Otra oportunidad para una nueva Argentina

El autor de “Es el peronismo, estúpido”, el libro político best seller del año, aporta su mirada sobre las razones del triunfo de Mauricio Macri y la derrota del oficialismo, que ha gobernado la Argentina 24 de los 32 años que llevamos en democracia. Una

Otra oportunidad para una nueva Argentina

Por Fernando A. Iglesias / Periodista y escritor

Ya está. La Argentina cambia ruta. Desde que Raúl Alfonsín inauguró la etapa democrática llamando a acabar con el Pacto sindical- militar han pasado treinta y dos años. Treinta y dos años de frustraciones que han dejado un país más pobre, atrasado y socialmente injusto que el que había dejado la más sangrienta de las dictaduras militares.

Treinta y dos años de una democracia degradada y ausente de república. Treinta y dos años en los que pasamos de los golpes del Partido Militar al Manual peronista de saqueos y desestabilización de gobiernos denunciado por la Presidente de la Nación en diciembre de 2012. Treinta y dos años en que nos convencieron que a la Argentina sólo un partido la podía gobernar.

Los Kirchner fueron eso. La exacerbación de los peores rasgos de nuestra sociedad. El cinismo fanático y el fanatismo cínico. El cortoplacismo galopante y el negacionismo sideral. La desconexión entre el discurso y los hechos. La corrupción justificada en nombre de los principios más sagrados. La barbarie unida a la irracionalidad.

Pero por suerte hay otra Argentina, sepultada por los colapsos económicos de 1989 y 2001, que ha decidido darse otra oportunidad. Desde 1999 que no sucedía.

Pasaron dieciséis años, como habían pasado otros dieciséis entre 1999 y 1983. La cuenta es sencilla: cada dieciséis años nos abrimos una puerta de salida de los fracasos epocales que durante la mayor parte del siglo XX nos han llevado a la decadencia. El saldo es simple: no podemos permitirnos el lujo de fracasar.

En el medio, el inmenso desafío de no claudicar a la presión que, si la historia no es una opinión, el peronismo ha ejercido contra todos los gobiernos no peronistas, al mismo tiempo que se gobierna para todos, esperando que el peronismo aproveche esta oportunidad.

Una gran oportunidad para el país, y una gran oportunidad para el peronismo. La de cumplir la promesa de renovarse y transformarse en un partido político más en un país normal. La de sacarse de encima al tren fantasma de sus viejos dirigentes. La de cerrar la puerta detrás de los impresentables que correrán ahora a buscar el calor de otro oficialismo y no volver a abrirles la puerta nunca más.

No creo mucho en que sea posible para el peronismo salir de la encerrona histórica en la que se ha metido cuando renunció a renovarse y se transformó en el partido del poder. Pero estoy dispuesto, como lo está la inmensa mayoría del país, a observar con atención lo que hagan quienes se han autodenominado renovadores de ahora en más, y a aplaudir si desmienten mi pesimista pronóstico. Faltaba más.

Finalmente: ¿por qué creer que esta vez nos irá bien, si ya fracasamos dos veces en el intento de dejar atrás la hegemonía del Partido Populista y pasar de la mera democracia a la democracia republicana y liberal? La primera razón es política.

El peronismo agotó sus variantes. Gobernó por derecha y por izquierda y el resultado fue el mismo: corrupción, destrucción institucional y una plata dulce económica que duró en ambos casos unos cuatro años para terminar en un ciclo de ajuste por distintos medios:, ortodoxo el de los Noventa, heterodoxo el actual, que dejó a la economía exangüe y a la sociedad, desmoronada. Si desean presentarse en 2019 como una alternativa renovada y democrática, los líderes peronistas saben que la sociedad los mira atentamente y recuerda perfectamente la metodología que aplicaron cada vez que jugaron en contra del país. Repetir la triste hazaña del helicóptero no los llevaría, creo y espero, a ningún lugar.

La segunda razón es económica. La Argentina republicana ha tenido malos manejos económicos pero también muy mala suerte. Le han tocado la década del Ochenta y el final de los Noventa, los peores períodos económicos para los países emergentes y exportadores de commodities. Al peronismo, en cambio, le tocaron las dos chicas más lindas del baile: el auge global que siguió a la caída del Muro de Berlín, en el menemismo, y el viento de cola que transformó a los países de desarrollo intermedio, de parias mundiales en los poderosos BRICs.

Ese tiempo ha pasado, es cierto, y la herencia que deja el kirchnerismo kicilofista que en la semana anterior al balotaje tuvo que salir a cambiar los encajes en dólares, no podría ser peor. Todo eso es cierto, pero también es cierto que las expectativas cuentan, y que el optimismo que se percibe en el aire podría dar oxígeno suficiente para pasar airosos los primeros años, que serán los más duros.

Recuperar la capacidad de inversión interna y externa, solucionar racionalmente el problema con los holdouts y acceder al mercado de capitales para financiar un enorme programa de infraestructura que genere trabajo y competitividad no devaluatoria; salir de los subsidios a los servicios a tarifas racionales sin dejar por el camino a los más necesitados; pasar del plan social al trabajo genuino y del trabajo en negro al empleo de calidad.

Todo es posible si se hace con sensibilidad social y racionalidad económica, dos principios que sólo son incompatibles en la cabeza de los fanáticos que nos trajeron hasta acá.

Después de todo, los cinco principales cargos políticos del país fueron ocupados, por años, por Cristina Fernández, Amado Boudou, Daniel Scioli, Axel Kicillof y Héctor Timerman, y todavía estamos vivos. Es difícil pensar que alguien pueda hacerlo peor.

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