Orlando y los EEUU de Trump

El yihadista solitario Omar Mateen acaba de encender una mecha en momentos de gran tensión en el mundo occidental.

Orlando y los EEUU de Trump

Omar Mateen, el tirador de Florida que había jurado lealtad al Estado Islámico, acaba de conducir a Donald Trump a la Casa Blanca, de sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea, de llevar a Marine Le Pen a la presidencia francesa y de meter al mundo en una espiral descendente de violencia.

De 29 años de edad, Mateen es el Gavrilo Princip de principios del siglo XXI, el joven que hizo pedazos un orden político viejo y decadente. Al igual que el nacionalista bosnio serbio de 19 años cuyas balas encendieron la Primera Guerra Mundial, Mateen ha dejado caer una chispa en un tiempo de enojo inflamable.

Claro que estas ideas sombrías podrían resultar no ser más que eso. Mateen todavía no ha cambiado al mundo; es posible que nunca lo haga.

Sin embargo, no hay duda de que el mayor tiroteo masivo en la historia de Estados Unidos se produce en un momento de particular intranquilidad. Tanto en Estados Unidos como en Europa, las frustraciones políticas y económicas han producido una corriente en contra del statu quo y una aparente presteza para dar un salto en la oscuridad. Washington y Bruselas se han convertido en sinónimos de parálisis.

Trump y el “brexit” representan acción -cualquier acción- para sacudir las cosas. Son, para sus partidarios, lo que merecen las élites petulantes.

Encima de eso, y algo que lo alimenta, el Islam se encuentra en una crisis muy importante. Sus ramas sunita y chiíta están estancadas en una confrontación violenta. Su adaptación al mundo moderno ha resultado ser vacilante y bastante desesperante para producir una cepa de creencias yihadistas, antioccidentales y violentas, que se metastatiza, a la que, al parecer, Mateen -al igual que los tiradores de San Bernardino- fueron susceptibles.

El que les haya disparado a los juerguistas en un club gay indica, una vez más, que el Islam y la sexualidad constituyen un reino particularmente explosivo. Las costumbres sexuales liberales de Occidente son la afrenta más alarmante para una cierta cepa del Islam. La confrontación resultante incuba violencia explosiva.

Han pasado 12 años desde que un musulmán yihadista, holandés marroquí, asesinó a Theo van Gogh en Amsterdam por haber hecho una película sobre cómo se trata a las mujeres en el Islam; y, ahora, un ciudadano estadounidense de ascendencia afgana que, al parecer, también encontró en el extremismo islámico la respuesta ideológica a sus problemas, ataca a unos homosexuales en el club Pulse, en Orlando, Florida.

Es nocivo culpar de esta crisis en su religión a todos los 1.600 millones de musulmanes en el mundo. La reiteración de Trump de su llamado a prohibir temporalmente la entrada a Estados Unidos de los musulmanes no estadounidenses y su autofelicitación ejemplifican su política divisoria teñida por la violencia. Se citó en Twitter a Michael Oren, el ex embajador israelí ante Estados Unidos, horas después de la masacre, que dijo: “Si yo fuera Trump, enfatizaría el nombre musulmán de Omar Sadiqui Mateen. Esto cambia la contienda”. Después, dijo que Trump haría eso y no porque él lo hubiese recomendado.

También es, no obstante, peligroso ignorar o subestimar la potencia de la ideología del EI, el papel central que ha jugado en la violencia reciente desde París hasta California, y el vínculo entre esa ideología y una crisis más general en el Islam. La frase favorita del gobierno de Obama al abordar este flagelo -“extremismo violento”- es vaga al punto de ser un sinsentido evasivo. Sí, los terroristas yihadistas son “extremistas violentos”, pero llamarlos así es como decir que el nazismo es una reacción a la humillación alemana en la Primera Guerra Mundial: cierto, pero totalmente inadecuado.

Mateen demostró de nuevo cuán potente es la mezcla de las ideologías del EI y de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés). Estados Unidos es el escenario perfecto para los seguidores del EI tipo “lobo solitario” porque tienen acceso a armas que necesitan para hacer lo peor. A pesar de que el FBI lo había investigado dos veces por posibles vínculos con el terrorismo, hace poco, Mateen pudo entrar en una concesionaria de armas en Florida y adquirir una “escopeta larga” y una pistola. Esto, bajo cualquier criterio razonable, es una locura.

El arma de asalto AR 15 que utilizó Mateen también fue del tipo que usaron los tiradores en San Bernardino. David Keene, quien fuera presidente de la NRA, describió alguna vez al armamento como “el arma que a los liberales les encanta odiar”. Es, de hecho, el rifle que ejemplifica por qué las permisivas leyes estadounidenses sobre armas hacen que las vidas estadounidenses sean baratas. Las leyes son una aberración.

El presidente Barack Obama describió el tiroteo como "un acto de terrorismo y un acto de odio". Dejó clara su desaprobación de las leyes de armas. Hizo un llamado a la solidaridad. No dijo nada sobre el EI ni sobre la forma en la que el hecho de que el Estado Islámico controle territorio en Siria e Irak refuerza la potencia carismática de su atractivo ideológico, diseminada desde esa base a través de internet.
También dijo esto: "Hacer nada activamente también es una decisión".

Sí, haber hecho nada activamente en Siria durante más de cinco años de guerra -y permitiendo, así, que parte del país se convirtiera en bastión del Estado Islámico, contribuyendo a una crisis masiva de refugiados en Europa, consintiendo matanzas y desplazamientos a una escala devastadora, minando la palabra de Estados Unidos en el mundo y otorgando una temporada abierta para que el presidente Vladimir Putin de Rusia se pavoneara- se reduce al más grande fracaso de la política exterior del gobierno de Obama.

Ha hecho que el mundo sea un lugar muchísimo más peligroso. Espero lo mejor, pero temo la victoria de la política del enojo en Estados Unidos y en Europa.

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