Cuando se confirmaron las listas del PJ mendocino, mi primer análisis fue oscuro. ¿Acaso nuestros legisladores fueron estupendos y por ello sus reelecciones indudables? Ninguno se sonrojó para dar el sí otra vez. Con esa conformación de las listas el lema “volver a creer” fue un oxímoron y el espíritu inicial de las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) fue sofocado.
Ora expertos, ora operadores, ora militantes, todos aportamos nuestro granito de arena y el resultado es escandaloso. El problema no es la campaña ni la comunicación. El problema es el salario de pobreza y la falta de salario, la desigualdad, los privilegios de casta política, la falta de vivienda, las ganas de matarse en las escuelas de los adolescentes, ese es el problema.
Sin embargo, hoy me vale todo el optimismo del que soy capaz y sugiero lo siguiente: el pecado reside en subestimarnos. Se trizó el encanto que se sostenía a duras penas, a fuerza de recompensas y de disfrazar los negocios económicos como acuerdos políticos. No sirvió recubrir la desconsideración como buen humor, en esa aparente bonhomía ineficaz por falsa. En estos actos bufonescos, que deshonran nuestra inteligencia colectiva, dimos a luz una salida y es necesario construir corajudamente en esta fisura.
Finalizadas las especulaciones sobre los cargos, parece ser un buen momento para buscar respuestas y hacernos preguntas ingeniosas que den lugar a la creatividad reflexiva.
Las urgencias del peronismo
En las gestiones peronistas a nivel nacional hay una huella de urgencia que capta cabalmente las necesidades de los y las trabajadores. Cuando Evita sale en un tren a repartir zapatillas y juguetes comprende, desde su corazón, que los tiempos nos apremian porque se nos va la vida sin poder llevar a nuestros hijos al mar, a hacer deporte o regalarles una bicicleta. Esa empatía en la gestión, que no puede esperar por acuerdos con la oligarquía, se repite en variadas decisiones de políticas públicas durante el gobierno de Néstor y Cristina. La recomposición para las mayorías es urgente; a veces en actos simbólicos (bajar el cuadro de Videla), a veces como políticas de distribución de riqueza (Plan Qunita), no podemos esperar un segundo más. En la correspondencia de esa urgencia nace un lazo de amor que con amor se paga. Y con votos también.
La profundización de la desigualdad en estos años vuelve todo aún más apremiante, pero ese lazo parece haberse roto en el peronismo mendocino. Para los y las trabajadores de nuestra Provincia la vida no es un carnaval y hace tiempo no lo es. La gran mayoría nos estamos gastando en una cotidianidad asfixiante, con necesidades que hacen fila para ser atendidas. Quienes aún tenemos trabajo al menos el hambre no golpea nuestra puerta, pero sí tenemos la necesidad del disfrute, del goce con gratificaciones necesarias para sostener la vida en familia saludable y organizada. Ese equilibrio que reconstruyó el peronismo de la mano de Néstor y Cristina, el macrismo lo volvió a romper y hoy se sigue marchitando por la pandemia.
Mientras no emerge en Mendoza un sujeto político que acoja esa urgencia popular, vemos una casta política que se divierte ostentando su buen gusto para la moda y su debilidad por la pasarela. Incapaces de oír la desesperación de las familias que queremos sacar a nuestros hijos e hijas de este laberinto y no perecer en el intento. En palabras de S. Federici “Nos deben una vida” .
¿Quiénes en la dirigencia provincial conocen de la pena (en su doble acepción: tristeza y vergüenza) que atravesamos las y los trabajadores a la hora de comprar con crédito el papel higiénico que vamos a usar este mes y pagar al mes siguiente? No es necesario que lo conozca por experiencia propia, pero sí que instrumenten la empatía para sentir al otro, en sus penas y sus alegrías. Nosotros y nosotras lo sabemos, el problema es que no hay quién represente localmente ese deseo vital de buen vivir constitutivo del peronismo sin convertirlo en un fetiche superficial como fue la canción de la campaña.
El resultado de la conjunción de variables históricas, subjetivas y locales es una encrucijada: protagonizan al PJ provincial una dirigencia bastarda, que es bendecida y maldita al mismo tiempo. En este sentido me pregunto por “la complicidad nuestra de cada día”, ¿hemos colaborado en este peronismo de la derrota sistemática?
La historia nos enseña que en este tipo de momentos confusionales puede colarse la solución de derecha. A la falta de identidad colectiva genuina se opone la solución retrógrada con su norma ética. Sin embargo, el peronismo tiene una larga trayectoria en poder desenroscar estos laberintos ideológicos. Albergar la razón populista ( E. Laclau, 2005, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica) sin confundirse con la salida fascista; que si bien otorga una identidad más allá de lo individual, responde a los intereses del mercado, por lo tanto es insostenible para los trabajadores de un país periférico golpeado por la desigualdad interna y externa. Esta desigualdad sin precedentes contemporáneos posiciona a los actores políticos frente a la disyuntiva de elegir entre la tentación de la frivolidad o la sencillez del servicio público. “La patria es el otro” es una frase de Cristina que describe el infalible humanismo del peronismo, ese humanismo en un sentido casi cristiano de conmoverse por los otros.
La coyuntura
Esperamos el momento de la apoteosis pero ese momento nunca llega. Ni ganan las elecciones por un resultado abrumador, ni hay rupturas épicas. Sin embargo, estas PASO tuvieron algunos intentos de diferenciación interna. Estos intentos aislados ¿fueron actos heroicos o fueron demostración de una resistencia conservadora? Si se rellena la falta de identidad colectiva con aristas conservadoras, ¿está mal? ¿Cuándo es indicador de una vuelta a las bases y cuándo es resistencia al cambio? Personalmente opino, que ya ni son tan jóvenes, ni traen cambios.
Acorde con los tiempos que corren, todo se vuelve un fin en sí mismo: tener poder para presumir, no para modificar la vida de los trabajadores; ganar las PASO, no para ganar las generales sino para competir. Por momentos logran pervertir cada valor ético del peronismo; la lealtad es sinónimo de obediencia, la organicidad de desinteligencia, la construcción de poder de ambición y la campaña es un culto al “yo”.
Imponer nuestra visión de las cosas únicamente porque se detenta el poder para hacerlo da lugar a una voz con poder fáctico, pero inservible. Se procura ahogar cualquier debate en un pedido irrevocable de organicidad persiguiéndonos con el peronómetro entre nosotros. ¿Quién decide si lo que sucede son buenos acuerdos o son negocios? ¿Quién decide cuándo es personal y cuando es político? ¿A caso no están repletos de nepotismo y endogamia como el más prehistórico espacio político patriarcal? Al fin y al cabo, lo deciden los votantes y lo gritan las urnas: no alcanza con una campaña repleta de dataísmo .
Esta ilegitimidad me lleva a una pregunta constante: la resistencia que tenemos a esta conducción ¿tiene arreglo? ¿Qué tendría que pasar para que, al menos los propios, la quisiéramos? Intuyo que, mínimamente, deberían ganar muchas elecciones ¿puede ser tan dramático pensar distinto y decirlo en público?
En una coyuntura sin conducción legítima el momento de redefinir es ahora. Esta versión insípida del peronismo, además de aburrida, ha demostrado en las urnas (una vez más) ser completamente estéril.
Tal como canta el Indio, “en la resistencia está todo el hidalgo valor de la vida”.
*La autora se llama Mariela Gelman. Es licenciada en Sociología y militante peronista.