Veinte años no son nada

En una época en la que es clave garantizar estabilidad económica, cambiaria y financiera, es natural pensar en las crisis de 2001/02 y la de 2020/21 como dos bisagras dentro de la historia contemporánea.

Veinte años no son nada
Domingo Cavallo y Martín Guzmán, los ministros de Economía del 2001 y del 2021.

La incertidumbre post pandemia, las acciones de empresas argentinas que no paran de desplomarse, un virtual acuerdo con el Fondo que no termina de materializarse (con eventuales condicionamientos que foguean aún más el estado de situación), niveles de deuda pública insostenibles, incongruencia monetaria, niveles de pobreza muy altos, entre otras, hacen inevitable para muchos buscar puntos de contacto con la crisis del 2001 y la desprolija salida de la convertibilidad.

Siendo que es clave garantizar estabilidad económica, cambiaria y financiera, es natural pensar en las crisis de 2001/02 y la de 2020/21 como dos bisagras dentro de la historia contemporánea. Ahora bien, ¿qué nos lleva a compararlas? Por una parte, el porcentaje de la población debajo de la línea de pobreza e indigencia presente en ambos momentos. Otra similitud es el desplome del nivel de actividad productiva y el desempleo. Como así también la fuga de capitales y pérdida de valor de títulos, bonos y acciones tanto en nuestro mercado bursátil como en las bolsas extranjeras. Y por último, la similitud más dolorosa para el ciudadano a pie, es la caída de los saldos reales de dinero que se traducen literalmente en pérdida del poder adquisitivo. En 2002, en términos nominales, el peso llegó a perder casi un 75% de su valor y, descontando la inflación, la merma anual fue del 53%, la mayor de nuestra historia. Si bien la devaluación de la crisis de la post convertibilidad fue mucho más fuerte, la reciente también es importante y será una de las cinco peores del último medio siglo. En el mismo escenario de depresión, los indicadores de desindustrialización, pobreza, desigualdad, precarización laboral y baja utilización de la capacidad productiva también van empeorando aceleradamente.

¿Y qué diferencia hay entre esta crisis y la que vivimos hace 20 años? Primeramente las condiciones macroeconómicas eran totalmente diferentes. En aquel entonces, regía la convertibilidad y el tipo de cambio era fijo por ley, mientras hoy el tipo de cambio es de flotación sucia o administrada. Por otra parte, en 2001 había 25% de desocupación de larga data. Asimismo, durante la crisis del 2001 existía un gasto público en aumento y no había inversión pública, mientras que en 2021 el gasto público tuvo un fuerte ajuste (fundamentalmente en el primer semestre del año, post 2020) y la inversión pública es grande. Otra diferencia considerable, y buena en cierto punto, es que en el 2001 el sistema bancario era muy frágil mientras la banca en los días que corren está más preparada para atenuar una corrida bancaria y cambiaria. Al margen de todo esto, en 2001 el atraso cambiario acumuló tres años e implicó la ruptura de la convertibilidad y el colapso del sistema. En 2020 el Estado devaluó, el mercado depreció pero estos no reaccionaron porque demostraron que necesitan tasas de interés reales bajas que les avale la inversión directa.

China dinamizaba el crecimiento y comenzaba un proceso de recuperación de los precios internacionales. No obstante, a pesar de lo que se cree comúnmente, la cotización de la soja y del resto de los principales cultivos de exportación recién en el año 2007 superaron los valores promedio de la década del noventa. Otro aspecto relevante que distingue el escenario que se viene es que buena parte de la deuda fue asumida directamente con el FMI y eso casi no deja margen para declarar un default mucho más extendido que el actual. Si bien en el año 2002 el IPC subió un 41%, se lo amalgamo con un congelamiento de las tarifas de los servicios públicos, fuertes aumentos de retenciones e incrementos salariales y de haberes por decreto de suma fija. ¿Qué significó esto en aquel entonces? Sencillamente que la gran mayoría de los precios de bienes y servicios no transables, con una demanda interna devastada y casi 10 años sin inflación, registraron aumentos muy pequeños. No había tanta inercia inflacionaria como la de los últimos años y, en especial, se produjo un notable cambio de la estructura de precios relativos que, al tiempo que redujo sustancialmente los costos internos medidos en dólares, motorizó el proceso de sustitución de importaciones y un crecimiento del empleo, de la producción y del consumo de bienes y servicios básicos, en sectores industriales con alta capacidad de integración productiva local y con alto impacto en la distribución del ingreso. Ese nuevo esquema de precios relativos, impulso niveles de superávit fiscal que facilitaron el crecimiento de la obra pública. Hoy la renegociación del pago de deuda seguramente dejará menos margen a la expansión fiscal y la estructura de precios relativos estará lejos de ser tan favorable.

En sí, incluso pensando mucho más allá del periodo analizando y de las similitudes y/o diferencias, siempre los caminos conducen a Roma. A cometer los mismos errores del pasado (agravando la actual crisis) y a ser el perro que se muerde la cola. En estos momentos, controlar la inflación exige mostrar que se va a domar, por lo menos en algo, el déficit fiscal. En definitiva, la raíz de ambas crisis y la raíz de casi todas las crisis que hemos atravesado.

*El autor es Profesor de la Universidad del CEMA

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