Mi padre era un autodidacta de vasta cultura, aficionado a la mitología griega. De sus labios oí por vez primera los nombres de los gemelos Cástor y Pólux.
Según esa fascinante mitología clásica, eran hijos de Leda, tenían sin embargo distinto padre.
Pólux, era hijo de Zeus y, por tanto, inmortal. Cástor era hijo de Tríamo, Rey de Esparta, es decir enteramente humano y mortal.
Cástor era domador de caballos, Pólux era cazador y destacaba en el box, ambos eran buenos guerreros y amigos inseparables.
Los romanos tomaron el mito como tomaron muchos otros de los griegos e hicieron de él su propia versión. Hasta les dedicaron un templo en el Forum Romano tras la difícil victoria en el Lago Regilo.
Siempre se los consideró protectores de los que estaban en peligro, particularmente de viajeros y de guerreros.
El mito romano dice que ambos gemelos bajaron del cielo armados para la guerra al galope de dos soberbios corceles blancos y decidieron en favor de Roma esa batalla que se encontraba en un punto crítico.
El hombre tiende a mirar al Cielo en sus apuros. Entiendo que por esa razón el mito perdura.
Siglos después, los cristianos españoles recibieron similar ayuda para torcer el curso una batalla que les era muy desfavorable, la de Clavijo, en el siglo IX.
El rey Ramiro I de Asturias invocó a Santiago El Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan Evangelista, para vencer al Emir Abderramán II en los campos de La Rioja, no lejos de la Villa de Clavijo.
El Apóstol se hizo presente, por supuesto, montando un magnífico corcel blanco y blandiendo su espada.
Nacía el mito de Santiago Matamoros.
Fue el evangelizador de la península Ibérica y es el Santo Patrón de España donde se lo venera con especial devoción (excepto en Catalunya donde tienen su propio Santo Patrón).
Llamaba mi atención que en casi todos los pueblos que visité en mis breves periplos españoles la gente juraba que Santiago había estado allí, como si lo hubiesen visto.
Que bebió de esta fuente, que reposó en esta posada, que cruzó el río por este puente…
Antropólogos modernos dudan de que haya estado efectivamente en España y creen imposible que su tumba sea la de Compostela.
Se sabe que fue martirizado en Jerusalén en el año 44. Era Obispo de esa ciudad y siempre se mantuvo fiel al Evangelio que predicaba y que había recibido directamente de Cristo Jesús.
Es también Patrón de todas las ciudades que llevan su nombre : Santiago de Compostela, Santiago de Cuba, Santiago de Chile y Santiago del Estero, Argentina (son más de ciento cuarenta, en total).
Es también el Santo Patrón de una larga lista de ciudades y parajes, entre ellos, Mendoza.
El Acta Fundacional de Mendoza consigna que la ciudad se pone bajo la advocación de San Pedro. Carecemos del documento que permita conocer la fecha en que esa advocación cambió a Santiago, pero se sabe que fue en menos de cinco años.
En 1600, una estatua de Santiago Matamoros llegó a la Provincia y presidió por 400 años la procesión en su honor que al principio se hacía la víspera del onomástico, el 24 de julio.
La procesión de Santiago Apóstol es, posiblemente, la tradición argentina más antigua, una de ellas con seguridad, aparte de algunos milenarios ritos precolombinos que afortunadamente perviven.
Una sola vez en toda esta larga historia faltaron la procesión y la imagen del Santo y el motivo fue tan trivial que me avergüenza pensar en ello. No lo diré.
Se produjo un importante quiebre en el año 2001 y en gran parte lo debemos a esa gloria de la cultura mendocina que fue Luis Triviño.
Este respetadísimo antropólogo de gran labor docente, quien se declaraba ateo (publicó un libro sobre el tema), dirigió una misiva al obispo de entonces, José María Arancibia, sugiriéndole un cambio verdaderamente revolucionario en esa centenaria tradición.
Nada menos que mutar la imagen del Santo, del Matamoros al Peregrino.
Muy modestamente, Luis decía que no tuvo que ver con la decisión, que simplemente se dirigió al obispo para aclarar los hechos pues la mentada Batalla de Clavijo parece ser un simple cuento legendario y la Historia como ciencia descree de ella. En palabras llanas, nunca ocurrió.
El hecho es que alguna mente iluminada recogió el guante y le encargó a la hermana Marta Montaner, de la orden de las Claretianas, la ejecución de una estatua nueva.
La pieza, tallada en un solo trozo de madera, es una verdadera obra de arte, de arte mayor. Es bellísima y creo que es una de las razones por las cuales el pueblo mendocino, tan apegado a sus tradiciones, la aceptó sin reservas.
Es extremadamente expresiva, como ha de ser el arte. En el rostro de madera se leen con toda claridad la fatiga infinita del peregrino y la determinación inclaudicable del apóstol.
Recuerdo haber asistido con mi madre, de muy niño, a la procesión del 25 de julio y no negaré que el matamoros me hizo fea impresión, hasta me infundía un cierto temor.
Soy parte de la gran mayoría que festeja el cambio.
Algún día la historia echará luz, eso espero, sobre el periplo de Santiago (hay varias teorías, que empezó en Galicia, que empezó en Cartagena y hasta que nunca se produjo) y sobre el misterio de su tumba (la tradición dice que Atanasio y Teodoro, discípulos del Apóstol, llevaron por barco el cadáver a España en un periplo de unos 5.000 km por el Mediterráneo).
Por el momento, celebro la hermosa tradición mendocina que se completa con la fecha más importante del calendario del turf, el Gran Premio Patrón Santiago ya que, siguiendo a Lugones, el Apóstol es también Patrón de los Buenos Pingos.
En tiempos de crisis, la fe es esperanza. No debe perderse.
* Mendocino radicado en Sherbrooke, Quebec, Canadá.