El fútbol tiene la gran capacidad de sorprenderte a cada paso. Cuando uno cree que está todo visto o que los dirigentes pueden aprender de las situaciones, siempre te tienen guardada una nueva situación.
Toda la polémica que se vivió durante el final de la temporada en el ascenso nacional, con jugadores haciendo un paro en la cancha, con árbitros que no ocultaron para nada sus malas actuaciones, para muchos digitadas, ahora la polémica se instaló en Sudamérica. La llegada del VAR, que tanto se promocionó como la solución a las injusticias en el deporte, fue cuestionada desde un principio por estos pagos dónde la picardía suele ser un jugador más en el campo de juego.
Toda la parafernalia que se arma alrededor de la herramienta, fue la estrella durante gran parte de la Copa América en la que se anularon una cantidad inusitada de goles después de revisar las repeticiones.
Algunas justas, otras con justificadas polémicas. Lo sufrió Brasil, lo padeció Uruguay y hasta Chile que fueron viendo que para hacer un gol era necesario no sólo vencer a los arqueros rivales, sino también al ojo clínico de las cámaras que parecían estar obsesionadas en buscar detalles mínimos, imperceptibles.
Esas cosas que sólo pasan en este lado del continente, donde todo se deforma, incluso hasta la seriedad de los torneos. No se entiende sino cómo puede ser que la Copa América ahora se juegue prácticamente todos los años y que la próxima tenga como sedes dos países tan distantes como son Argentina y Colombia.
A los europeos, que cuidan su copa continental, no se les hubiera ocurrido algo semejante. Imagine una Copa que arranca en España y termina en Rusia. Imposible. Cómo tampoco hubieran pensado en invitar a Argentina y/o Brasil, principalmente porque hacen una dura eliminatoria y le dan nivel a la competencia. Nosotros, buscando ganar audiencia y hasta pensando más en el dinero que en el prestigio, nos animamos a invitar a Qatar y Japón. Es la misma Conmebol que tuvo que llevar la definición de la Copa Libertadores a Madrid y que permitió jugar a una decena de jugadores que estaban suspendidos porque se le habían traspapelado los “archivos”.
Todo ese celo que se había puesto de manifiesto en las instancias previas, desapareció como por arte de magia en la semifinal, en el partido más importante de este continente, en ese duelo que es el único que se le puede vender al mundo al precio que uno quiera: Argentina y Brasil.
Justo en el momento en el que había que mostrar la máxima seriedad, los árbitros volvieron a ser los mismos de siempre. Ya la designación de un hombre ecuatoriano, con menos roce que muchos de sus colegas, había abierto sospechas.
Dos penales y algunas jugadas bastante polémicas favorables para la Argentina no fueron revisadas en ese encuentro. En verdad, nada fue a análisis. Parecía que el VAR se había tomado vacaciones aquella noche del Mineirao.
Fue el día en el que Messi se puso el traje de líder y salió a atacar con todo a la Conmebol. “Lo que pasa es que este campeonato lo organiza Brasil y está hecho para que lo gane sí o sí. Por eso el árbitro inclinó la cancha. En otros partidos cobraron manos boludas, penales boludos, y en este partido nunca revisaron nada. La Conmebol tiene que hacer algo con eso”, lanzó la estrella nacional poniendo en evidencia la falta de ecuanimidad de la situación.
Obligados, los dirigentes argentinos salieron a hacer una protesta formal. Y se rompió la relación.
En medio de ese clima, Argentina ayer enfrentó a Chile para cerrar la Copa y, llamativamente, el árbitro expulsó a Lionel Messi por un cruce con Gary Medel. Una jugada en la que el argentino, no respondió a las los embates del trasandino.
Nada es casualidad. Más bien yo diría que todo tiene que ver con la causalidad de una estructura que es corrupta desde su concepción. Pero como siempre, el show debe continuar.