Oscar 2017: Una ceremonia lavada que pecó de ecuánime

Esta edición de los premios, más allá de su error histórico, entregó un espectáculo en el que el celo por lo "igualitario" empañó todo.

Oscar 2017: Una ceremonia lavada que pecó de ecuánime

Lo más divertido de la edición 89° de los Premios Oscar, para los espectadores televisivos, fue el momento del ya "error fatal" en los minutos finales de la transmisión. Y no se trata sólo del hecho de que una entrega de estatuillas sea casi insalvable, como entretenimiento para tv, sino del espíritu conceptual con el que se arropa.

Sabíamos, los que seguimos las instancias del cine, que este 2017 la Academia prodigaría estatuillas "a la negritud", a diestra y siniestra, pues en 2016 las críticas por los "premios blancos" fueron el ojo de las tormentas. Sabíamos, también, que Donald Trump sería el festín de los discursos progresistas del bien pensante Hollywood. Lo que no imaginamos es lo encorsetados que están los creativos de ese país, a la hora de zafar del puritanismo que los atraviesa como marca identitaria.

Si bien hubo premios 'a los diferentes' -desde el Oscar a Mejor Película para "Moonlight" hasta el del iraní Asghar Farhadi por Mejor Película Extranjera-, si uno hace un viaje a la profundidad del sentido, ve las costuras de una decisión que de tan generosa se vuelve falsa, pura puesta en escena.

Lo mismo sucedió con la 'promesa' de desmarcarse de su presidente racista e intolerante. Pues si bien Jimmy Kimmel (correctísimo en su conducción y salvador del histórico papelón de Warren Beatty) hizo un par de chistes sobre los presuntos tuits iracundos que llegarían de Donald Trump, no hubo en esta entrega más que un par de lavados eufemismos políticos sin nombre ni apellido. El único que se animó a apuntar directo fue Viggo Mortensen; durante su paseo por la alfombra roja. Clarísimo: "vayamos contra Trump, pero cuidado, que hay que seguir haciendo negocios", aportó el subtexto de toda referencia a la vergüenza nacional que implica haber puesto al excéntrico empresario en la Casa Blanca.

La necesidad de mostrarse como el "paradigma de la democracia ecuánime y republicana" también se enfocó en el segmento de la entrega a los rubros técnicos: hubo para todos, no vaya a ser que digan que hacen favoritismos. ¿Resultado?: una repartija que ni sumó, ni restó a la apreciación que los espectadores puedan hacer de esas películas.

"Que vivan los jóvenes", pareció predicar como lema este Premio y su Academia. Para prueba, bastan los galardones a Demian Chazelle (32), mejor director; Emma Stone (28), mejor actriz; o Barry Jenkins (37) por "Moonlight". Y, sí, los viejos ya recibieron lo suyo, y en esta entrega sólo les tocó algún que otro opus cuestionable: la canción de Sting para "en defensa" a la prensa por los ataques de Trump (el ex The Police se convirtió en símbolo de prédica justiciera contra las injusticias por los derechos humanos, y ahí estuvo, haciendo lo suyo sin ningún destaque). Ni qué hablar de la cobardía de Warren Beatty, que fracasó en el único trabajo que tenía esa noche sino que, además, le pasó el fardo a su coequiper, Faye Dunaway.

"Seamos picantes con la comunidad hollywoodense". Otra de las consignas que transitaron por la noche eterna del domingo, pero siempre con mesura. Así las cosas, el "chiste reiterado" fueron las cargadas a Matt Damon por pasarle un papel que le habían ofrecido a Casey Affleck, y que éste se alzara con el Oscar. ¿Cuándo será el día en que Hollywood se embarre en serio, pero en serio?

Los números musicales, el homenaje a los fallecidos el ambiente, la falta de "pasión" que caracteriza a la represión puritana del "Estados Unidos blanco" fueron, como todos los años, los trazos que delinearon esta puesta televisiva. No hay más discusión: los Oscar son las Normas IRAM del cine, la industria cinematográfica pugnando por vender sus bienes culturales al mejor y más dedicado postor. Aquí no hay magia, ni amor, ni entrega: "business is business".

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