Cuando parecía que la anestesia había prendido enteramente y ya, se hiciera lo que se hiciera, el cuerpo colectivo no sentía ningún dolor, la picardía criolla vuelve a poner las cosas en su justo lugar. Nuevamente se sienten los golpes y los porrazos en esta Argentina anestesiada por la prepotencia de un poder sin contrapesos.
El vacunatorio VIP es apenas la punta del iceberg del abuso del poder lanzado a su propia aceleración convencido de que nadie podría detenerlo.
¿Qué importan unas cientos de vacunas para acomodados en un país donde hace meses se está vulnerando, mancillando, violando, profanando, atacando de todas las formas posibles a la justicia en pos de la operación liberación de los delincuentes que desde la política cometieron todas las tropelías posibles para su beneficio personal y sectorial?
Y conste que no estamos hablando de la justicia argentina, sino de la justicia en general. Porque la justicia argentina tiene infinitas cuestiones para ser criticada y reformada, pero acá a nadie le interesa eso. Eso no está en la agenda. Acá a lo que se quiere hacer desaparecer es al sentido mismo de justicia, ese ethos universal que anida en lo más profundo de la naturaleza humana y del contrato social por el cual los hombres y mujeres decidimos arreglar nuestros conflictos en paz. Eso precisamente se está atacando, el contrato social para liberar a una veintena de malandrines que forman parte del corazón del poder político que hoy nos gobierna.
Incluso cuando se comenzó a hablar de que en Santa Cruz y en varios lugares más, intendentes non sanctos y secuaces en consecuencia vacunaban a los amigos, la sociedad no pareció reaccionar demasiado, adormecida por tantos ataques al sentido común de la dignidad y la legalidad que hacía retroceder la Argentina a la prehistoria dinosaúrica del Jurasic Park, donde todos se destrozan entre todos. Que eso estamos siendo.
Hasta que de repente el periodista (en realidad ex) Horacio Verbitsky, que cada vez que entrevista al presidente lo reta como si se tratara de un profesor universitario tomándole un examen a un alumno no demasiado estudiado, se vio obligado a confesar que se había vacunado de privilegio. Antes que lo acusara el enemigo mediático, prefirió auto acusarse él, pero lanzando la principal carga de responsabilidad sobre el ministro que lo vacunó. Se anticipó pero no pudo evitar que igual el edificio de la impunidad cayera tanto sobre él como sobre el ministro. Es que todos los que dentro del gobierno estaban cansados de su altanera soberbia, lo entregaron sin más, aunque ninguno ignora que nadie con poder en serio desconocía los de las vacunas VIP. Pero el desastre es tan grande que hay que entregar algunos peces gordos para que no se desnude el sistema entero. El sistema de la impunidad de los que creen que hagan lo que hagan acá no pasa nada. Que se puede toquetear todo con las manos sucias de la promiscuidad sin que ninguna víctima reaccione. Pues parece que esta vez llegaron demasiado lejos y tuvieron que, por primera vez, dar marcha atrás.
Ahora sólo se trata de acotar daños, para que la onda se expanda lo menos posible, pero lo que ellos ignoran es que más allá del hecho concreto, estamos ante una metáfora del poder desmedido y pornográfico que se siente capaz de hacer lo que se le venga en ganas. Algunos supuestamente protegidos por los votos y otras supuestamente protegidas por la historia. Pero la utilización del pueblo y de la historia para salvar a los chorros de la cárcel o vacunar a la elite para que los que se mueran sean los otros, parece haber estallado. O al menos empezar a estallar.
Los sillones mullidos y las exuberantes alfombras del poder hicieron que los adormecedores de la conciencia popular se adormecieran ellos mismos y perdieran absoluta conciencia de la realidad. Han manoseado demasiado las cosas como para que las cosas no empiecen a vengarse de tamaños cretinos.