En los años ’60, a la mitad de esa década, conocí Uspallata cuando hice allí el servicio militar, la conscripción como se decía.
Me alistaron, primero, para la instrucción básica de tres meses en el Grupo de Artillería de Montaña 8 “Coronel Pedro Regalado de la Plaza” (GAM 8) y después, junto con otros soldaditos, me transfirieron a la Sección Transporte de Cargueros de Montaña, basada en los fondos del Regimiento de Infantería de Montaña 16 “Cazadores de los Andes” (RIM 16). Estaba dedicada al traslado de pertrechos y alimentos de un lugar a otro, especialmente utilizada entonces en misiones en el Aconcagua. Al terminar el servicio, yo era (lo soy, creo) conductor carguero.
El hecho de haber pasado por esa guarnición militar todo un año (allí estaba cuando derrocaron al presidente Umberto Illia) me permitió conocer las vastas extensiones de las dos dependencias donde estuvo destinado, especialmente el GAM8, donde dentro de su jurisdicción se encuentra una palestra natural que era utilizada por los militares para entrenamiento de andinismo.
Por pertenecer a la unidad de transporte con mulas, pude recorrer muchos kilómetros como entrenamiento arriba de los sufridos animales.
Esa actividad me permitió advertir las grandes extensiones de los campos de uso castrense, y ahora a la distancia, aprecio que es bastante coherente destinar parte de esas inmensas superficies (229.000 hectáreas) a la conservación del patrimonio natural y cultural, e imaginar en el futuro algún uso productivo.
Las distancias que recorríamos, por supuesto, no eran muy largas, pero posibilitaban advertir la dimensión de esos escenarios sin límites, sin ninguna otra utilidad que las maniobras militares y las partidas de caza de animales autóctonos.
