Realmente, en lo que se refiere a educación, los argentinos estamos en problemas, no sólo por el debate sobre inicio de clases y vacunación o no de los maestros, sino básicamente por quiénes nos están conduciendo.
El ministro nacional del área, Nicolás Trotta, en más de un año no ha definido ninguna política educativa, no se sabe a dónde quiere ir, pero para colmo ni siquiera se sabe si es el ministro el que dirige el área o si el ministerio está en los sindicatos docentes, esos que protestan en los distritos opositores y apoyan en los oficialistas aunque se haga lo mismo en ambos lados, con lo cual demuestran que ni siquiera su prioridad es defender a los trabajadores de la educación, sino al gobierno en el cual militan.
Si, a falta de línea directriz, debemos juzgar la educación por lo que dicen los funcionarios del gobierno, la cuestión se vuelve aún más polémica, rara y estrambótica. Delirante.
Si hay una frase sorprendente, inexplicable, tanto que hasta su propio emisor debió dar marcha atrás frente a la locura de lo que dijo, es cuando el ministro del área (reiteramos, ¡el ministro de educación!) admitió textualmente que “es una discusión falaz decir que la educación debe ser un servicio esencial”.
Se trata de algo que hasta ahora, al menos públicamente, jamás se había discutido. Los políticos se llenan la boca diciendo que la educación no es un gasto sino una inversión pero ahora aparece un supuesto político educador que rechaza a la educación como servicio esencial. Justo en el mismo gobierno en que se propone declarar servicio esencial a la televisión por cable, o aún peor, donde se sugiere que a los legisladores hay que vacunarlos primeros porque su servicio es esencial. El mundo del revés.
Si esta concepción “trottista”_de la educación se hubiera expresado en Cuba el ministro aparte de haber sido echado en el acto, lo más seguro es que sería condenado a prisión perpetua y en una de esas hasta a la pena de muerte revolucionaria para disidentes, que se aplica en la isla.
Pero no se quedan allí las declaraciones lamentables, ya que una de las principales pedagogas del kirchnerismo, de valía reconocida, como la actual asesora presidencial en temas educativos, Adriana Puiggrós, no sólo piensa que el coronavirus es una enfermedad producida por el neoliberalismo, sino que critica las evaluaciones educativas porque “son un instrumento de control y de selección, y están pensadas desde una lógica empresarial”. Siguiendo con el mismo ejemplo cubano, los estudiantes de Fidel Castro cada vez que van a una evaluación internacional se les hace cantar el himno nacional para que recuerden la gesta patriótica que emprenderán en la cual deben salir primeros para validar ante el mundo la supremacía educativa cubana. En la isla se adoctrina educativamente, pero no se deseduca como aquí. Allí la educación no solo es esencial, sino que las exigencias para cursar son infinitamente superiores a las que proponen sus admiradores kirchneristas argentinos. Se puede discutir el tipo de educación que se imparte, pero no que existe una educación, mientras que acá no existe ninguna, excepto la del facilismo anti evaluativo.
El principal militante de este modo de entender la educación es el mismísimo presidente de la Nación, Alberto Fernández, que siempre sostiene que “lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. El más tonto de los ricos tiene más posibilidades que el más inteligentes de los pobres”.
Alberto enfrenta meritocracia con igualocracia. Primero una sociedad igualitaria y después, quizá, el esfuerzo individual parece querer decir, cuando se trata de dos carriles absolutamente paralelos como lo entendió la ley 1420 del siglo XIX: la educación debe igualar y para eso debe exigir, no son contradictorios sino complementarios. Solo en esta Argentina K se los contrapone, cuando fuimos los baluartes de la mejor educación latinoamericana, al no tener los prejuicios que nos están deseducando.
El mérito individual no es lo opuesto a la igualdad colectiva, sino que es lo opuesto al nepotismo, al amiguismo, al acomodo, a conseguir resultados en base a las relaciones que se tienen con el poder. Por eso el mérito y la igualdad, son las dos caras de la misma moneda. Separarlos conduce a deseducar, más si a eso se le agrega el rechazo a evaluar y declarar servicio no esencial al saber.
Hicimos algunas comparaciones con Cuba desde lo positivo de su sistema, pero está claro que lo malo de la educación castrista es el adoctrinamiento y la censura. Suponiendo que, al menos, en una sociedad como la argentina donde el ideologismo conduce al facilismo, al menos podríamos salvarnos del adoctrinamiento. Que eso es lo que ocurrió en la Argentina post 1983 donde la educación plural y el rechazo a su politización formaron parte del contrato social implícito firmado por los argentinos para construir una nueva democracia. Pero eso se ha perdido y hoy estamos volviendo en muchos aspectos a los peores momentos del primer peronismo, esos en los que se les inculcaba a los niños que “Perón y Evita me aman”, en los libros de texto.
Algo que con los años el peronismo más serio admitió como un gravísimo error. Hasta que ahora su versión K lo reivindica otra vez.
Pionero en estos temas del adoctrinamiento escolar es alguien que viene cumpliendo varios récords de feudalismo y autoritarismo, como es el eterno gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, que hizo leer a una alumna de una primaria estatal un poema dedicado a su honor. La niña se presentó como Cris Pérez y frente a Insfrán recitó lo siguiente: “La situación está difícil, la gente ya no da más. Pero en mi Formosa estoy tranquila, aquí está mi capitán. Perdonen mi fastidio, sé que soy de corta de edad, pero hasta una niña como yo se da cuenta de la realidad..... Personas como usted, mi gran capitán. Personas que generen trabajo e igualdad”, concluyó con los dedos de la mano derecha imitando la V de la victoria.
Aún así, sabemos que Formosa es hoy el paradero del realismo mágico latinoamericano, el modelo acabado de una republiqueta bananera, la sociedad del control autoritario.
Sin embargo, lo mismo o peor hizo el hoy ministro del gobierno nacional, Jorge Ferraresi, quien reemplazó en su cargo a María Eugenia Bielsa, quizá la funcionaria de mayor honestidad de todo el gabinete. Siendo intendente de Avellaneda, Ferraresi, en un acto multitudinario donde asistió la vicepresidenta Cristina Fernández y el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, se hizo tomar el juramento por chicos de las escuelas del municipio, quienes leyeron:_ “Ingeniero Jorge Ferraresi, ¿jura por la Patria, por Avellaneda y su gente, por los que dieron la vida o perdieron su libertad por no claudicar en su lealtad al pueblo argentino, por la memoria viva de Perón, de Evita y de Néstor, y por la demostrada lealtad hacia Cristina, desempeñar con honestidad, valor y patriotismo como lo hizo siempre el cargo de intendente de la Ciudad de Avellaneda?”.
Después los chicos leyeron un preámbulo trucho de la Constitución Nacional donde divinizan al intendente. Asistiendo a ese acto, la plana mayor del kirchnerismo mostró al país y al mundo que el adoctrinamiento educativo está en sus planes.
Una clara doble manera de deseducar, porque en los países que adoctrinan a sus chicos al menos le exigen esfuerzo para ser adoctrinados. En la Argentina, en cambio, estamos en el peor de los mundos: el adoctrinamiento político y el facilismo educativo van de la mano. En el país de Ferraresi e Insfrán, basta con elogiar al mandamás de turno para pasar de grado.
En síntesis, la educación, desde esta perspectiva “nacional y popular”, parece dividirse en 4 opciones: los países autoritarios adoctrinan y exigen. Los países serios no adoctrinan y exigen. Los países poco serios ni adoctrinan ni exigen. Solo la Argentina adoctrina y no exige.
Lo dicho, el peor de los mundos.