¡Yo soy así! ¿seguro que es así?

Una cotidianeidad monótona no provoca bienestar. La incertidumbre y el enigma enriquecen al individuo –en todos los sentidos y aspectos– cada vez que consigue superar una dificultad o un problema.

¡Yo soy así! ¿seguro que es así?
La autojustificación es uno de los peligros que enfrenta una persona que debe cambiar de actitud.

“Yo soy así”, afirma alguien convencido que nació de una manera determinada y que, sin cambios notables, concluirá su existencia. “Esa es mi manera de ser”, sostiene otro, suponiendo que esgrime un argumento contundente para justificar su conducta. “Siempre hice las cosas de esta forma”, agrega un tercero como aclaración a por qué no modifica una forma de proceder que le es dañina. Podríamos llenar la página con tales ejemplos. Todos equivocados. Obvio. Ocurre que la mejor diferencia entre la especie humana y cualquier otra conocida en la Tierra, es su comprobada capacidad de modificar los esquemas de pensamiento y, con ello, poder definir nuevas y diferentes conductas en su vida personal. Empero, no es frecuente que la gente lo vea de este modo. Hay la creencia generalizada de que se es de una manera predeterminada y que, a partir de allí, poco o nada puede cambiarse. Como si cada uno hubiera nacido con un sello indeleble que le impide decidir sobre sí mismo.

Para ver la falacia que hay en esto, son muy interesantes los testimonios de quienes atravesaron experiencias muy cercanas a la pérdida de la vida. Accidentes graves o enfermedades agudas repentinas, por ejemplo. A veces puede tratarse también de la muerte inesperada de alguien muy querido. Tras un episodio de tal intensidad emocional, la persona empieza a actuar, de manera repentina, distinto a antes. E incluso así lo manifiesta. “Ya no soy más el de antes”. “Ahora comprendí lo equivocado que estaba”. Bastó ese shock para comprender que una existencia diferente era posible y que el cambio era factible para hacerse de inmediato. ¿Qué lo había impedido hasta entonces? Simplemente lo que la Psicología denomina “compulsión a la repetición”. Siempre es más fácil (y requiere menor esfuerzo) hacer más de lo mismo que explorar otras formas de la existencia.

Claro está que si uno hace más de lo mismo de lo mismo, solamente obtendrá una mayor cantidad de lo ya conocido. Si la vida resulta pesada, aburrida, insoportable, no es porque ésta lo sea, sino debido a que los caminos elegidos para transitarla no son los que hacen bien ni brindan satisfacciones tanto como nuevos aprendizajes. Será necesario buscar otros.

¿Cómo hacerlo? Es simple: investigando fantasías, deseos, abriéndose a la imaginación. Llegado a este punto, quien vive haciendo más de lo mismo de lo mismo, dirá: “Eso no lo puedo hacer, ¿qué van a pensar los demás?, ¿qué garantías tengo de que así seré feliz?, y si me equivoco ¿qué va a pasarme?”. Todas estas son argumentaciones de autojustificación para seguir sufriendo.

La vida es un desafío permanente. Los humanos no estamos hechos para aburridas rutinas, ni repeticiones, propias de las especies animales. Por eso una cotidianeidad monótona no provoca bienestar. La incertidumbre y el enigma enriquecen al individuo –en todos los sentidos y aspectos– cada vez que consigue superar una dificultad o un problema.

Esta es la razón por la cual, todos los mitos de todas las culturas y en todos los tiempos, refieren la existencia de héroes decididos a realizar viajes hacia territorios desconocidos, quienes confiando en sus propias habilidades, salen a afrontar los riesgos para regresar –algún día– al lugar natal cargados con la riqueza que otorgan la experiencia y la sabiduría. Quien ha regresado es “otra persona”, alguien que ya estaba en potencia en quien se atrevió a dejar la seguridad de lo conocido pero que nunca habría surgido de no permitirse la experiencia del hermoso riesgo que constituye el enfrentar nuevos desafíos.

Ya lo señaló hace décadas Carl Gustav Jung, cuando escribió: “De la seguridad y el sosiego nunca surgió un conocimiento nuevo.”

*El autor es Doctor en Psicología Social y Filósofo.

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