Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
Una señal que nunca pasó inadvertida entre los dirigentes de la AFA, los allegados de primera y segunda línea más el entorno cubierto de operadores políticos fue la que lanzó Lionel Messi como portavoz grupal en los días previos a la disputa de la final en la Copa América Centenario. Allí, en el lobby del hotel, mientras el seleccionado argentino aguardaba que las habitaciones estuvieran disponibles en el hospedaje de Nueva Jersey, el gran referente a escala planetaria se quejó de la desorganización y del estado de confusión que se había encarnado en un plantel plagado de estrellas del nivel premium. El capitán del equipo hizo sus declaraciones a la prensa y siempre quedó claro que no habían sido a título personal. Fue una pateada al tablero para quienes, desde la dirigencia afista, se habían acostumbrado a poner la basurita debajo de la alfombra. El astro del Barça tampoco estuvo solo al momento de declarar: su ladero y amigo personal Sergio Kun Agüero apoyó el reclamo como muestra de que el pedido era acompañado y sostenido por el resto de los futbolistas argentinos.
Apenas dos días antes del revulsivo messiniano, una reunión en Olivos entre el presidente Mauricio Macri y el entrenador Diego Simeone tampoco pasó inadvertida, menos en Estados Unidos. Si bien son amigos personales desde hace años - inclusive volvieron a encontrarse en España diez días atrás - lo cierto es que fue cuanto menos llamativa la difusión de ese encuentro, hasta con una fotografía mediante que se viralizó de inmediato. Cabe imaginarse la reacción de Gerardo Martino, por entonces DT de la Selección. Semanas después, agravado por el anuncio de la renuncia de Messi y de la casi toda la base albiceleste, el propio Tata siguió el mismo camino quizá cuando halló la excusa justa de la falta de apoyo de los clubes nacionales para ceder a sus jugadores con vistas a la competencia en Rio 2016.
La evocación de sendos hechos decanta en una certeza: al fútbol argentino no se está manejando desde Viamonte 1366 desde hace tiempo. Lejos de resultar un bastión, el edificio - ubicado no más de dos kilómetros de la Casa Rosada - es lo más cercano a un predio en el que nadie quiere hacerse cargo hasta que se resuelvan y desaparezcan los remezones del FIFAgate y de sus consecuencias en la Conmebol. Es más, desde el punto de vista formal el presidente sigue siendo Luis Segura, pero éste no aparece ni siquiera por las inmediaciones y es entendible porque su propia situación personal amerita que se resguarda y busque de qué manera blindarse ante las sospechas de haber estado involucrado en ilícitos. En consecuencias, la conducción sigue anárquica. Y las semanas que restan a que las elecciones definan quién y cómo ocupará el sillón presidencial están mediatizadas por una guerra de intereses que se reproducen cual si fueran intrigas palaciegas propiamente dichas.
En las camadas dirigenciales actuales se añora la presencia hegemónica de un caudillo al estilo de Julio Humberto Grondona. La muñeca política del también vicepresidente de la FIFA había logrado armar y sostener un aparato que le daba un blindaje sea dónde, cuándo y cómo fuere. Sus tres décadas y media al frente de la Asociación del Fútbol Argentino estuvieron atravesadas por los vaivenes de la Argentina. Don Julio supo estrechar la mano de dictadores de la época nefasta como Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri hasta la de presidentes electos democráticamente como Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. A nivel internacional, también fue afín al oficialismo en la FIFA con los gobiernos del brasileño Joao Havelange y del suizo Joseph Blatter. Su táctica fue una, claramente: aliarse al poder.
Sin su líder hegemónico, la dispersión de los sectores afines en el fútbol argentino se encolumnó en sectores a los cuales internamente se los denomina el grondonismo sin Grondona. Ninguno de éstos está en pugna entre sí, sino todo lo contrario: nombres referenciales se han pasado de filas conforme a la necesidad del momento y hoy día serán quiénes se repartirán los puestos de privilegio. Si bien el más parecido a Grondona - en cuanto a personalidad y manejo - es Daniel Angelici, lo cierto es que el recuento previo al acto eleccionario lo sigue ubicando a Claudio Chiqui Tapia como candidato principal al sillón presidencial. Lejos parecen haber quedado los tiempos del vergonzoso 38-38 de la votación en Ezeiza, entre las huestes de Segura y de MarceloTinelli. Sin embargo, mientras el primero está virtualmente desaparecido, el vice de San Lorenzo mantuvo su margen de adhesión para que se constituya en la cabeza de la Súper Liga. El reparto continúa en primer plano.
Las negociaciones para la transición entre Fútbol para Todos y la televisión paga representan un símbolo de la manera en la que la dirigencia del fútbol nacional se asume como vocera del interés general cuando en realidad intenta sacar provecho para el sector que representa. Para muestra basta repasar el último trimestre, entre diciembre y febrero pasados, para observar los vaivenes en cuanto a la posición de los dirigentes. Y ésta dilación repercutió directamente en el sindicato de jugadores, en el que Sergio Marchi, la cabeza de Futbolistas Argentinos Agremiados, se endureció - supuestamente a favor de los clubes menos favorecidos por el reparto de las regalías televisivas - cuando históricamente fue una figura tendiente a consensuar con el sector dirigencial. Otro hecho político que confunde, más que nada porque de tan sinuoso abre conjeturas acerca de si realmente se va a sostener en el tiempo o simplemente se trata de una puja de poder interno sobreactuada.
Que la pelota vuelva a rodar en las canchas será una consecuencia de una decisión reflexiva y abarcativa al mayor número de beneficiados. De otra manera, si se retorna al fútbol de una manera compulsiva, las inequidades progresarán: los ricos serán mucho más ricos y los pobres más pobres, por lo cual las distancias se ensancharán. Entonces, está en juego más que un título, una clasificación a las copas, una permanencia o un ascenso. Hoy, como nunca en cuatro décadas, asoma la posibilidad de gestar un cambio revolucionario en la estructura base futbolística a nivel nacional. Sin embargo, del optimismo inicial se empieza a caer en el desencanto. El gatorpardismo - cambiar algo de forma para que nada cambie de fondo - sigue posicionado en el centro de la escena. Y las dos palabras del anillo refuerzan su poder simbólico y explícito a la vez: todo pasa.