En la marcha federal por la defensa de la educación pública y el sistema científico nacional algunos manifestantes exhibieron libros. Libros diversos que habían marcado a fuego la etapa de su formación o estaban leyendo al momento de hacer público su rechazo a las políticas del gobierno nacional. El gesto no fue fortuito sino guardo sintonía con la fecha escogida por el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) en tanto el 23 de abril se celebra el día internacional del libro. De allí que el flyer o afiche que difundió la convocatoria exhibió un libro sostenido por una enérgica mano que apareció rodeada de los escudos de todas las universidades públicas del país. A su vez, cada universidad nacional e institutos y centros de investigación del CONICET movilizaron ideas y acciones en vista a visibilizar el reclamo por la necesaria adecuación de presupuestos para garantizar el funcionamiento y sostener las actividades de docencia, investigación y extensión tal como lo prescribe la ley de educación superior, y las normas que obligan al Estado nacional asignar recursos para cumplir con obligaciones indelegables en materia de derechos ciudadanos impostergables y en la promoción de conocimientos científicos y tecnologías orientados a la solución de los grandes problemas del país.
La convocatoria no quedó encorsetada en las fronteras corporativas de las universidades nacionales ni de sus gremios, sino que ganó la adhesión de docentes-investigadores de varias universidades de gestión privada. A medida que la movilización iba en aumento, pasaba a liderar la agenda pública y el gobierno nacional perdía capacidad de maniobra para frenar la ola, se hicieron patentes los apoyos estables o de circunstancia de organizaciones partidarias, movimientos sociales, sindicatos y de antiguos oficialistas convertidos por el poder de las urnas en oposición. Las redes sociales se convirtieron en arena de embates y declaraciones a favor y en contra de las consignas de la marcha federal por la educacion, y exhibieron el clivaje personal de la movilización. En particular, en el hashtag #YoVoy y en la exposición pública de trayectos personales y profesionales de quienes con o sin adscripción ideológica, partidaria o gremial definida dejaron testimonio del impacto de la educación pública en sus propias vidas y en el de sus familias. En el viejo Twitter o actual X, algunos expusieron sus libretas o carnets universitarios, otros declararon ser la primera o segunda generación de universitarios cuyos abuelos habían sido analfabetos y habían bajado de los barcos o cruzado las fronteras de países limítrofes.
También hubo quienes mostraron sus diplomas, los más numerosos sólo de grado, los menos sumaron los que acreditaban haber completado la formación superior: grado y posgrado, con o sin título de doctor o doctora. Un fenómeno por cierto interesante, una especie de micro biografías que demostraba la carrera del ascenso social por la vía de la educación y la universidad pública, gratuita y abierta, “para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, tal como figura en el Preámbulo de la Constitución alberdiana de 1853. El que aprendimos con los viejos métodos de enseñanza en escuelas públicas o privadas. El fenómeno o experiencia que movilizó multitudes en todo el país demostró, además, la vigencia de ese imaginario en medio del derrumbe de la sociedad integrada que lo hizo posible, y una doble paradoja: que el título universitario no garantiza per se la movilidad social ascendente esperada, y la progresiva ausencia de los viejos o nuevos pobres de las aulas universitarias a pesar de la gratuidad en virtud del deterioro radical de competencias y capitales culturales para emprender estudios superiores. Vale recordar que solo el 24% de los más pobres acceden a estudios superiores; en contraste, el 70% de los hijos del 20% de familias más ricas completan sus estudios universitarios.
Es demasiado prematuro estimar el impacto político de la masiva protesta universitaria. Algunos sopesan el riesgo que la misma introduce en la posible caída de la aprobación social de la gestión del gobierno de Milei. Otros conjeturan la posibilidad de quebrar adhesiones de su propio electorado, en particular en las juventudes de los principales conglomerados urbanos. También están los que se imaginan con recomponer figuras o liderazgos alternativos de cara a los próximos comicios intermedios. Los más pragmáticos esperan mejorar sus chances a la hora de actualizar presupuestos de funcionamiento y frenar la dramática caída de ingresos que licua salarios, pone en riesgo programas diversos y deja en el limbo sistemas de becas o de ayuda estudiantil pronunciando la deserción.
Pero más allá de las implicancias de la protesta y del aprendizaje que puede hacer el gobierno nacional con un actor histórico de la vida pública argentina, el #yovoy abre más de una pregunta o interrogante porque expone el papel del carácter personal en las formas de intervención pública y los repertorios de la acción colectiva. Una nota o rasgo distintivo de la política en las calles que más de uno deberia prestar atención en tanto exhibe la potencia de amalgamar la subjetividad con la comunicación pública y la acción política.