Diez menos cuarto de la noche. El Teatro Griego tiembla por el entusiasmo de las más de 25 mil almas que, ansiosas, agitan banderas, globos, corean cantos, y transitan como pueden los corredores para llegar al sector donde están sus asientos. Allí está el corazón de la fiesta vendimial; esperando el instante en que se apaguen las luces, para cambiarlo por vivencias irrepetibles que le regalará el escenario.
Será un encuentro amoroso y sin reservas. Pues que el espectáculo sea bueno o no, para este reconomiento entre escenario y platea, es irrelevante. El ritual sagrado de este fervor popular se nutre de otras pulsiones: de la marea de seres caminando casi en peregrinación para llegar a la cita, por un lado; y de las grandes masas de artistas y músicos, templando sus instrumentos para deslumbrarlos. Las luces, los efectos, los colores terminarán de vestir el impacto. De estos asuntos se nutre el ‘vivo’, que se reiterará esta noche y mañana.
Detrás del muro donde terminan las gradas, y se asienta la base de los otros cerros que siempre se pueblan de espectadores, hay un pulso distinto, mezclándose con la excitación del ambiente. Varias carpas blancas, con reposeras, mesitas y pantallas escoltan un camión inmenso, sin ventanas. Tiene en el centro una puerta, con una escalera de acceso a su interior, que ahora está abierta. De la barriga de ese vehículo entran y salen hombres con gesto apurado. Otros, esperan afuera, chequeando imágenes en las pantallas.
Allí, en ese mapa donde la tecnología es el rasgo dominante de territorio (cables y trípodes descansan esparcidos) habrá otra magia: el resto de la provincia, el país y el mundo podrá ver desde su living el mismo espectáculo que el público espera desde la tarde: la Fiesta Nacional de la Vendimia.
Damos unas vueltas por el lugar, reconocemos la zona, y recibimos la autorización para ingresar al camión, y centro de operaciones, de Señal Única.
Ya en el interior nos sorprendemos. No es un solo un habitáculo el que tiene ese camión en sus entrañas, sino tres; separados por paneles acustizados. En cada uno de ellos, trabajan varias personas (un total de diez, nos dicen) en distintas tareas: titulado, operación de video, dirección de cámaras.
Para quienes nada sabemos sobre estas técnicas, este espacio es insólito: monitores brillando que transmiten distintas imágenes de la fiesta y el Teatro Griego, paneles de lucesitas que se encienden y se apagan por decisión de quienes las operan.
Nos invitan a sentarnos frente lo que, sacamos cuentas, es la parte trasera del camión. Allí, frente a nosotros, hay toda una pared de monitores. En uno, las gradas rebosantes de gente; en otro los locutores de la fiesta arengando al público; en otro más, las sonrisas nerviosas de las reinas departamentales que van ubicándose.
“Hemos colocado doce cámaras para televisar el espectáculo. Seis de ellas son robotizadas: una corre por un cable, otra por un riel, tres instaladas en grúas, y hay una que es única: sólo se usó en la Fiesta del Bicentenario que sucedió en Buenos Aires. Es retráctil, da una imagen muy diferente y posibilidades únicas (es la CóndorCam, que atraviesa todo el espacio con su vuelo). Toda la televisación se hace en full HD”, cuenta
Ariel Hassan
, uno de los directores artísticos de Señal Única.
La fiesta que casi todos miramos
Son las diez de la noche. Todos los que están en el camión trabajando, se preparan. Corren las instrucciones y comentarios (“preparame la 5”, “sacá la 7 que se mojó, cuidado, cuidado”, “silencio, por favor”, “chequeá la luz”, “estamos al aire ya”, “preparate el “Mendoza Argentina”... ahora, dale, dale”, “¿esa es la reina?... Ahhh, esa reina me cayó bien. ¿Quién dijo: la reina no lloró... ¿no lloró?”).
Ante nuestros ojos, que pudimos ver la primera noche en vivo, este espectáculo que transitamos a través de la pantalla es otro. Otro, casi completamente.
Sí está el hilo narrativo que pudimos observar desde la platea. Pero los travellings, que corren abarcando las gradas y el escenario, la posibilidad de mirar desde arriba el dibujo coreográfico, de captar detalles en primer plano, le otorgan a este show una dimensión que antes no vimos: esa comunión irrepetible entre espectadores y escena, esa panorámica flotante que nos da la dimensión del extraordinario espacio abierto que es el Frank Romero Day.
Los climas, las atmósferas, las tutilezas, la necesidad del detalle remarcado que no nos entregó la puesta en escena de
Alejandro Grigor
, la tenemos aquí; construida a través del lenguaje televisivo.
Definitivamente es otra la fiesta que se ve por la pantalla. Una fiesta como la hubiéramos querido: elegante, envolvente, vibrante. Tanto es así que el trabajo de
Hernán Piquín
, que tan poco se luce sobre el escenario en vivo, aquí está resaltado, puesto en valor; como todos y cada uno de los elementos que, sobre el escenario, y ante la vista sin mediaciones de cámaras, no reparó en sutilezas. Nos alegramos: Mendoza, el país y el mundo sabrán que nuestra Vendimia es monumental.