Hace poco escuché a un colectivista ponerse contento porque, según él, el legado del coronavirus será el regreso al “Estado de Bienestar”. La cuarentena me pareció el profético introito a un Estado muy intenso.
En el pensamiento económico, simplificando hasta el empacho, hay dos posturas. Los ortodoxos (Smith, Hayek, etc.), privilegian la libertad, vida y propiedad; los heterodoxos (Keynes, Piketty, etc.), priorizan la igualdad material.
Deliberadamente rehuyo aquí valuar ambas posturas: “heterodoxo” y “ortodoxo”; me limito a recontar metas y procedimientos. El método científico siendo incuestionable, no atrae, ni crea convicciones; salvo la alegría del descubridor. Los argumentos de la humanidad para encontrar la verdad y progresar citan la ciencia muy inapelablemente; pero no necesariamente cautivadoramente.
Dicho esto, debo revelar que no me desagradaría desmentir a los heterodoxos mediante postulados no menos indiscutibles e igualmente pacíficos. Espinoso propósito, porque su atrayente tesis catequiza muy persuasivamente, desde un sentimiento solidario y pocas pruebas. Virtud notable, aunque desacompañada. Su poquedad proviene de nacer con el propósito específico de introducir a la ciencia económica un sentido de justicia igualitarista, atribuyéndole injusticia a los clásicos. A la heterodoxia practicada permanentemente se le ausentan triunfos de crecimiento en economías exánimes. Aunque sean eficaces en economías sólidas cuando entran en recesión; también si enfrentan situaciones límite.
Su dispositivo -recordará el lector- es identificar la fisiología de la economía con la redistribución igualitarista (justicia social). Aplaudiría desganado su improbable éxito, por necesariamente empobrecedor; ya que no olvido que los economistas clásicos son más propensos a encarecer la imparcialidad del sistema, sin favoritismos; concibiendo la justicia un género sin especies. Desgajarle al género justicia, la especie “social”, perjudicaría su esencia: la imparcialidad. Decir justicia “impiadosa” o “misericordiosa”, arruina su neutralismo. Así se transformaría en un oxímoron: cuando digo “fue un momento eterno” juego poéticamente, muy controvertiblemente.
La imperfección de los heterodoxos deviene del hábito de desbordar el saber, volcándose. Con objetivos solidarios y metáforas remedando especulaciones, convocan adhesión emotiva; incendiándose y chamuscándose. Tengo una prueba empírica irrefutable, extraída del mejor banco de prueba: la Historia. Obsérvese que, durante la segunda guerra, el 75% del mundo, (social-nacionalistas y socialinternacionalistas), Europa, Asia y África, propiciaba estatismo y economías cerradas, mientras que el resto, el 25%, era republicano y librecambista. Pues esta cuarta parte de la humanidad -aliándose provisoriamente al comunismo-, venció al fascismo. Décadas después, el comunismo de la URSS implosionó y se suicidó. China “travestida” capitalista, abandonó su cerrazón y centralismo. No fue el “fin de la historia”, pero trajo bonanza a sus pueblos.
Son dos versiones: El keynesiano ficticio, el devenido socialista del siglo XXI, es pesimista y, para solventar necesidades menoscaba la propiedad y el ahorro, después re-distribuye. Con desigual éxito: según aplique su heterodoxia en una economía en apuros sólida, o en una débil y desacreditada.
Un clásico, promoviendo la iniciativa privada, atándose a la ley optimistamente, entorpece avasallamientos a la vida, libertad y propiedad. Cito Adam Smith: “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero, lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio”. Keynes, en modo pesimista, impugna: “es la asombrosa creencia de que los hombres más perversos posibles harán las cosas más perversas posibles para el mayor bien de todos”. ¡Juega usted!
El optimista, funda el crecimiento en libre intercambio, precio, competencia, ahorro, inversión y crédito. Y cree que, como todo quiere persistir, el egocentrismo humano prevé -empático, optimista- que, respetando derechos ajenos, intercambiará voluntaria y convenientemente, servicios y productos. Compitiendo prosperará, si da lo mejor al menor precio. Que el Estado ayude desarmando monopolios.
Así, oferta y demanda distribuirán neutralmente. Su premisa: “nadie es igual a nadie, sí ante la ley”. El ortodoxo consentirá heterodoxias únicamente en singulares peripecias (guerras, pandemias, etc.)
Los heterodoxos, afiliando desertores del innombrable fracaso universal, recelan y desarticulan la igualdad ante la ley, la independencia judicial y el respeto a la propiedad. ¿Su pretexto? ¡Nunca funcionaron! Decretan la paridad material de todos impositivamente, redistribuyendo. Por priorizar la igualdad material, reniegan diferencias de talento, esfuerzo y suerte. Impenitentes del segundo pecado capital del Purgatorio del Dante. Según Santo Tomás: “tristeza del bien de otro”. Molestos con los ricos. Aunque esté probado: hay menos pobres en países no estatistas.
La ciencia investiga hipótesis. Persistentemente las demostraciones de la ciencia en biología, física, matemática, son frías refutaciones transitorias; exceptuado el entusiasmo del investigador por el hallazgo. Galileo, presionado por la Inquisición, desmintió su adhesión a Copérnico y firmó que el sol rodeaba la tierra. Obviamente no se inmoló por esa verdad; por astronómica que fuera. Más todavía, seguramente tampoco la sentiría como propia. Consideraría esos desvelamientos, patrimonio público, como suele suceder con los avances de los ortodoxos. Si no le parece, observe: la aplicación de la ciencia, las tecnologías, inicialmente se patentan; tiempo después son públicas y gratuitas. Las con precio, cada vez valen más y cuestan menos.
Verdades acreditadas desde lo racional y empírico, suelen ser descartadas por los colectivistas de este siglo, simplemente respondiendo desdeñosamente: “son argumentos”. Prefieren la “solidaridad forzada” del centralismo estatal, a la distribución descentralizada del mercado. Hasta insisten en igualar patrimonialmente, expropiando sin cumplir la constitucionalidad de declarar de utilidad pública protocolarmente la restricción al propietario de su derecho a disponer voluntariamente. Cómo negar tanta evidencia de que engendra pobreza.
Esta pandemia esperanza a los heterodoxos postizos, ya que propicia su receta. Sin embargo, no divisan la última estación del derrotero: un Estado poderoso, un individuo apocado y el mito de La Felicidad Conferida; la novela de Orwell, “1984”. Demolerían el logro del esfuerzo progresivo de la humanidad, que instauró la división del poder autocrático, los derechos a la vida, propiedad, libertad e igualdad ante la ley. Experimentan la cuarentena sin aprensión, soñando el arribo al país de aquel Estado poderoso y solidario que suponen en China.
Ni sospechan el camino de servidumbre.