El editorial del día 4 de diciembre de diario Los Andes me ha parecido oportuno, necesario y bien fundamentado. El tema es el valor que otorgan a una comunidad las obras de calidad que hacen sus integrantes y a la vez cómo una comunidad con valores enriquece los bienes de sus integrantes. Y esto sólo se aprecia con la constancia de tales valores en el tiempo.
Es lo que justificó en su momento la declaratoria de la Bodega Arizu, un inmueble privado, como bien del Estado provincial, algo inédito, en ese entonces. La petición partió de la comunidad vecinal, y fundada y con difusión pública a través del artículo “Tiempo de rescate”.
Se suponía que a partir de allí se abriría una etapa de negociaciones con los propietarios. De ninguna manera se veía el pase a la órbita estatal como única vía. Esta vía resulta de tal modo limitativa, que consume en poco tiempo las posibilidades materiales. Por el contrario. la idea era promover el deseo de poseer bienes con declaratoria como una forma de valorización provechosa para los particulares. Lamentablemente la declaratoria de Monumento Nacional de la Bodega Arizu y muchos otros bienes, un problema de vieja data que había mostrado sus defectos con el Batán de Tejeda, supuso su abandono durante años y la ruina de tantas otras obras que no fueron rescatadas a tiempo.
Esta experiencia ya conocida en aquel momento fue el fundamento de la declaratoria como bien patrimonial del Monumento del Ejército Libertador, su base y su entorno, emplazado en el Cerro que pasó a llamarse de la Gloria.
Difundir y actualizar estos temas, ponderando en cada caso las acciones públicas y privadas es la mejor manera de instalar en la opinión pública el tema de los valores que unen y perfilan a una comunidad.
El mal ejemplo de Buenos Aires sirve de contraste y alerta sobre el peligro que supone la falta de consideración a toda relación con un lugar, al aprecio por unas características admirables, frutos del tiempo y las generaciones.
En momentos en que Buenos Aires está logrando una visibilidad como ciudad linda y buena para vivir, enfrenta la realidad de pérdida del encanto de los mejores barrios de la ciudad por el implacable avance de la especulación inmobiliaria. Palermo dejó de ser lo que era hasta hace poco y así la tendencia ataca a lo mejor de una ciudad que es obra de todos. Inclusive de las provincias, que poco reciben a cambio.
Por eso el editorial de Los Andes es oportuno y siempre lo será el tema que se debate.
Para finalizar con los ejemplos que cito, agrego que todavía se puede proteger la casa de Perú 975 de ciudad, que se erige en monumento a partir del bello libro de José Enrique Marianetti (Luján de Cuyo; 2010) que es la mejor guía histórica.
De la residencia de Antonio Di Benedetto nunca tuve noticias. Pero sí de la casa del apreciado arquitecto Gerardo Américo Andía, en Bandera de Los Andes, Guaymallén. Su preservación parece haber caído en el olvido.
* La autora fue directora de Patrimonio de la provincia.