La Selección argentina continúa enmarcada en el casillero del debe. Volvió a perder una final con Chile, y por la misma vía de 2015, sufrió el recambio de Edgardo Bauza por Gerardo Martino y una peligrosa racha en las Eliminatorias del Mundial de Rusia 2018 y recién dio síntomas de mejoría de la mano de Messi, el mismo Lionel al que muchas veces se lo castiga con crueldad por estas latitudes y quien en el resto del planeta se lo considera el portador de las llaves del Paraíso.
En términos organizativos el año transcurrió en clave rocambolesca: la Comisión Normalizadora alternó buenas con malas y malas, la AFA no dejó de ser la hoguera de las vanidades, los clubes siguieron gastando más de lo que generan, Diego Maradona pontificó desde Dubai, las barras consolidaron sus asociaciones ilícitas, los campos de juego en muchos casos se revelaron más aptos para la hípica que para el fútbol, las hinchadas visitantes volvieron a cuentagotas, los entrenadores tuvieron menos tranquilidad que el plomero del Titanic y los árbitros, de flojo nivel, es cierto, sufrieron el descontento de los habitantes de las tribunas y en algunos casos el salvajismo de los propios protagonistas.
Premio consuelo. Argentina finaliza el año en la cima del mundo líder de la última Clasificación Mundial FIFA 2016 por delante de Brasil, que terminó segundo.
Por ello, la Albiceleste fue nombrada como la selección del año en lugar de Bélgica, a quien superó el pasado mes de abril en la cumbre, de donde no se había bajado en las siguientes ocho ediciones del ránking.
Lo tienen merecido
En el contexto de un fútbol argentino de aguas embravecidas, envuelto en el mismo caos organizativo que lo opaca desde hace tiempo, se jugaron competencias variopintas y cientos de partidos que a la hora de la lupa fina arrojan a Lanús, River y San Lorenzo, en ese orden, como los dueños de las satisfacciones.
Salvo en el caso del Grana, cuyo rendimiento alcanzó picos admirables (exhibición en el Monumental vs. Ciclón, en la final del torneo que concluyó el 29 de mayo), las vueltas olímpicas no se correspondieron con los requisitos estéticos que tanto desvelan a buena parte de la cofradía futbolera y de los púlpitos periodísticos.
Más marcada esa deuda, si así pudiera decirse, en el River de Gallardo, un equipo de renovación insuficiente y de identidad brumosa que refrendó su oficio para compromisos de pierde/paga al ganar la Recopa Sudamericana ante Santa Fe de Bogotá y la Copa Argentina vs. Rosario Central, una victoria providencial que representa el pasaje a la Libertadores de 2017.
En la copa de este año, el Millo quedó eliminado por el sorprendente Independiente del Valle (Ecuador), rival que tras el receso de la mitad de la temporada también sufrió Boca, como local.
Justamente cara a cara con el Xeneize, el 10 de febrero, San Lorenzo se quedó con la Supercopa Argentina gracias a un redondo 4-0 que tuvo lugar en Córdoba.
Eran los tiempos de Pablo Guede y su rimbombante “método Guede”, un presunto certificado de modernidad virtuosa que se desvaneció como una pompa de jabón y forzó al DT a una salida poco airosa, por lo que llegó Diego Aguirre.
Con el uruguayo al mando, el Cuervo consumó un puñado de partidos de alta gama (bajo la batuta de Fernando Belluschi, ganador del Olimpia de plata al mejor futbolista del año), pero no los partidos donde más lo necesitaba, como por ejemplo en la Sudamericana: cosas que pasan, así es el fútbol y la vida.
En términos de regularidad positiva todos los caminos conducen al Lanús de Jorge Almirón. Primero estabilizó una formación base, después un sistema más apegado a una solidez defensiva ausente en su paso por Godoy Cruz e Independiente, la mutación no sufrió merma en la redondez de la pelota y en capacidad de goleo y el Grana se llevó un campeonato y en el otro, que concluirá en mayo de 2017, está en una posición expectante.
Ese campeonato, el que extenderá las entradas a la Libertadores de 2018, supone hoy la madera a la que se aferra Boca, a los tumbos en los últimos meses de Arruabarrena y en los primeros de Barros Schelotto.
Recién cuando volvió Gago y Tevez se pareció en mucho al estelar Tevez de no hace tanto (por caso, en el Calcio, con la camiseta de la Juve), el Xeneize encontró fluidez y una contundencia arrolladora, ante rivales más accesibles pero también en los clásicos con Racing, San Lorenzo, River, estos en su propia casa.
Muy irregulares. A los dos clubes de Avellaneda no los unió el amor sino el espanto: vegetaron en posiciones irrelevantes y cambiaron de DT dos veces: Pellegrino y Milito en Independiente y Sava y Zielinski en Racing. Rosario Central no pudo coronar bien el ciclo de Coudet (perdió tres finales en fila de Copa Argentina), el Banfield de Falcioni empezó mal y terminó muy bien, Vélez persiste en una crisis sin precedentes de varias décadas a esta parte, Huracán anduvo siempre con lo puesto y Estudiantes, Godoy Cruz y Atlético Tucumán rubricaron sus momentos de marea alta con boletos a la Libertadores.