución fundamental en el concierto internacional cuando de lo que se trata es de evitar que los pueblos se sigan desangrando por las mezquindades y ambiciones personales y políticas.
Esa amplitud intelectual y liderazgo que distinguen a Bergoglio en mucho contribuyeron para la cruzada pacificadora que ha encarado con total convicción. El encuentro que en breve el Papa mantendrá en la sede vaticana con los presidentes de Israel y Palestina no surgió de la galera hace escasamente un par de semanas, durante su transitar por los senderos que recorrió Jesucristo.
Este cónclave fue pacientemente gestado durante meses, según comentan públicamente allegados al Pontífice, cuando comenzó a realizar consultas entre judíos y musulmanes con los que había gestado el diálogo interreligioso en Buenos Aires sobre los mecanismos más adecuados para lograr que la Iglesia tenga injerencia en un proceso de paz al que la política internacional ha esquivado durante décadas. Por eso el viaje a Tierra Santa fue el primer paso y, el mano a mano con los presidentes Peres y Abbas, el argumento formal e histórico que necesitaba.
La paz entre Israel y Palestina es clave para un posterior proceso de pacificación general en esa convulsionada parte del mundo. Es de esperar, por lo tanto que, siguiendo ese estilo por el acercamiento entre religiones que Francisco encaró con éxito durante su largo misionar como arzobispo de Buenos Aires, este histórico momento de oración y reflexión al que ha invitado a los presidente israelí y palestino se refleje en una mucho mejor calidad de vida y tratamiento digno para millones de inocentes almas hoy sometidas a la violencia desenfrenada.
