¡Mirá como es la cosa!, que dentro de lo que es el títere y de lo que vi viajando, cada vez me gusta más la intimidad... ¿Viste lo que es la cajita? (las Lambe-Lambe, que aprecieron en Mendoza hace unos años). El Kamishibai es eso.
En Japón, a principios de la Primera Guerra Mundial, aparecieron unos vendedores de golosinas, en bicicleta, que intentaban atraer a los chicos para que les compren; en el medio de la brutalidad, del derrumbe y de la nada. Y una manera de vender era contar historias. Adelante de la bici se habían armado una cajita (hace la mímica), a la que le abrían una puertita para un lado, para el otro... y otra para arriba. Ahí tenían unas láminas. Era un cuento corto, con dibujos estáticos en láminas, para enganchar a los chicos en la historia y después venderles sus golosinas. Pero esa idea fue creciendo más en la narratividad... En la década del ‘50, cuando irrumpe la televisión... esta práctica fue perdiéndose.
A mí esta técnica me llega porque una colega, Carmen Kohan (titiritera porteña), ve “Pajarito” (la obra con la que Osjar Navarro ganó el Primer Premio Nacional de Dramaturgia) y me dice: “quiero que me dirijas en una obra de títeres que voy a hacer con Kamishibai”; y me cuenta...
El vuelo del después
“Pajarito” es una bisagra en mi vida: fue enfrentarme a mí...: habla del Barrio La Gloria, donde yo vivía. Ese contexto marginal en el que viví apareció estando en Buenos Aires... Yo me fui en el momento en que cerraron La Casa de los Títeres... Me fui con esa sensación. Me dije: “yo no voy a poder estar más en esta ciudad si pierdo mi espacio de trabajo, mi espacio poético”. Y no me lo banqué (carraspea); y pensé: “Mendoza andate a la puta que te parió”... Todo el tiempo pienso: “¿por qué estoy en Mendoza, ahora?”. Vengo todos los veranos... Desde que me fui he dirigido acá 7 u 8 obras de títeres, he tenido una permanencia... Y mientras más pienso, más me doy cuenta de que me fui exiliado. La palabra exilio no siempre tiene que ver con la política; o sí... Fue por la política cultural de ese momento.
Estando en Buenos Aires intenté entrar en otro ritmo, renacer. Llegué y me acuerdo que miré por la ventanita de la habitación que alquilé en San Cristóbal. Me dije: “¿qué hago acá?... Soy un pedo en el mundo. Todo es enorme y yo soy así de chiquitito (junta los dedos)”. Necesité ser ‘chiquitito’ de nuevo.
El reencuentro interior
Creo que estaba sacado de un eje... Tenía que ver también con mi identidad sexual y otro montón de cosas. Recauchutarme era el asunto y, para eso, tenía que irme y verme solo: nuevo; porque las heridas se curan en soledad, como hacen los lobos... Así, un día me encontré ahí: frente a esa ventana de San Cristóbal.
Hacer para volver a hacerse
La excusa fue que gané una beca con Sara Bianchi para ir al Museo del Títere. Pero fue más que una excusa: fue el primer nidito que encontré; donde me dijeron “acá tenés un lugar”. Si acá me lo quitaron, allá me lo dieron.
Sara tenía una gran casona (falleció en 2010) en San Telmo. Era la casa donde vivió su compañera Mané Bernardo, con la que tenían el elenco. Decidieron armar el Museo y, en la planta de arriba, tenían una biblioteca hermosísima y gigante... Cuando yo llegué estaba hecha polvo, cerrada con llave: era el recuerdo de Mané, que se había muerto, y nadie entraba a ese lugar.
Un día Sara se va a Madrid a dar unas conferencias y le digo: “Sara, te vas y qué hago”. La viejita me sube a la planta alta y me dice: “Esta es la llave, no la tiene nadie. Acá tenés los libros”.
Me encontré con una biblioteca de títeres de unos tres mil títulos... Eran tres habitaciones enteras, inmensas... Fue muy gestual: cuando me quitan el espacio en Mendoza, allá me dan una llave.
Cuando volvió le dije a Sara: “¿no querés que te ayude a limpiar la biblioteca?”: estaba llena de telarañas, de encierro. Era una cripta...
A partir de ahí empecé a trabajar en la biblioteca. Después falleció Sara y yo seguí ahí hasta que la dejé ordenada... Mientras, Buenos Aires me presentaba mil cosas: hacía un seminario de dramaturgia, estudié pintura, hacía sombras.
Descubrí un taller con Andrés Binetti, autor de “Llanto de perro”...: todas sus obras las ha hecho Comotti, acá... Estuve con él cuatro años y ahí nació “Pajarito”.
Hablaba de Mendoza, me pareció insólito. Yo jamás creí en la cosa telúrica. Trabajé desde la sonoridad: de las formas en que hablamos. Eso me enamoró de Mendoza de vuelta. Dije: “¡guau!, soy un mendocino en Buenos Aires: dejé de ser un porteño”.
Fui conectádome con muchos mendocinos... porque ¡no sabés la cantidad de actores, músicos, escenógrafos, bailarines que están allá! Es una comunidad muy grande... Muchas veces hemos tenido idea de armar arte mendocino en Buenos Aires, conectar con la Casa de Mendoza, por supuesto: ni media bola. Y de repente me encontré creando, sosteniéndome con otros exiliados... Y con los exiliados del mismo Buenos Aires, también. Se armó esa mezcla que me sostiene: es una familia.
Obras que son sustento
Tuve la fortuna de que las dos obras de teatro para actores que escribí las presenté en el Teatro del Pueblo y dijeron que sí. El Teatro del Pueblo es fundacional en Latinoamérica. Y, cuando presenté “Pajarito”, me convocaron a una reunión... Al lado mío estaba Tito Cossa: yo me meaba encima. Y él me decía: “qué loco lo que has escrito, está bueno, me hace acordar a ‘Pizza, birra, faso’”. “Y sí -le digo-. Fue un referente para mí”... Creo en el neorrealismo italiano, en el hiperrealismo. Necesito contar lo que nadie quiere contar en el escenario: me harté de las historias de familias disfuncionales de clase media...
Me siento un laburante de la construcción, construyo obras de teatro... De hecho, “Pajarito” la primera obra de una trilogía... La estrené en el Teatro del Pueblo, dos temporadas. Después fue “La persistencia de los grillos”, que está ambientada en Colonia Segovia y es la historia de una travesti que vuelve una noche a su casa para redimir unas cosas del pasado muy oscuras. Y la tercera se llama “Destacamento”.
Ahora... tampoco es la fantasía de que el público porteño consume teatro: consume la calle Corrientes. Allá también se sufre la falta de público. La calle Corrientes, Tinelli y todo eso, se chupa todo. También hay persecusiones. Macri, como intendente de la Ciudad de Buenos Aires, es lo mismo que ahora: cerrando lugares, lastimando gente para poner la faja de cierre. Pero hay una cosa en el hacer en Buenos Aires...: pasa en las grandes ciudades, es tanta la gente que hay, que todos hacen: no te da la posibilidad de mirar a la montaña, tomar un mate y que la siesta te pase por encima.
En un año que fue crítico, el septimo año, me dije: “no quiero ver más el paisaje edificios, quiero ver una montaña, el azul de la montaña... En Buenos Aires hay esa gran cantidad de actividad cultural porque no hay otra cosa que hacer: no hay un río, un bosque, un mar, una montaña... Entonces, ¿a dónde vas?... y, vas al cine, a las librerías, a los museos.