El viernes en Tecnópolis se vieron el rostro, luego de tres meses, el presidente de la Nación y su vicepresidenta. No generó el acontecimiento ningún efecto político especial -excepto alguna que otra chicana- en un país apegado al culebrón televisivo, a la telenovela venezolana en que han convertido su relación personal los dos políticos más importantes del pais, uno nada más que por su cargo, la otra por su poder real (o cuando menos el que ella, Alberto y gran parte de la sociedad -tanto los que la aman como los que la odian- creen que tiene). Las crónicas dicen que luego del encuentro la relación entre ambos seguirá más o menos igual, o sea, más o menos mal.
Sin embargo, lo más importante del evento no fue la “pimpinelada” a que el dúo del poder nos tienen acostumbrados, sino el motivo de la reunión: la conmemoración de los 100 años de YPF. Es que en las fotos de la reunión se puede observar con meridiana claridad uno de los más grandes símbolos de la decadencia argentina a lo largo de estos cien años, pero particularmente de las últimas décadas.
YPF fue la magnífica creación de una Argentina que supo conjugar en dicha empresa lo mejor del nacionalismo y del liberalismo. Una empresa estatal que gestó Yrigoyen al fin de su primer mandato y que continuó Alvear, difundiéndola por todos los rincones del país y poniendo al general Mosconi, en su inicial conducción, un militar industrialista.
Eran tiempos donde aún se mantenían las mejores ideas de la generación del 80 (pese a los enfrentamientos políticos entre liberales y radicales), pero donde a la vez surgían otras ideas más apegadas a un nacionalismo que, una década después -desde los años 30- se fortalecería en la Argentina hasta su culminación en el peronismo, con sus virtudes y excesos.
El nacionalismo de Yrigoyen no era antiliberal y creía en el Estado pero no en el estatismo. En eso el radicalismo fue heredero de ese “Estado para la Nación argentina” que tuvo en Alberdi a su teórico, en Sarmiento a su teórico-práctico, en Roca a quien lo concretó y a Pellegrini, entre otros, que sumaron una faz más proteccionista al liberalismo clásico. Yrigoyen fortaleció el Estado sin hacer estatismo, como los que hoy, dentro del kirchnerismo, quieren fortalecer el estatismo debilitando al Estado.
Alvear, por su lado, más liberal que Yrigoyen, aunque continuador de sus principales políticas, nunca creyó, como tampoco creyó nadie de la generación del 52 ni de la de los 80, que el Estado era un aparato criminal al que hay que destruir o al menos reducir a su mínima expresión, incorporando a la libertad de mercado hasta el derecho a morirse de hambre, o a subastar en ese mercado los órganos corporales, o a permitir la libre portación de armas. El radicalismo inicial supo sintetizar Mercado con Estado (aún con sus inevitables contradicciones) mientras que el seudoliberalismo actual -el que tanto furor ha logrado conJavier Milei- sacraliza al Mercado y demoniza al Estado, mientras, además, confunde libertad con libertinaje.
YPF surgió en esa línea de un Estado estratégicamente fuerte, aunque no necesariamente grande, para impulsar mayor autonomía nacional en aquellas actividades que podíamos hacer por nosotros mismos, tanto desde el Estado como desde la sociedad civil. Algo que luego continuaría el peronismo. Así como el general Enrique Mosconi fue en 1922 el primer presidente de YPF, el general Manuel Savio, antes y durante el peronismo fue uno de sus continuadores “ideológicos”, gestando Fabricaciones Militares en 1941, y liderando el Plan Siderúrgico Argentino aprobado por Perón en 1947, por el que se creó SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina).
Este viernes en Tecnópolis, en nombre de aquella Argentina que estaba plena de esperanzas y de futuro, se defendieron las políticas actuales que ponen a YPF en la primera línea de la decadencia nacional, no por la empresa en sí, que aún puede tener -con buenas políticas y profesionalismo técnico- mucho futuro, sino por el estado al que la redujeron. Tanto los que la desguasaron durante su privatización como los que la sobreendeudaron con su pésima reestatización.
Con la YPF actual nosotros -todos los argentinos- estamos pagando el costo de la revolución declamativa que inició Néstor Kirchner y consolidó Cristina, con más fuerza aún.
En nombre de la lucha por la liberación nacional y popular, Néstor le tiró en la cara al FMI diez mil millones de dólares que Argentina le debía a mediano y largo plazo, para contraerlos a menor plazo con una nación “revolucionaria” que le cobró por ese mismo dinero el doble de intereses.
Por su parte, en nombre de la lucha contra el neoliberalismo, Cristina le ordenó a su entonces ministro Kicillof que expropiara YPF asaltando la empresa y echando a sus ejecutivos de sus oficinas mientras almorzaban, aunque para producir ese gesto revolucionario debiéramos pagar por la empresa infinitos dólares más que con una expropiación concertada.
Fueron los gestos liberacionistas más caros del mundo, privilegiando el relato por sobre la realidad a fin de mantener fieles y emocionadas con el espectáculo a sus audiencias partidarias con la teatralización de una revolución ficcional. Estatismo que busca engordar el Estado en vez de fortalecerlo en sus tareas estratégicas.
La realidad concreta es que luego de las políticas nestor-cristinistas hoy YPF vale el 10% de cuando se la expropió y la cuarta o quinta parte de lo que se la pagó. Tiene una deuda multimillonaria y juicios de fondos buitres que se quedaron con sus acciones, por sumas que superan los ocho mil millones de dólares. O sea, siendo generosos con las cifras, el pago total de la estatización de YPF cuando haya definitivamente culminado, tendrá un costo que cuando menos será la mitad de la deuda total que Macri contrajo con el FMI. Que siga el baile.