En la inauguración de la nueva edición de la Feria del Libro un grupo reducido de personas terminó imponiéndose y, en base a la fuerza, a los gritos e insultos y a otras actitudes, no permitió el normal acto de apertura. Lo llamativo del caso es que los organizadores, con los antecedentes en la mano, no hayan advertido con anterioridad la situación y no hayan tomado medidas previas para evitar los incidentes.
Como sucede habitualmente, la nueva edición de la Feria del Libro había despertado expectativas. Sin embargo, el citado grupo eclipsó el acto de apertura mientras el ministro de Cultura de la Nación intentaba dar su discurso. En su gran mayoría con los rostros cubiertos (actitud contradictoria si realmente se lucha por una causa justa, integrantes de los profesorados porteños de la Capital Federal irrumpieron en el evento, frustrando los mensajes oficiales. El Ejecutivo porteño impulsa la creación de una universidad de formación docente, que podría afectar a los 29 profesorados públicos que hoy existen.
Debemos partir de la base de que no se puede calificar la legalidad del reclamo, más allá que pueden -o no- tener razón los que realizaron la protesta. Pero también cabe advertir que existen otros recursos, especialmente judiciales, para canalizar los planteos. Lo que no se puede aceptar es que se aprovechen actos de profundo contenido cultural, como la Feria del Libro, para tratar de imponer una posición a través de la fuerza. También debe advertirse que centenares de escritores y poetas, en su mayoría desconocidos para el gran público, esperan este tipo de eventos para hacerse conocer. De manera tal que quienes protestaron terminaron perjudicando a los más débiles. Además, es muy factible que en el grupo de manifestantes se hayan infiltrado personajes que pululan por el centro porteño, que se suman a cualquiera de los reclamos que se multiplican a lo largo y a lo ancho de la capital del país y que nadie sabe de dónde obtienen dinero para subsistir económicamente. Es muy probable que, entre quienes "escondían" sus rostros, haya varios de ese tipo de reclamantes "profesionales".
La Feria del Libro cuenta con antecedentes lamentables, que se sucedieron esencialmente durante la década kirchnerista, impulsados por pseudo intelectuales que en muchos casos tomaron el evento a modo de supuesta revancha contra aquellos que no les habían permitido participar durante gobiernos "autoritarios", pero que resultaron ser más antidemocráticos que los que ellos criticaban, porque se encargaban de escrachar en muchos de los casos a figuras internacionales que no tenían nada que ver con las políticas de la dictadura argentina.
Eran los años en que entre los "organizadores" figuraban personajes como Ricardo Forster, un filósofo y ensayista que fue designado en una creada Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional y que desde distintos espacios dejó demostrado su escaso aprecio a la democracia republicana. O Héctor Brienza, uno de los principales impulsores del tristemente célebre "Vatayón militante". Entre las figuras que resultaron afectadas por ese tipo de actitudes, podríamos recordar a la médica disidente cubana Hilda Molina, que no pudo presentar su libro "Mi verdad", o los insultos recibidos por Mauricio Macri, en 2009, cuando era jefe de Gobierno porteño. Hasta el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, fue duramente criticado en la Feria del Libro 2011 por intelectuales kirchneristas, entre los que figuraban José Pablo Feinmann y el entonces director de la Biblioteca Nacional, Horario González, quienes pidieron, sin éxito, a los organizadores, que "desinvitaran" al Nobel.
Por supuesto, sobre ciertas situaciones los malos recuerdos son los que emergen. Pero vale la pena recordarlos para que no se repitan, como lo sucedido en esta última edición de la Feria del Libro. Es de desearlo, por el bien de la cultura y de la sociedad argentina en su conjunto.