El problema independentista en España es algo que no puedo menos que sentir cercano. Recuerdo que allá por 2002, con motivo de mi estancia de estudios en la ciudad de Pamplona, Navarra, conseguí salvar el pellejo por diferencia de minutos, tras haber pasado tan sólo a unos metros antes de que estallara una bomba de ETA, en el edificio central de la Universidad.
En estos días he estado siguiendo bastante de cerca en la prensa el tema catalán. Una de las explicaciones del problema que parece haber cobrado más prestigio al respecto, es la del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Forzoso es aclarar que el Premio Nobel de Literatura no se otorga a alguien necesariamente por su pensamiento profundo y riguroso, sino más bien por su sentido de la estética a la hora de blandir la pluma. Esto ha sido una norma, con excepciones tales como Mommsen, Bergson o Sartre.
Junto a otros portavoces calificados de la unidad indiscutible de España, Vargas Llosa ha querido plantear el problema catalán como una antítesis entre libertad cosmopolita vs. reclusión provinciana y nacionalista (ver "La hora cero", artículo publicado días atrás en El País https://elpais.com/elpais/2017/09/29/opinion/1506690046_114565.html).
Se supone, en este caso, que del primer lado juegan los españolistas, y del otro los independentistas. En este punto, pues, parece condensarse esencialmente la discusión en torno al problema predicho (por encima, desde luego, de los aspectos económicos, clara consecuencia suya). La acusación a Puigdemont y sus seguidores, de no subirse al tren de la historia y su progreso global, ha sido el arma que, en el golpe asestado por los defensores de la España inmortalmente unificada, ha brillado de manera fulgurante -sobre todo en comparación con los opacos palos de la Policía Nacional el 1-O.
Ahora bien, no todo lo que brilla es oro. Las heridas provocadas por ese golpe fueron en verdad superficiales (al igual que los palos de la Policía, por cierto). No hicieron mella en los independentistas. A los pocos días de ocurrido el referéndum, dichos separatistas avanzaron hasta declarar una independencia de pantomima.
El desconcierto que se está viviendo en estas horas allí es sin duda dramático. Uno de los rasgos del actual problema catalán que más estupor causan al espectador del Nuevo Mundo, es que el mismo lleva más de un siglo de debate. En este sentido, para entender algo de lo que está pasando allí, lo mejor es releer a uno de los top del pensamiento español del s. XX: Ortega y Gasset. A mi entender, el sentido histórico de su explicación del problema no tiene parangón.
En España invertebrada (1921), libro publicado hace ya cien años, sorprende leer la frescura con la que Ortega señala que "la aparición de regionalismos, nacionalismos y separatismos ha sido uno de los fenómenos más característicos de la vida política española de los últimos veinte años". Ahora bien, a diferencia de los críticos actuales del nacionalismo, su diagnóstico no tiene como objeto de reprobación el nacionalismo sino la falta de política: "Catalanismo y bizcaitarrismo no son síntomas alarmantes por lo que en ellos hay de positivo y peculiar -la afirmación "nacionalista"-, sino por lo que en ellos hay de negativo y común al gran movimiento de desintegración que empuja la vida toda de España", nos dice ni bien comienza la 2ª parte del libro.
Ortega no tiene ninguna inquina contra el nacionalismo, puesto que, a su modo de entender, España misma -como antes ocurriera con Roma- es una nación compuesta de naciones, es decir, un "sistema" u "órgano nacional" -un Estado-, cuya formación se debió a una progresiva incorporación de pueblos, razas o nacionalidades diversas. En este sentido, él alaba el "talento nacionalizador" de Castilla, en tanto "talento de carácter imperativo", por haber sabido ponerse a la cabeza del proyecto español y mandar en consecuencia, reduciendo así "a unidad española a Aragón, Cataluña y Vasconia". Por supuesto, parte de la lucidez con la que Ortega analiza el problema de España y Cataluña, se debe a que él habla con la claridad que a estas horas gente como Rajoy o Vargas Llosa no se atreven o, en el mejor de los casos, ignoran: "No se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla". ¿Nacionalismo en Ortega y Gasset? Claro que sí. En efecto, para él, la suposición de un abstracto "unitarismo" español, esto es, la tesis de la entera España como entidad jurídica original, es falsa: España fue inicialmente Castilla, y, conforme se fueran incorporando otros reinos y territorios, fue haciéndose -con ella al mando- el Estado español.
Desde la perspectiva de Ortega (y qué esclarecedora parece todavía la misma), el problema de España no es el nacionalismo sino, por el contrario, la ineptitud política del Gobierno Central -entiéndase actualmente: el Palacio de la Moncloa- para mantenerse en el mando eficaz. Según enseña allí mismo Ortega, la política, esto es, mandar, "no es simplemente convencer ni simplemente obligar, sino una exquisita mixtura de ambas cosas".
Siendo esto así, la consecuencia más clara de la mala política es la falta de energía para producir cohesión, permitiendo que aparezca entonces la desintegración.
Aun desde nuestra lejanía de simples espectadores hispanoamericanos, no parece difícil advertir que en el nacionalismo catalán no hay abundante inteligencia. Las pruebas están a la vista. Pero tampoco creo que la libertad sea una realidad ubérrima asignable al liderazgo de Rajoy y sus intelectuales, por no decir nada del rey. El mediático y multifacético catalán no independentista, Jordi Évole, lo ha expresado mejor que nadie: "Necesitamos regenerar mucho este país, necesitamos que España ilusione más. España ahora no ilusiona nada" (https://www.youtube.com/watch?v=a8ktD9IvFoA&t=17s).
Al terminar esta reflexión, es justo recordar que Vargas Llosa se ha manifestado siempre admirador de Ortega. Quién si no él, entonces, estaría mejor dispuesto a aceptar que ahí reside el principio de aclaración: sacando a la luz la sincera explicación orteguiana al problema catalán.