Mendoza. 2004. La épica de Verónica Videla está inspirada en los suburbios, en las calles polvorientas de Las Heras profundo. Allí en un caserón antiguo junto al humo de hornos de ladrillos conviven Verónica (Mariana Arancibia) y su suegra adoptiva (Sonnia de Monte). El hijo/el novio, se ha marchado hace tiempo a otro país en búsqueda de una vida mejor.
Ellas se hacen compañía con Virginia, una madre con el corazón partido porque no puede legalmente acercarse a sus hijos (Silvia del Castillo), al que se suma un pibe llamado Víctor (Iván Verderico) que se niega a aceptar que su novia lo ha dejado por ser un cadete de mensajería.
Pero de todas maneras, a pesar de aquella precariedad y las miradas sentenciosas cuando intenta abrirse a la gente, Verónica sueña. Quiere dejar de limpiar casas ajenas y de tirar el tarot a extraños. Quiere estudiar psicología pero no puede: se lo impide el artículo 80 del Código de Faltas que criminaliza la "simulación de sexo en la vía pública".
Ser travesti, desear un título universitario, enfrentarse a una institución académica, quizá sea demasiado para alguien que sólo tiene un sueño.
A veces, sentirse preso no necesariamente tiene que ver con un calabozo. El mundo entero puede ser una cárcel.
Las miradas de los otros
"Me conmovió la historia de las mujeres travestis por buscar diariamente su dignidad y por otro, darme cuenta de la falta de compromiso y de interés del resto de la sociedad respecto a este tema", relató Cristián sobre las motivaciones que le inspiraron a contar la historia de Verónica.
Antes de escribir el guión, él mismo siguió de cerca la lucha de un puñado de chicas trans y de distintas organizaciones de diversidad, para conseguir la derogación del artículo 80 y le había conmovido el cruce de historias de marginalidad, prejuicio y desprecio hacia aquellas personas que peleaban desde hace años por salir a la calle sin sentirse oprimidas por su orientación sexual.
"Veía que hay potencia y belleza de lo trans para narrar una historia de forma cinematográfica y principalmente, el aspecto social de la temática", describió.
Y si exploraba este tema con realismo, sintió que debía ser desde una sinceridad brutal: el papel de Verónica no podía ser interpretado ni por un hombre o una mujer haciendo de travesti. Tenía que ser una travesti real.
Por suerte, Cristian encontró a Mariana Arancibia, una estudiante de peluquería que se presentó el último día del casting. "Ella sin duda es Verónica", intuyó el director. Y el proyecto se iluminó con esa epifanía que se siente cuando lo imaginado se sincroniza con la imagen real.
"Fueron Sebastián y Marcia Pérez los amigos que me convencieron de presentarme al casting", se acordó Mariana. Un amigo le había dicho: "¿Por qué habiendo tantos actores profesionales sin trabajo te van a dar el papel a vos?", pero ella se apareció igual.
"Lo primero que me favoreció fue que no le tenía miedo a la cámara y que tenía sensibilidad para interpretar este rol tan delicado", recordó Arancibia. Pasaron varias semanas y Cristián finalmente le dijo que el papel de Verónica era de ella.
"Esta decisión me inspiró cierta responsabilidad. Verónica era el reflejo de muchas otras chicas que como yo habían tenido experiencias similares al personaje. Es una historia dura. Dramática".
Pero durante el rodaje, que como cualquier proyecto independiente se estira a veces caprichosamente en el tiempo, "los conceptos de sexualidad fueron cambiando porque fue cambiando coyunturalmente a nivel social", recordó Pellegrini.
Afuera del plan de rodaje se coincidió con un proceso tan histórico como polémico que incluyó la eliminación del 80 y la aprobación de las discutidas leyes de Matrimonio Igualitario en 2010 y de Identidad de Género, en 2012.
"Fui aprendiendo paso a paso, con entrevistas, con investigaciones y con la observación de la realidad. Por suerte, la vida y la realidad, nos sigue sorprendiendo y enseñando", admitió.
"Verónica y yo tenemos muchas coincidencias en común. Como ella, he sentido esa angustia que genera que la gente te haga sentir incómoda, que andás por la vida como desorientada, como expulsada. También por el hecho de creerme católica y comprender con tristeza que ningún católico te va a aceptar tal como sos. Estás medido, limitado por las creencias", declaró Mariana.
"En eso de estudiar, de convertir en mentira una relación cuando tu novio se enfrenta a su familia. Eso ha tenido mucho poder de identificación para mí. Me gustaría que eso ayude a que el espectador sea más tolerante al menos. Nunca les pediría que acepten, sino que toleren, que sepan que hay otras realidades. Me gustaría que la película ayude a comprender que en el mundo hay personas, no rótulos".
Relatos de diversidad
Tras ganar varios premios y exhibirse en distintos festivales internacionales (Festival Cine Latino de Toulouse; Festival Internacional de Cine Político Bs. As ; Pink Latino de Toronto ; el FESTDIVQ de Venezuela ; el London Film Festival ; el Mix Copenhagen, etc.), la experiencia más emocionante para el director y la protagonista, se ha concentrado en el Diva Film Fest, de Valparaíso, donde la cinta ganó cuatro premios.
"En Valparaíso me rodearon las historias - recordó Mariana - Una mujer me contó que su hermano travesti se marchó del país porque la policía lo iba a matar tarde o temprano, pero afuera se contagió de VIH y se murió lejos de su familia. Ella luego me invitó a cenar y me obsequió un par de aros de su hermano, unos aros que todavía conservo como un tesoro".
- ¿Qué esperan que suceda con la película cuando se estrene?
Mariana Arancibia: Para ser sincera, me da un poco de miedo. El público mendocino es complejo. La película tiene escenas controversiales, como la del acto sexual. La gente se incomoda mucho cuando ve algo que se escapa de las normativas sociales y culturales.
Cristián Pellegrini: Me gustaría que la película emocione al espectador y que desde ese lugar entienda lo que pasa por el corazón y la cabeza de Verónica Videla. Mejor de dicho, por la cabeza de todas las Verónicas.
La película se estrenará el jueves 4 de setiembre en el complejo Cinemark de Palmares y tendrá un pre estreno para la prensa el martes 2.
Tercera cinta local en una década
Entre los años en que funcionaron los estudios Film Andes y esta década se rodaron muchas películas en Mendoza, incluso una de gran presupuesto, "Siete años en el Tibet", la de Jean-Jacques Annaud.
También se filmaron un puñado de proyectos de Buenos Aires que se apropiaron sobre todo del paisaje y de alguno que otro oficio profesional de acá.
Pero a partir de 2011, la cinta de Gaspar Gómez "Road July" pareció haber exorcizado los conjuros: se convirtió en el primer largo mendocino de la A a la Z, con equipo y actores locales, que se estrenó a nivel comercial en todo el país.
Dos años después, con estas mismas excepciones, le siguió "Algunos días sin música" de Matías Rojo y ahora le toca el turno a "La pasión de Verónica Videla".
Hay diferentes razones que podrían explicar en parte este cambio de rumbo en la producción audiovisual local: el uso de la tecnología digital; la formación de técnicos y artistas en las escuelas de cine, los subsidios del INCAA o los sistemas de co-producción y micromecenazgos.
Pero sobre todas estas u otras razones, no cabe duda que la principal ha sido la paciencia, la pasión y la obstinación de los realizadores por ver sus historias reflejadas en una pantalla.