Opositores y oficialistas: una competencia difícil

Hasta aquí, la oposición ha tenido un buen desempeño pero no debe subestimar la tenacidad de Cristina y el inmenso aparato que ha creado y sirve a sus intenciones. Los opositores deben dar un mensaje claro sobre la necesidad de reconstruir las institucion

Opositores y oficialistas: una competencia difícil

Por Luis Alberto Romero - Historiador. luisalbertoromero.com.ar - Especial para Los Andes

A quienes esperamos el fin del kirchnerismo, la victoria de la UCR en Mendoza nos permite tener una semana o dos de optimismo. No sabemos cómo serán las siguientes, pues las fuerzas están parejas. Las perspectivas son hoy muy distintas de las que teníamos hace seis meses. ¿Qué es lo que cambió?

Creo que la oposición, vista en su conjunto, ha tenido un buen desempeño. Sobre todo porque, contra lo que muchos dicen, tiene un programa. Quizá está poco explicitado, pero existe y es consistente.

Se trata de un conjunto de coincidencias generales, elaboradas primero por la sociedad civil y retomadas por los partidos opositores. No se refieren a medidas políticas específicas sino a las cuestiones centrales, los problemas que el país debe resolver para seguir adelante.

En los últimos tres años se ha conversado y debatido en la prensa y en innumerable cantidad de foros, formales o informales, hasta constituir una opinión extendida. Lo testimonia el conjunto de declaraciones y acuerdos surgidos de esos ámbitos y suscriptos por la mayoría de los candidatos presidenciales opositores.

Esas ideas están sólidamente instaladas en los cuadros medios de los partidos, como se advierte cuando participan en discusiones sobre problemas específicos. Son ideas generales, que dicen poco sobre la manera de instrumentarlas. Pero esta cuestión, muy importante, no puede anticiparse antes de que las elecciones definan un ganador y se conozca el beneficio de inventario.

Hay cuatro núcleos principales de problemas. Cada uno de los ellos supone un giro de 180 grados respecto de la política kirchnerista, es decir un cambio fuerte. El primero es la reconstrucción de la institucionalidad y del estado de derecho. Se ha hablado tanto de esto que parece innecesario precisar cuál es el problema y hacia dónde hay que ir.

El segundo es la reconstrucción del Estado, corroído por la corrupción cleptocrática y por la destrucción de sus agencias y de su núcleo de funcionarios expertos. La tarea inicial es comparable a la de uno de los trabajos de Hércules: la limpieza de los establos de Augías.

Luego hay que rearmar cada una de las oficinas, como el Indec, juntando los fragmentos dispersos, y recuperar los funcionarios calificados, que hoy están arrinconados por los camporitas. El Estado es la herramienta para gobernar, y no se puede atacar los problemas singulares, como la seguridad, sin reconstruir la herramienta.

El tercer gran núcleo es la pobreza. Hay un acuerdo acerca del mundo de la pobreza: no solo es una lacra y una vergüenza sino que allí se entrecruzan muchos de los problemas del país, desde el narcotráfico hasta la producción del sufragio. Ganarle a un partido en el gobierno, como acaba de ocurrir en Mendoza, es hoy una verdadera hazaña.

Finalmente está la economía, cada vez más complicada por el manejo irresponsable. Lo que hay que hacer para empezar es claro: ponerla en caja, acomodar las variables, y abrirla al mundo. Lo difícil es el cómo y el cuándo.

Creo que ninguno de los candidatos presidenciales opositores está en desacuerdo con estas líneas de acción, quizá muy generales, pero que marcan contundentemente las diferencias con la administración actual.

Sobre la base de estas coincidencias, desde febrero se ha producido una convergencia más fácil de lo que algunos imaginábamos, que conduce a una elección polarizada. Han quedado puntas sin enlazar, como Massa y Stolbizer, pero en conjunto no es un mal resultado. La oposición ha hecho las cosas bien.

Pero todos hemos subestimado, una vez más, la capacidad del Gobierno y sobre todo la tenacidad de Cristina, quien es una pésima estadista pero una política excepcional. En poco tiempo pasó de batirse en retirada a contraatacar, y se prepara simultáneamente para dos escenarios futuros. La victoria de Scioli o la de Macri la encontrarán dando batalla.

Además de su mérito, ella maneja el partido del Gobierno. Desde 1983 el peronismo se reorganizó, se asentó sobre bases territoriales y las enlazó con los gobiernos que iba conquistando.

A medida que avanzaba por ese camino, la identidad peronista perdió importancia frente al hecho de manejar los recursos del Estado para construir y reproducir su poder. Puede acoger a la gente más diversa, si es apta para este juego y está dispuesta a jugarlo.

El manejo sin limitaciones del Estado le permite al gobierno disciplinar a las fuerzas propias, como acaba de hacer en estas últimas semanas, de manera sumamente eficaz. Lo sucedido con el gobernador de Mendoza y la confección de la lista de diputados es uno de los casos que se resuelven cotidianamente en su círculo íntimo.

El manejo de los recursos del Estado es una carta casi imbatible en la producción o fabricación de sufragios en el mundo de la pobreza. Allí los ciudadanos escasean y abundan las personas que viven al borde de la subsistencia. Para ellos, una elección es la manera de asegurar un subsidio u obtener un beneficio adicional.

Convertir subsidios en votos no es simple. Se requieren redes, en la que lo político se refuerza con lo administrativo; hay que saber hablar y relacionarse, y apelar un poco a la identidad. Pero sin la savia vital de los recursos fiscales, y la decisión de usarlos como si fueran patrimonio personal, todo eso no funcionaría. Hoy la máquina de fabricar sufragios se ha puesto en marcha, y su eficacia es enorme.

¿Qué le falta a la oposición para enfrentar a este aparato? No se trata de programa sino de mensaje. Es aquello que en 1983 Raúl Alfonsín construyó con el preámbulo de la Constitución. Otras épocas, claro.

Pero la oposición debe ir un poco más allá del discurso, la gestión y el gobierno ordenado y honesto. Debe captar los fragmentos dispersos de los opositores, y también a los indecisos, que en general prefieren lo malo conocido. Debe atraer a los consumidores y a los tinellizados.

Para ellos, la visión de una Argentina distinta debe tener más carnadura, sentimiento y credibilidad. Es la tarea de los opositores para los meses que faltan.

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