Venezuela y la deriva diplomática argentina

De la “diplomacia militante” K a la “anti-diplomacia” mileísta; la triste travesía de la política exterior argentina. La deriva que ahora exhibe algunas de sus consecuencias en el caso del gendarme capturado por el régimen residual chavista.

Venezuela y la deriva diplomática argentina
Nahuel Agustín Gallo, el gendarme argentino detenido en Venezuela por el régimen de Nicolás Maduro.

Durante los gobiernos kirchneristas, la política exterior tuvo exponentes como Sabino Vaca Narvaja, embajador en China que parecía un miembro del aparato de propaganda de Xi Jinping; Mateo Capitanich, embajador en Managua que admira hasta la obsecuencia a Daniel Ortega, actuando como un colaborador del régimen que encabeza con Rosario Murillo, y Carlos Raimundi, quien desde su representación en la OEA actuaba como lobista del chavismo, el orteguismo y el castrismo.

La peor parte de la diplomacia militante se vio en Venezuela, donde se pasó de un diplomático de carrera, a dos embajadoras políticas que parecían del club de fans de Hugo Chávez y finalmente, peor aún, el embajador que defiende a capa y espada la dictadura impresentable de Nicolás Maduro.

De la “diplomacia militante” K a la “anti-diplomacia” mileísta; la triste travesía de la política exterior argentina. La deriva que ahora exhibe algunas de sus consecuencias en el caso del gendarme capturado por el régimen residual chavista.

La deriva comenzó en el 2005, cuando Néstor Kirchner sacó de Caracas al embajador que Eduardo Duhalde había designado en el 2002. ¿Cuál fue la razón del relevo de Eduardo Sadous? Haber denunciado la “embajada paralela” montada por Julio De Vido y operado por Claudio Uberti para efectuar, en sociedad con el gobierno de Chávez, turbios negociados con ganancias suculentas.

Así, la embajada argentina en Caracas pasó de un embajador que se formó en la Indian Academy of International Law and Diplomacy, en la Academia de Derecho Internacional de La Haya y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, a embajadoras cholulas de Hugo Chávez.

Tanto Nilda Garré como su sucesora, Alicia Castro, estaban embelesadas con el exuberante líder caribeño. Más que representar a la Argentina ante el gobierno venezolano, representaban al líder venezolano ante Argentina.

Si con Sadous como embajador se creó la “embajada paralela”, la dimensión de los negociados realizados bajo las admiradoras de Chávez que había enviado Néstor Kirchner probablemente creció de manera descomunal.

Más triste aún fue el fan de Nicolás Maduro que envió Alberto Fernández como embajador. Basta recordar los elogios descomunales de Oscar Laborde al patético dictador. También la gravísima calificación que hizo, aún siendo embajador de la Argentina, de quién acababa de ganar la elección presidencial del 2023 en el país: llamó “neonazi” al presidente electo.

Por eso es difícil imaginar que Laborde se haya limitado a hacer llegar a Nahuel Gallo una carta de la madre de ese gendarme que parece haber sido tomado como rehén del régimen en cuyas mazmorras se acumulan presos políticos y ciudadanos extranjeros que puedan ser usados como material de canje, en una mesa de negociación con sus países de origen.

A Oscar Laborde es más fácil imaginarlo operando con burócratas del chavismo residual para que el caso del gendarme “chupado” por la dictadura le sirva a Nicolás Maduro y perjudique al gobierno de Milei. O sea, es más fácil imaginarlo operando para ese régimen que haciendo favores a una madre desesperada por la desaparición de su hijo en Venezuela.

Pero la deriva de la política exterior no acabó, porque lo que llegó con Javier Milei fue la anti-diplomacia. Un presidente ultraconservador y exacerbado que hace de la política exterior una extensión de sus embelesamientos y aborrecimientos. La anti-diplomacia comienza en la absurda y poco democrática creencia de que un presidente tiene derecho a decir lo que se le ocurra sobre otros gobernantes del mundo.

Milei cree que puede representarse a sí mismo en un cargo que, en el plano internacional, le impone representar al país y a toda su sociedad. Sus aprecios y desprecios por otros líderes no tienen ninguna importancia. El presidente de una democracia no es un soberano que se representa a sí mismo, sino un representante de la sociedad.

Las consecuencias de la diplomacia militante no justifican la anti-diplomacia de Milei. El presidente que llamó “ladrón” a Lula da Silva y “terrorista asesino” a Gustavo Petro, ahora necesita que los gobiernos de Brasil y Colombia gestionen la liberación de Nahuel Gallo. Por cierto, está el deber humanitario, pero Brasil y Colombia están actuando también por ocho detenidos norteamericanos, dos españoles y varios peruanos, entre otros extranjeros encarcelados. Y a la hora de sentir compromiso con un gobierno que necesita ayuda por no tener relaciones diplomáticas con Caracas, está claro que los insultos de Milei a sus respectivos presidentes no suman.

La demanda de ayuda internacional tendría mejores resultados si Milei no se proyectara al mundo como aspirante a liderar la ultraderecha global, ni insultase a gobernantes elegidos por sus respectivas sociedades.

El caso del gendarme da a Milei la oportunidad de entender la inutilidad de ser un insultador serial.

* El autor es politólogo y periodista.

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